Moussa y Cheikh vuelven a las aulas

Cerca de 1.600 menores migrantes están escolarizados en las Islas

«Trabajaba como pescador, ahora quiero ser informático, soldador o traductor», afirma un estudiante senegalés del IES La Isleta

Estudiantes llegados al Archipiélago en cayuco estudian en el IES La Isleta, en la capital grancanaria.

Estudiantes llegados al Archipiélago en cayuco estudian en el IES La Isleta, en la capital grancanaria. / José Carlos Guerra

Isabel Durán

Isabel Durán

Las historias de Moussa y Cheikh tienen mucho en común con las de todos los niños y jóvenes que han llegado a Canarias sin el apoyo de un adulto, arriesgando su vida en el mar, con el único objetivo de labrar un futuro más próspero para ellos y sus familias. Cerca de 1.600 están escolarizados en las Islas, donde se forman para mejorar su integración social y su futura inserción laboral. 

En Kayar, un pequeño pueblo costero de Senegal, donde el ritmo de la vida está marcado por las mareas y cada jornada comienza con la promesa de una pesca abundante, nació hace 15 años Moussa –nombre ficticio–. Con solo 11 comenzó a trabajar como un adulto más, pasando largas jornadas en alta mar. Su futuro estaba atado a las redes que cada día lanzaba al agua con la esperanza de que el océano Atlántico se las devolviera llenas de pescado. Sin embargo, las capturas mermaban a medida que pasaban los meses. Moussa empezó a ver cómo los cayucos se vaciaban de peces y se llenaban de jóvenes que proyectaban su vida en Europa. No tardó en tomar su mismo camino. Cargado de coraje y sin miedo a enfrentarse a la peligrosa ruta canaria, se subió a una embarcación precaria junto a otras 90 personas para recorrer durante ocho días los más de 1.400 kilómetros que le separaban de El Hierro. Atrás quedaron las calles de arena de Kayar y los cayucos varados en la playa.

A finales de agosto de 2023, cuando empezaba a despuntar la crisis humanitaria, arribó a la isla del Meridiano el cayuco en el que viajaba Moussa, quien ahora relata su historia sentado en una silla de un aula del I.E.S. La Isleta. Lo hace con la timidez propia de un adolescente, pero con la madurez de quien ha sido capaz de arriesgar su vida para abandonar el mundo que conocía para reescribir su futuro lejos de su país. Apenas seis meses después de desembarcar, el joven senegalés es capaz de expresarse correctamente en español y comparte vivencias con sus compañeros de 4º de la ESO.

Educación invierte cuatro millones de euros en profesores de apoyo para impartir clases de español

«Pude ir al colegio hasta los once años. Después tuve que empezar a trabajar para ganar algo de dinero, pues mi padre murió cuando yo tenía solo tres años», explica Moussa. Él fue el primero de sus hermanos en subirse en un cayuco, pero detrás de él salieron sus dos hermanos mayores, que están en centros de acogida humanitaria en la Península. Su primer sueldo fue de apenas 60 euros, pero a medida que su experiencia aumentaba el salario fue elevándose hasta superar los 200 euros. Si bien la escasez de pescado empezó a afectarle al bolsillo y sus ingresos se redujeron a la mitad. Aun así, Moussa fue capaz de ahorrar para costear su viaje irregular hasta Canarias y el de sus hermanos.

«Mi madre sabía lo que yo iba a hacer. Pasó mucho miedo y lloró mucho. Cuando llegué, la llamé para decirle que todo había ido bien y se puso muy feliz, pero me confesó que no había dormido ninguna de las noches que pasé en el mar», recuerda. Su meta es perfeccionar el español para poder formarse como informático, soldador o traductor. El próximo curso comenzará la Formación Básica, que le capacitará para acceder a la Formación Profesional. Fuera de las aulas, hace vida social como cualquier chico de su edad, con sus compañeros del centro de acogida y del instituto. «Me gustaría quedarme aquí», concluye Moussa, quien imagina su futuro en Canarias.

