La Provincia - Diario de Las Palmas

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Donde anide el tucán

Su poesía libérrima es un antídoto cabal contra cualquier convención. Y lo que la vuelve atractiva es que nuestro poeta no denuncia sino que detecta

Entre "alhajas grises y podridos días" A. C.

Hace unos años, en Puerto Ayacucho, el último pueblo venezolano limítrofe con la selva del Amazonas, estuve a punto de tocar, una vez, el brillante plumaje oscuro como de cuervo vitalista y rumbero de un tucán. Era la mascota fetiche que -con más suerte que el tití que gesticulaba encadenado- andaba a sus anchas por la sala de la casa de un conocido. "¿Puedo?", le pregunté, mientras me acercaba al raro pájaro, y me respondió con un lacónico: "Si puedes, sí". Corría como un avestruz en miniatura, el condenado, y, de pronto, se viraba, retándote fijamente con su par de ojos ambarinos de círculos rimmelizados y su robusto y estilizado pico de naranja chillón y dimensiones de chopa sobrehumana. Algo de ese exotismo escurridizo me ha recordado la aproximación a estos poemas de Antidio Cabal, redobladamente extraños si reparamos en su procedencia insular. Cuando, a falta de un pensamiento específico, se ha señalado con razón que el más eminente discurso filosófico en o de Canarias, se encuentra disperso en la obra de los poetas, Cabal es un sorprendente filón excepcional. He aquí un tratado filosófico-(auto)poético de primer orden, a la vez genealógico y postrimero (como en una pesca de arrastre en una orilla de altamar), que nos invita a romper, en efecto, con el Logos convencional; dejar atrás la "carcasa milenaria", como promulgaba, por ejemplo, el último Manuel Padorno.

Estamos, en efecto, ante un atípico filósofo-poeta, cuya repentina y oportuna emergencia, en nuestro entorno, sirve -o servirá- como catalizador para una lectura filosófica de la poesía; y tanto más y mejor por cuanto su errancia y extraterritoridad' militantes constituyen un revulsivo contra cualquier contenido folclórico al emprenderla...

Si uno no ha leído mal este bien ajustado díptico existencialista (desde los grumos aforísticos o partes meteorológicos de Atmósfera a la erupción creacionista y torrencial de Parasangas), resulta evidente que en el principio no fue el verbo, sino, en todo caso, la conjunción de la carne y el verbo dando vueltas de carnero. No hubo jamás una armonía primigenia, de la que habríamos sido expulsados, y que, si nos comportamos meritoriamente, recobraremos, tal y como nos relataron. No hay metafísica sin fisicidad previa, nos advierte Cabal, toda vez que "El alma no soy yo, yo soy la sangre y la carne, / el alma es una indocumentada"... Y que lo que hay, en todo caso, dice, por ejemplo, en el poema "Estancia", es "En la penumbra indígena / carnes metafísicas".

Para resolver los hiatos y fisuras en las paradojas que, a la vez, compone y recorre con el cuidado de un funambulista ambidextro, no es infrecuente un humorismo de cierta agridulce retranca reconocible en diversos poetas isleños. Así, por ejemplo, cuando dice "No tengo amigos en la esencia". O "Yo no valgo la pena en lo finito". O "Las cosas no sienten sueño en la noche, / yo tampoco, yo soy cósico", etcétera. A este respecto, de la insularización inexorable, resulta emblemático el rodeo parabólico de un poema como Felicidad:

"Los animales no tienen fe, no tienen no fe, / inopia en decálogo y apóstoles, en profetas, / son independientes de los automóviles, / no se plantean la ética, / el universo no los traiciona, / suerte, muchachos"...

Uno de los descubrimientos más impactantes al visitar Costa Rica (donde nuestro poeta, desconocido en su tierra, goza de predicamento, lo mismo que la majorera Josefina Pla en el Paraguay o el también grancanario Silvestre de Balboa en la primera página de Cuba), es, junto a la belleza paradisíaca del paisaje, la angosta proximidad del Pacífico y del Atlántico, a un tiro de carretera ambos Océanos. Y esa cercanía entre las prístinas y tranquilas aguas de color turquesa y el alboroto de los tonos inciertos, ilustra la doble orilla que atraviesan sus poemas. De un lado, parece apuntar a la tentativa mística de un Juan de la Cruz, persuadido, por ejemplo, de que "Las ideas son grietas", y de que "Lo que no puede ser amado no existe"... Pero, en rigor, se le imponen tumultuosamente, del otro lado, las ventoleras de un Nietzsche; toda vez que, se percata nuestro poeta, "La verdad no se está quieta, es degenerativa". O que sólo "Conozco la realidad mirando su apariencia". O, más incisivo, "Cuanto más apariencia paralicemos / dispondremos de menos realidad". O, en fin, con el severo concurso de Heráclito, "No creo en lo que pasa y se queda / eso es ceniza"...

En el mismo son de detectar y querer drenar la gran fisura interior, nuestro poeta reconoce: "Yo tengo un yo de este lado y otro yo de este lado, / acoplo los dos lados para reunir la dualidad / y sólo reúno una pareja de ráfagas". De modo que lo honesto es advertir de que "La cordura me acosa / con toda su irracionalidad", y, más coherente aún, concluir: "La locura es la convulsión humana más cerca de una / concepción de totalidad".

En (imposible) síntesis, toda metafísica es carnal y hasta carnavalera -sin dejar de ser seria, como el rostro del tucán-, porque la mácula se da desde el comienzo -"Contaminada la identidad por la identidad, / esto es la identidad"-; y, a la postre nos sucederá lo que prescribe el poema Cerradura: "Tarde o temprano / habremos de cerrar / nuestro principio"... Y, a colmo, los cortes temporales no ayudan a superación alguna, toda vez que, como dice en el poema "Introducción al presente", "El porvenir nos llenará de pasado". O, como explica la totalidad existencial en otro momento: "Pasado y futuro estructuran la ceniza, / el presente la consume, // el contexto universal de la ceniza es la conciencia".

Es, en suma, un antídoto cabal contra cualquier convención esta poesía libérrima y sin concesiones. Y lo que la vuelve atractiva hasta el magnetismo es que nuestro poeta no denuncia, sino que detecta. Señores, nos dice sin elevar la voz, así es como funciona, en nuestra inerte vida, el día de la marmota: "... la defensa de la carne no está legalizada / y no se aceptan los deseos como bienes, / se elige siempre al que piensa menos...". Y por nuestra parte, toca reconocer que en modo alguno logré tocar al tucán, ni siquiera mirarle mucho rato a los carnavaleros y grávidos ojos...

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