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El peso de la tradición

El colectivo Vértigo recupera cuatro clásicos del cine japonés en una semana dedicada a esa filmografía

El peso de la tradiciónLP/DLP

El programa de la décimo cuarta edición de la Semana de Cine Japonés, cuyas sesiones acoge la Casa de Colón a las 20.00 horas, propone de nuevo una breve aunque apasionante travesía a través de una de las cinematografías más originales, sólidas e influyentes de todos los tiempos de la mano de cuatro cineastas eminentes que, a lo largo de sus respectivas carreras, han aportado importantes dosis de innovación y creatividad al arte cinematográfico con mayúsculas, a pesar de que en el ámbito de la cultura occidental su presencia no se haya hecho tan visible ni su reconocimiento tan vivo, abierto y expansivo como el de otros muchos realizadores con menos merecimiento.

No obstante, la presencia cada vez más frecuente de producciones asiáticas en los festivales europeos, especialmente niponas, y el interés creciente que estas están suscitando entre el gran público constituyen la prueba más elocuente de que ya empiezan tomar carta de naturaleza en España y en muchos países de nuestro entorno con total normalidad. Tal es así que entre los corrillos de aficionados se habla hoy con el mismo apasionamiento del cine de Hirokazu Koreeda, Takeshi Kitano o Naomi Kawase que del de Wes Anderson, Christopher Nolan o Richard Linklater, lo cual supone un avance importante en el reconocimiento popular hacia un cine que sigue descollando gracias a su insobornable voluntad para innovar en un marco industrial cada vez más escorado hacia el consumismo fugaz y la banalidad.

El ciclo, cuyas proyecciones comenzarán hoy, recoge cuatro títulos imprescindibles que "centran sus contenidos en la influencia de los géneros teatrales vernáculos sobre el cine japonés, asunto fundamental para entender el origen y desarrollo de los arquetipos, formas, géneros y narrativas de esa cinematografía. Noh, Kabuki, Bunraku, Shinpa y Shingeki son los géneros tratados, por sí mismos y por su profunda huella en el cine nacional. Pero también por tratarse de tradiciones que ofrecen por sí mismas un registro tan profundo como preciso del latido estético y político del país en sus diferentes épocas".

El amor de la actriz Sumaku (Joyu Sumaku no koi, 1947), de Kenji Mizoguchi, recoge las dramáticas peripecias de Sumaku, una actriz dotada de una excepcional sensibilidad que prepara su papel de protagonista en una representación teatral de Casa de muñecas, de Ibsen, dirigida por un profesor universitario del que acaba enamorándose perdidamente. Esta inesperada situación desata las consiguientes habladurías en su entorno profesional, provocando en Sumaku una intensa crisis emocional. Se trata, en resumidas cuentas, de una de las muchas cumbres artísticas que alcanzó el maestro Mizoguchi a lo largo de su carrera cinematográfica y, junto a Carta a una desconocida (Letter From an Unknown Woman, 1948), de Max Ophuls, de uno de los chant d´amour más sublimes y conmovedores que ha alumbrado el cine en toda su historia.

Trono de sangre (Kumonosu-Jo, 1957), de Akira Kurosawa, es otra pieza esencial para comprender en su verdadera magnitud la disposición que siempre ha demostrado tener el cine nipón para generar trabajos de una sensibilidad visual prodigiosa. A partir de Macbeth, el drama inmortal de William Shakespeare, el maestro Kurosawa nos ofrece una obra de una belleza abrumadora, magnética, temperamental y feroz tomada por asalto por la rica tradición escénica que atesora su país desde tiempos inmemoriales. Dos de los mejores actores de su prestigiosa escudería, Toshiro Mifune (Los siete samuráis) y Takashi Shimura (Vivir), protagonizan esta sangrienta aventura situada en el Japón devastado por guerras feudales y juegos de tronos en las postrimerías del siglo XVI.

La venganza de un actor (Yukinojo Henge, 1963), de Kon Ichikawa, incide también desde su propia trama argumental en el mundo del teatro: un famoso actor de Kabuki descubre, mientras actúa en los escenarios, a tres personajes que provocaron el suicidio de sus padres años atrás. La pulsión dramática propia de cualquier intérprete se entremezcla con el pálpito que le provoca su deseo irreprimible de venganza. Ichikawa, cuyo inobjetable talento tras las cámaras no alcanzó nunca los niveles de excelencia artística de Mizogichi ni de Kurosawa, conserva sin embargo un equilibrio admirable a la hora de entretejer las diversas subtramas que convergen en el guion de esta excelente película, donde el autor de El arpa birmana (Biruma no tategoto, 1956) imprime su inconfundible sello autoral.

Doble suicidio (Shinju: Ten no amijima, 1969), de Masahiro Shinoda, última proyección del ciclo, nos devuelve de nuevo al mundo del Kabuki a través de los lances personales de una pareja de enamorados que, tras sufrir una racha continua de infortunios, decide poner fin a sus vidas. La película, basada en una pieza teatral del dramaturgo Chikamatsu Monzaemon, de la que Mizoguchi realizó su propia versión en 1954, supuso, para su época, un arriesgado ejercicio formal que causó sensación entre la crítica especializada. Uno de los grandes de la Nueva Ola japonesa de los sesenta, el grueso de cuya filmografía sigue siendo un verdadero enigma para la inmensa mayoría de espectadores españoles

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