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Roger Casement, tormento y éxtasis

El cónsul inglés Roger Casement, protagonista de El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa, denunciante de múltiples genocidios y defensor de la causa irlandesa, ejecutado finalmente por los británicos, hizo escala en Las Palmas de Gran Canaria en 1913.

Roger Casement, tormento y éxtasis

Cada vez es más difícil encontrar hombres realmente excepcionales y únicos. Sir Roger Casement, el ex cónsul británico que denunció en 1904 uno de los mayores genocidios del siglo XIX, perpetrado por el rey Leopoldo II de Bélgica en el Estado Libre del Congo, responde a ese tipo.

Lo hemos sabido ahora, gracias a la novela El sueño del celta (Alfaguara), de Mario Vargas Llosa, tras casi cien años de silencio por culpa de su compromiso con el movimiento independentista irlandés, por el que fue juzgado por traición y ahorcado en 1916 en la prisión de Pentonville, en Londres. No obstante, en la muerte de Casement tuvo más peso su condición homosexual -tras salir a la luz pública algunos fragmentos de sus diarios íntimos, conocidos como los Diarios negros, mientras estaba en prisión-, que su apoyo a la rebelión irlandesa.

Del mismo modo, hemos sabido por la novela de Vargas Llosa que Casement fue uno de los ilustres viajeros ingleses que entre finales del siglo XIX y principios del XX arribaron en el puerto de La Luz para descansar, de camino a América o al continente africano, como Winston Churchill, Agatha Christie, Christopher Isherwood o W. H. Auden.

Si bien el asentamiento de los ingleses en Las Palmas de Gran Canaria se remonta al siglo XVI, no fue hasta la inauguración del hotel Santa Catalina en 1890 por la compañía inglesa Canary Islands Company Limited que se estableció una colonia británica permanente. El censo de 1910 indica que el número de residentes ingleses en Las Palmas era de 437 personas.

Tanto el hotel Santa Catalina como el hotel Metropol, en las inmediaciones de la playa de Santa Catalina -hoy desaparecida bajo el asfalto de la Avenida Marítima-, eran verdaderos feudos ingleses que anunciaban sus encantos de esta manera: "Large Dining and Drawing Rooms; Ladie's Room; Reading and Writing; Billiard and Smoking Rooms and of the seventy-five Bed and Sitting Rooms, some are arranged especially in suites for families".

En uno de ellos, posiblemente en el hotel Santa Catalina dada su condición de diplomático, se alojó Casement en enero de 1913, en el viaje de regreso de América Latina, donde comisionado por el Gobierno británico había ido a Iquitos para conocer de primera mano el régimen de esclavitud al que eran sometidos los indios, expuestos a martirios, torturas y hambrunas, en las zonas caucheras peruanas del Putumayo.

Al igual que con la tragedia del Congo, Casement redactó un informe -que Ediciones del Viento publicará el próximo año-, denunciando los abusos cometidos en el Putumayo por los empleados de la Peruvian Amazon Company, entre ellos el gerente, Julio César Arana, y el siniestro capataz Armando Normand, de quien Casement escribió en 1912: "[...] boliviano, creo que de ascendencia extranjera. En gran parte educado en Inglaterra. Un hombre de quien nada bueno puede decirse. Sus crímenes son innumerables y hasta los peruanos blancos me han contado que Normand hacía cosas que ningún otro hacía". En la novela El bosque que llora (1944), Vicki Baum lo describe así: "El boliviano, el de cara blanca, el que se jactaba de su educación, el que era el más bestial de los bestiales jefes de la Compañía Peruana del Amazonas (...) había ido al Putumayo a enriquecerse y seguía siendo pobre".

Casement había ido al Putumayo a destapar la depravación de los caucheros peruanos, colombianos y brasileños, y sobre todo la petulancia de la comunidad política, que sólo veía en él a un irlandés afectado del "vicio inglés", que había hecho de su viaje al Amazonas, concretamente la región bañada por el río Putumayo y sus afluentes, un extravagante tour sexual.

Sin embargo, como dice W. G. Sebald, en Los anillos de Saturno, la homosexualidad de Casement si algo hizo fue "capacitarle, pasando por alto las barreras de las clases sociales y de las razas, para reconocer la constante opresión, explotación, esclavización y destrucción de aquellos que más alejados estaban de los ejes del poder".

La experiencia del Putumayo dejó sin fuerzas a Casement, como escribe Vargas Llosa en El sueño del celta. El horror es lo único que le venía a la cabeza hasta que, al tercer día de estar en Las Palmas de Gran Canaria, conoció en el parque Santa Catalina a un muchacho con aire de marinero llamado Miguel: "Roger, amparado en la semioscuridad del recinto, alargó la mano y la posó sobre la pierna de Miguel. Éste sonrió, asintiendo. Envalentonado, Roger corrió un poco más la mano hacia la bragueta. Sintió el sexo del muchacho y una oleada de deseo lo recorrió de pies a cabeza" (página 379). El episodio es verídico, pues Casement lo anota en sus diarios, aunque en ellos no hace alusión al parque Santa Catalina, sino a un parque canario que posiblemente fueran los espaciosos jardines del hotel Santa Catalina, pues en la época que tiene lugar (1913) el parque Santa Catalina era una explanada.

En Las Palmas de Gran Canaria a Casement se le acabó cayendo la venda de los ojos; vulnerable y lastrado por un amor que no se atrevía a decir su nombre, regresó a Londres, donde terminó de desencantarse del Imperio británico y abrazar el nacionalismo irlandés. Pocos días antes de su ejecución escribió a un amigo: "He cometido errores tremendos, he hecho muchas cosas mal, pero... lo mejor de todo fue el Congo". Ese otro tormento, el del exterminio cruel de los nativos de la región, que le hizo olvidar su propio tormento. Pero con una cosa muy clara: él no era un personaje secundario. Lo demostró enfrentándose al rey Leopoldo II de Bélgica. No me pregunten cómo. Lean El sueño del celta.

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