Raimundo Amador sabe administrar su legado musical, sobre todo el de su carrera en solitario que comenzó con Gerundina (1995) y el posterior En la esquina de Las Vegas (1997), discos en los que el guitarrista sevillano registró las canciones que le han reportado el afecto y respeto del público, y a las que difícilmente puede resistirse en cada directo. Son los dos mejores trabajos, sin duda, de cuantos ha publicado hasta llegar al último Medio hombre, medio guitarra (2010). En estos discos reafirmó su voluntad de hurgar con acierto en la blueslería, esa rabiosa suerte de fusión del flamenco y blues amplificados en Pata Negra, una simbiosis imposible de repetir con su hermano Rafael Amador, y donde el joven Raimundo hacía de su guitarra flamenca un instrumento deudor de las mañas de Jimi Hendrix, el músico que presidía antes y ahora cada acorde de su discurso. Rafael ya no está a su vera, pero sí tiene cerca al guitarrista y cantante Lin Cortés, quien con su concurso ha permitido a Raimundo acercarse otra vez, más por placer que por necesidad, a la esencia de canciones que marcaron época como Guitarras callejeras o Blues de los niños.

Esta vuelta a las raíces, con crisis o sin ella, hizo posible que Amador regresara a la capital grancanaria en formato trío, que no cuarteto como el propio músico había anunciado, para que durante las noches del viernes y sábado el sevillano llenara The Paper Club con un repertorio añejo y efectista, por los guiños a Pata Negra y por los temas más rock y de cadencias reggae con los que se acostumbró a llenar estadios con el público haciendo los coros. Con Lin Cortés a las guitarras, voz y cajón flamenco y Diego Cano doblándose como guitarra rítmica y solista, marcó el viernes noche un vibrante set de hora y media en la que mostró técnica y guasa, tocando casi todos los palos que de él esperan quienes le siguen desde que su guitarra marcaba terreno junto a Kiko Veneno o Camarón en la segunda mitad de los años 70, y quienes se engancharon con Bolleré en los años 90.

Podía haber cantado otras cosas, pero Raimundo Amador optó por un menú de antología. Igual más de uno de los que estuvieron por el club de la calle Remedios, como así ocurrió, esperaba gestos nuevos de estilo y concepto, pero seguramente habría sido otro concierto. Su última visita deja pasajes antológicos en el tiempo que estuvo en el escenario: Hoy no estoy pa nadie, Candela, Camarón, Blues de los niños, Medio hombre, medio guitarra (la única concesión al repertorio reciente), Lunático, la desgarradora versión instrumental de Little Wing, de Hendrix, el ovacionado homenaje a Jesús de la Rosa, el frontman de Triana, de quienes hizo El lago, las previsibles y esperadas Ay que gustito pa mis orejas, donde el sevillano deja aflorar esa querencia reggae en la que metió cabeza Pata Negra en la recta final de su historia, el ya clásico Pata Palo, otro instrumental al que el público puso voz, Isn't She Lovely, de Stevie Wonder, y como cierre triunfal Bolleré, su rato de gloria con el maestro BB King. El público pidió más, pero el viernes optó por retirarse con esa amplia sonrisa que delata al artista satisfecho y que conserva el duende que le otorga esa condición.