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ANÁLISIS

Bienvenidos a 2002

El 'caso Katsikaris' destapa la carcoma que poco a poco se come al Granca como institución v La involución del club, con Moreno al frente, deja un rastro evidente

Bienvenidos a 2002

Hace un año, más o menos, un cargo vinculado al PSOE que apuraba sus horas dentro del equipo de gobierno saliente en el Cabildo me reconoció, en un encuentro fortuito, un error: haber elegido a Enrique Moreno como presidente del Club Baloncesto Gran Canaria. La asunción de su culpabilidad iba ligada a un recuerdo, a una ronda de consultas con gente del baloncesto -allá por 2017- en busca de una persona que sustituyera en el cargo a Miguelo Betancor tras su dimisión al frente de la entidad claretiana. En aquellas reuniones, según rememoró este político, al preguntarme por Enrique Moreno, mi respuesta fue concreta: "si quieren que el Granca retroceda 15 años en el tiempo, entonces es su hombre".

En las últimas horas, con toda la jarana ligada a la decisión de anular el segundo año en el contrato que vinculaba a la entidad insular y Fotis Katsikaris para la próxima temporada, recordé aquel encuentro fortuito con aquel cargo del PSOE. Porque, efectivamente, el Granca, de la mano de Enrique Moreno, ha vuelto a 2002. Tal afirmación, lo sé, será incomprensible para la persona que no interpreta el club más allá del parqué.

Para fundamentar esta teoría, vamos a los hechos. En 2017, cuando Enrique Moreno fue elegido para presidir al Granca -después de intentar tapar, como abogado de la entidad, el caso de William Pepe Yao-, el club se movía con salero trazando una trayectoria ascendente en todos los ámbitos. El equipo venía de proclamarse campeón de la Supercopa Endesa tras jugar antes una final de la Copa del Rey y otra de la Eurocup. Y como institución, bajo Agustín Medina, Joaquín Costa y Miguelo Betancor en la presidencia, había dado pequeños pasos para levantar sus cimientos más allá de baloncesto.

Pasos al frente

El Granca, entre Lisandro Hernández y Enrique Moreno, se desperezó. Entre uno y otro mandato, logró meter en un cajón un plan para que el Cabildo recortara año a año su aportación anual, que la mudanza desde el Centro Insular al Gran Canaria Arena no resultara un acto traumático, consolidar a Herbalife como patrocinador principal y multiplicar de manera considerable su número de abonados. En ese proceso, en cada paso que dio el club con diferentes presidentes y maneras de proceder, fue clave siempre una idea de trabajo colectivo y orden -todos a una y cada uno en su parcela-.

En 2017, con sus cosas por mejorar, el Granca parecía que tenía una hoja de ruta clara para crecer como institución -no sólo a través del juego-. Todo eso saltó por los aires con la dimisión de Miguelo Betancor y la designación de Enrique Moreno como primer presidente remunerado en la historia del club. El caso Katsikaris sólo es un detalle más de la carcoma que poco a poco se come al Granca.

Me explico. La clasificación para la Euroliga, en junio de 2018, resultó ser el canto del cisne de un modelo de club. Desde ese momento, a partir del primer proyecto levantado desde el primer minuto por Enrique Moreno -llegó al cargo en septiembre de 2017, la descomposición ha sido evidente.

Para el descreído que se ha acercado a este artículo, el retrato de esa decadencia puede arrancar por el baloncesto. Un dato: entre 1995 y 2017, el Granca sentó en su banquillo a cuatro entrenadores: Manolo Hussein, Pedro Martínez, Salva Maldonado y Aíto García Reneses. Desde 2017 hasta hoy, esa cifra va por cinco técnicos: Luis Casimiro, Salva Maldonado, Víctor García, Pedro Martínez y Fotis Katsikaris.

En medio de ese vaivén de preparadores, el rendimiento del equipo ha estado lejos de sus mejores días. La temporada pasada, vivió de cerca la amenaza del descenso a la LEB Oro y en el presente curso fue incapaz de colarse en la Copa del Rey y logró entrar en la Fase Final de la Liga Endesa desde la undécima posición.

Más allá de la pelota, artilugio que muchas veces depende de la fortuna -lesiones, errores ajenos, etcétera-, los peores síntomas del Granca se diagnostican en su estructura como institución, devaluada de manera continua a lo largo de los tres últimos años. El número de espectadores que acuden a sus partidos, desde 2017, se ha visto reducido de manera constante -este curso, la presencia en las gradas apenas ha estado por encima de los 5.000 de media (con casi el 50% del aforo restante vacío)-.

Tampoco arroja señales positivas la política económica de Enrique Moreno. La temporada pasada, con el equipo en el mejor escaparate posible -disputando la Euroliga-, el Granca presentó un desfase en sus cuentas de 800.000 euros.

Deuda y HMK

Ese agujero se enjugó contra el valor patrimonial de la propia Sociedad Deportiva -que se redujo en un 21% por ciento- después de que este periódico destapara un escándalo: el acuerdo con un fondo de inversión fantasma para la venta del club previo pago de un millón de euros por un patrocinio durante cuatro partidos. Esa noticia, hace un año, era catalogada en la zona noble del club como "yihadismo informativo"; ahora, sin dinero ni comprador ni una dirección donde mandar la denuncia, la historia va camino de los juzgados.

El panorama, condicionado todo por el coronavirus, no ha mejorado en el presente curso. La entidad claretiana, ante la falta de liquidez, ha tenido que pedir un adelanto de 300.000 euros al Cabildo -en base a las subvenciones nominativas del próximo ejercicio- para hacer frente a gastos.

El funcionamiento del Granca, desde hace tres años, no es ejemplar. Es calcado al de 2002. Y ahora que se ha puesto en marcha la operación Salvar al soldado Bernardino, convendría recordar qué pasó y cómo funcionaba la entidad. Entonces, el Cabildo salvó al club de una causa de disolución con la cesión del usufructo durante 50 años del pabellón de la Vega de San José.

Entonces presidía el Granca Lisandro Hernández, el vicepresidente económico era Enrique Moreno y el cortijo lo cuidaban con plenos poderes Berdi Pérez y Juanra Marrero. Igual que ahora.

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