La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un crimen dormido

El escritor grancanario Carlos Ortega Vilas, autor de cuentos y reportajes, debuta en la novela con 'El santo al cielo', publicada por la editorial madrileña Dos bigotes

Decía G.K. Chesterton, autor de El hombre que fue jueves, que "el escritor ha de ser primero el criminal y luego el policía". O, lo que es lo mismo, primero concibe el crimen y luego la investigación. Esa es la forma en la que el escritor grancanario Carlos Ortega Vilas, autor de cuentos y reportajes para la edición digital de El Viajero de El País, ha concebido su primera novela, El santo al cielo, publicada por la editorial madrileña Dos bigotes. La estructura de la novela se basa esencialmente en un flashback (el autor reproduce varios procedimientos del lenguaje cinematográfico: montaje, fragmentación en escenas, simultaneidad, etc.), o, dicho de otra manera, una analepsia, esto es, la reconstrucción de unos hechos sucedidos antes del momento en que comienza y transcurre la historia.

El santo al cielo es un viaje de ida y vuelta al pasado, y a ello responde la estructura del relato que Ortega Vilas articula en dos líneas temporales que tienen como protagonista a Silvia Manzanares, una profesora de educación infantil cuya sed de venganza muta en un vía crucis que amenaza con acabar con su vida, y a dos investigadores atípicos: Aldo Moteiro, inspector jefe de la Policía Nacional, y Julio Mataró, teniente de la Guardia Civil, que se juegan la piel en frío porque la historia transcurre en las cercanas fiestas de Navidad en una ciudad de provincia indefinida, lo que no quiere decir que no incida en la crítica, a veces feroz, de las relaciones sociales, económicas y políticas de la España actual.

En lugar del narrador en primera persona clásico de la novela policíaca americana, que tiene su propia moral, y no siempre encaja con la de la sociedad en la que vive, el punto de vista aparece aquí transformado en una cámara que registra y enmarca la realidad: no juzga, no valora, simplemente narra. El santo al cielo está concebida para que cada acción pueda ser fotografiada o dibujada, tal como se hace con el escenario de un crimen, y en todo caso termine de explicarse con el diálogo, donde Ortega Vilas se muestra seguro, poderoso y brillante. Su dominio del misterio y del suspense es memorable. Cada página es la constatación del triunfo de un elaborado plan que obliga al lector cuestionárselo todo. Incluso el género. Ahí es nada

El santo al cielo puede leerse como una novela policíaca, pero también, y sobre todo, como una novela sin más, gracias a esa sutil ambigüedad en la que Ortega Vilas sume a sus personajes, y con la que posteriormente emergen como un cadáver recién exhumado. Sus personajes son seres atormentados (no sólo Silvia, sino también Julio, que oculta sus verdaderos sentimientos hacia Aldo, un ateo recalcitrante al que le gusta recitar el santoral del día), seres angustiados por experiencias dolorosas que les convierte en individuos incapaces de tener respuestas emocionales adecuadas. Como en el universo narrativo de Paul Auster, el azar gobierna sus vidas. Y es el azar también el que pondrá en contacto a los tres para encajar las piezas de un crimen dormido, cuyas imágenes truculentas y en cadena sacuden sin un respiro las páginas de la novela.

En El santo al cielo no hay mujeres fatales, ni detectives de gabardina, sólo vidas anodinas, de las que Ortega Vilas sabe extraer todo el horror, el hedor, las mentiras y las contradicciones de nuestro tiempo, con un realismo que aflora en toda su crudeza desde el primer párrafo: "La escena es siempre idéntica. Puede que, en ocasiones como esta, el hedor resulte casi insoportable, incluso para los olfatos más curtidos. Conviene transigir y aceptarlo desde el primer embate, pues forma parte de la rutina. Una rutina -la de la muerte- con sutiles alteraciones que, sin embargo, se repite con monótona exactitud. Aldo miró a su alrededor tratando de abarcar el conjunto. La habitación tendría unos treinta metros cuadrados. Se fijó en el capitoné dorado de la puerta, desprendido en parte a la altura del cerrojo hecho trizas. [...] En el centro, un televisor Philips de los años ochenta sobre una mesita de IKEA. Frente al televisor, un sofá de polipiel, color cereza. Y en el sofá, el origen de aquel olor". Ortega Vilas no es sólo un escritor con buen olfato, sino que además ha creado su propio género.

Compartir el artículo

stats