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pensamiento

Diván el terrible

La vigencia del psicoanálisis de Freud, según el testimonio de diversos creadores. Desde el rechazo de Borges y Nabokov a las simpatías de Allen y Bertolucci

Sigmund Freud. LA PROVINCIA / DLP

"Debe usted hacer que venga el inconsciente, aquí trabajamos con el inconsciente", le dice el analista a la paciente, a lo que esta le responde: "Pues no creo que mi marido quiera venir"... Es uno de los múltiples chascarrillos que ha suscitado siempre el psicoanálisis, atendiendo a los tópicos del judaísmo y 'patriarcalismo' de su fundador, Sigmund Freud, y, sobre todo, a la carestía de su lenta terapia, entre los que destaca este viejo chiste demoledor: "El neurótico crea castillos en el aire; el psicótico vive en el interior de esos castillos, y el psicoanalista es el señor feudal, que acude puntualmente a cobrar las rentas..."

Denostado por grandes creadores, como Borges y Nabokov, y ensalzado por otros, como los cineastas Bernardo Bertolucci y Woody Allen -que han sido ambos carne de diván y han aplicado sus conocimientos a sus filmografías-, el psicoanálisis, casi sin matización de su evolución y variopintas escuelas y derivados, ha sido y es un secular motivo de planteamientos encontrados. Entre los mencionados detractores, Nabokov declaraba con sorna que Freud le parecía un estupendo autor cómico, repleto de fantasiosos chascarrillos. "No comprendo cómo alguien con dos dedos de frente le pueda tomar en serio", expresaba, para arremeter muy especialmente contra los críticos y exégetas literarios enfrascados en el psicoanálisis. "No entiendo que un paraguas en un pasaje de Joyce pueda ser antes un símbolo fálico que un instrumento para guarecerse de la lluvia", argumentaba el autor de Lolita. Y Borges, por su parte, iba más lejos, al considerar que los métodos freudianos eran incluso esterilizadores para la creación. Aun cuando su literatura acoge aquí y allá sentencias sublimatorias que suscribiría un aventajado usuario del diván (como cuando dice, por ejemplo, estoicamente: "No volveré a ser feliz; tal vez no importe: hay tantas otras cosas en la vida..."), el autor de El aleph sentenciaba que "el psicoanálisis mata la magia", y que es un "reductor de cabezas": somete al creador a un contraproducente proceso de "jibarización"...

Para sus defensores, en cambio, el psicoanálisis sigue siendo un poderoso método de interpretación y esclarecimiento de la realidad psíquica, capaz de cargarse, incluso, de mayor razón allí donde más se le niega. En plena era de la compulsión a la repetición a través de la tecnología, de crisis de identidad generalizada, más allá de los parámetros económicos, y un nuevo malestar en la cultura de la globalización y el simulacro, hay quienes creen que posee más vigor aún que en sus orígenes. El instinto de muerte se vuelve ahora más sutil, más abstracto, pero tal vez más peligroso por eso mismo. Hay una negativa a ver al otro que, en última instancia, remite al otro que cada cual lleva dentro. Como sostiene el psicoanalista de orientación lacaniana Jorge Gómez Alcalá, "el psicoanálisis no es un método de normalización, sino de esclarecimiento. Y en una época de orfandad respecto a figuras de autoridad como la actual, estamos peculiarmente faltos de eso. Hay una perfecta sintonía entre los postulados de Lacan y Freud y la intimidad del proceso creativo, pues lo que se busca es expresar una significación no pautada, un exceso de sinsentido". Para Laura Cevedio, especialista en la aplicación del psicoanálisis a los procesos creativos, las tesis de Freud y Lacan son un instrumento formidable para "diseccionar lo que se escribe de lo que se lee. Observar cómo se producen los desplazamientos del fantasma y las identificaciones afectivas es un aspecto crucial en el texto literario".

"Mientras la gente siga viniendo de su padre y de su madre muchos postulados psicoanalíticos permanecerán vigentes", afirma el catedrático de Teoría de la Comunicación Romà Gubern. Explica que aunque nunca se ha sometido a una experiencia directa de diván, fue, desde muy joven, devoto lector de las obras de Freud. y que ese bagaje le ha sido una herramienta clave para el análisis de los mensajes cinematográficos. Se muestra convencido de que algunos de sus postulados poseen incluso más fundamento que en la época en que los formulara el médico vienés. "Los neurocientíficos han demostrado la existencia empírica del subconsciente. Hay fotografías que lo muestran, que ya le hubiera gustado contemplar al doctor Freud", expresa el comunicólogo. Así como hay teorías freudianas que, a su juicio, "han quedado ya obsoletas, como la interpretación de los sueños, hay otras que continúan operando tanto o más que en su época, como el desarrollo sexual y los deseos reprimidos, que no hay que confundir con un chusco pansexualismo calenturiento, como, muchas veces, se ha pretendido reducir sus tesis sobre la libido".

Para el escritor Juan José Millás, "el psicoanálisis resulta muy productivo para la creación, pues abre puertas hacia nuevos horizontes que, de otro modo, nunca se abrirían". Además de haberse analizado durante años y estar casado con una psicoanalista, Millás emplea en su escritura diversos elementos freudianos, como la repetición o la angustia del doble, y en la novela El desorden de tu nombre construyó una original trama crítica con la figura del analista. "Me pareció una oportuna desmitificación", dice a propósito del doctor Carlos Rodó, quien, según se desarrolla la acción, va advirtiendo que la nueva amante de su paciente es su propia esposa, nada menos, de la cual se reenamora a través de los relatos que escucha en el diván.

"Para mí, hay un estrecho vínculo entre el diván y la creación literaria, pues conforman un espejo que devuelve la propia imagen unitaria como no se logra en ninguna otra faceta de la vida", sostiene Millás. "Es comprensible que este método de cura provoque rechazo, no sólo porque es muy largo y muy costoso, sino porque te coloca frente a verdades incómodas. No se dirige al síntoma, como sucede con otras terapias que gozan de mayor aceptación, sino al origen del síntoma. Es el único método material de conocimiento de la realidad psíquica". Millás explica que, en cierto modo, "todos atravesamos una adolescencia perpetua", y que el psicoanálisis sirve como un correctivo mecanismo de esclarecimiento. "Uno advierte en el diván las malas pasadas que llega a jugarle el poder absoluto de las fantasías; necesitamos acotarlas", sostiene. "He aprendido que las experiencias vitales no son sucesivas: para nada ocurren las unas detrás de las otras, y también que uno está abocado a reproducir aquello que más detesta, de ahí la importancia del análisis".

No es que mi pintura hubiera sido de otro modo; si de algo estoy seguro es de que, conforme a mis depresiones y extravíos iniciales, jamás habría dado una pincelada si no me hubiese psicoanalizado", confiesa categórico el pintor Luis Gordillo, una práctica que considera para sí tan vitalicia como la propia pintura. "Yo no le veo el final a la terapia; para mí, la figura del analista es como un espectador ilimitado que me permite vivenciar mis preocupaciones estéticas con la misma concreción que cualquier sentimiento. Y mientras tanto, mi pintura no para de transformarse".

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