Después de dirigir en la década de los noventa dos películas que marcaron el inicio de su carrera y que le dieron a conocer internacionalmente, Pusher y Fuera de sí, el cineasta danés Nicolas Winding Refn decidió en 2011 dar el salto definitivo en su carrera con Drive, una película que empieza eludiendo los tópicos con los que el cine y los telefilmes han rodeado el género negro.

De forma realista, Refn refleja con fuerza la cotidianidad de un tipo duro que, al igual que el protagonista de su película anterior, Bronson -tributo al actor Charles Bronson, todo un grande del cine de acción de los años ochenta-, tiene un talento, pero no sabe cuál es. Mientras lo averigua, su vida se divide entre pequeños papeles como especialista de cine y una segunda ocupación, consistente en trabajar como conductor para mafiosos y atracadores.

Basada en la novela homónima de James Sallis, escritor americano poco conocido en España, Drive es una película conmovedora, dura, valiente, de una pureza y sencillez abrumadoras, de una autenticidad y profundidad exultantes, en la que Refn rehúye los vanos ejercicios de estilo, esos estériles efectismos que suelen impresionar a los acólitos de Brian De Palma o Martin Scorsese, cuyo último trabajo, Shutter Island, se sustentaba en sus peores tics. Al cineasta danés, más cerca del universo de David Cronenberg o David Lynch, únicamente le interesa cómo hacer más creíble, más humana, una his-toria que siente muy próxima y a cuyo alrededor articula una poética visual ochentera -con una acertadísima banda so- nora compuesta por Cliff Martínez- capaz de trascender el propio argumento.

Pero Drive no sería lo que es sin sus maravillosos intérpretes. Cuando un cuarteto de la categoría de Ryan Gosling, Carey Mulligan, Albert Brooks y Ron Perlman ponen el alma y su experiencia en los papeles que desempeñan, es difícil que salga una mala película. Es justo mencionar el sorprendente aplomo de Ryan Gosling. Viéndole es imposible no pensar en el Marlon Brando de La ley del silencio, la obra maestra de Elia Kazan. Y se cae en la cuenta entonces de que Drive es La ley del silencio de Refn, un sórdi-do y asfixiante retrato de per- sonajes al límite bajo los neo-nes nocturnos de Los Ángeles. Drive es una película brutal, de una tensión dramática implacable. Sin embargo, no renuncia a momentos bellísimos de un lirismo arrebatador, demostrando que no existe otro género mejor que el policiaco para aunar lo físico y lo anímico, para lograr disparar la emoción hasta lo sublime y aportar, en su fabuloso camino, luz sobre los anhelos humanos.