Ocho noches sin dormir

Junto a él está Cheikh –nombre ficticio–, para quien también se convirtió en un faro la isla de El Hierro, a donde llegó desde Senegal el 5 de octubre de 2023, tras cinco días de travesía desde Dakar. A bordo de su cayuco iba un centenar de personas. Hacinados, sin apenas espacio para mover las piernas. «Venir no fue idea mía. Mis padres tomaron la decisión y a mí me pareció bien. Me lo tomé con ilusión, aunque sabía que el viaje era muy peligroso», recuerda el joven, con el apoyo de Alonso Díaz, vicedirector y profesor de francés del I.E.S. La Isleta, quien se ha convertido en una referencia para la veintena de alumnos subsaharianos que estudian en este centro de la capital grancanaria. 

 Cheikh iba al colegio en Dakar, donde «no aprendía mucho» y, asegura, «había un ambiente difícil, cargado de violencia». Por esto, el joven senegalés prefiere formarse en Canarias. De momento, quiere aprender idiomas, para facilitar su integración en el mundo laboral, pues su meta es colaborar económicamente con su familia lo antes posible. «Pensaba que al llegar podría encontrar un empleo. No sabía que tenía que estudiar hasta ser mayor de edad. Tengo que aprovechar esta oportunidad», afirma Cheikh. Su padre trabaja en Dakar como mecánico, pero él no comparte esa vocación y prefiere soñar con llegar a ser futbolista.

Algunos adolescentes llegan sin saber leer y escribir, ya que nunca tuvieron la oportunidad de ir al colegio

En Canarias hay escolarizados cerca de 1.600 menores migrantes que llegaron a las Islas de forma irregular y sin el respaldo de un familiar. Gran Canaria concentra el 47,6% de este alumnado; seguida de Tenerife, con el 36,5%; y Fuerteventura, con el 5,5%. El I.E.S La Isleta se ha convertido en referente de integración. Con su enfoque inclusivo y su compromiso con la igualdad de oportunidades, ha abierto sus puertas a estudiantes de diversos orígenes, creando un ambiente enriquecido por las diferentes culturas y experiencias. Este instituto es un ejemplo de cómo la educación puede ser un puente hacia la inclusión y la convivencia. «Nos llegaron chicos de los centros de acogida en noviembre. Los integramos con el resto de alumnos, pero cada semana salen 12 horas de su aula de referencia para asistir a clases de español con un profesor de apoyo», explica Eduardo Trujillo, director del instituto. La Consejería de Educación ha incrementado en este curso un 58% el número de horas de español con respecto al año anterior, lo que supone una inversión de cuatro millones de euros para este curso lectivo.

Francés o música

Algunos llegan siendo analfabetos, pues no han tenido la oportunidad de ir al colegio en sus países de origen. Unos hablan y escriben en francés o en inglés y otros solo dominan el wólof (lengua nativa de Senegal y Gambia). «La prioridad es que aprendan español», apunta el director, quien destaca las ganas que tienen de mejorar, «no faltan ni un día, incluso algunos vinieron un día festivo pensando que había clases». Desde el centro los orientan para que asistan a las materias optativas en las que es más fácil integrarse sin necesidad de hablar el idioma, como música, trabajo etnográfico, informática o francés. «Tienen una actitud y un comportamiento excelentes», sostiene el director del centro.

Alonso Díaz destaca las ganas de estudiar que tienen estos chicos, pues sienten la obligación de ayudar a sus familias, así como la responsabilidad de mantenerse a sí mismos. «Saben que tienen que estudiar para poder trabajar», sostiene. Al principio de curso, recuerda Trujillo, eran la novedad y el resto de alumnos tenían muchas preguntas que han ido resolviendo con el tiempo. Han ido descubriendo sus historias personales, su cultura y sus anhelos; compartiendo y viviendo nuevas experiencias, hasta convertirlos en uno más de sus grupos de amigos.

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