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El azar y la necesidad de los bolígrafos

"Vivimos una época mediocre", afirma el físico y escritor, que acaba de publicar 'Teoría de la creatividad' y dirige el proyecto del Museo Hermitage-Barcelona

Para explicar lo azaroso en la captación de ideas susceptibles de convertirse en un gran invento científico de alcance universal, Jorge Wagensberg remite a la invención del bolígrafo. Se siguen utilizando por millones en el mundo y nadie le ha puesto la medalla que merece a su inventor, el periodista húngaro László József Biró (Budapest, 1899 - Buenos Aires, 1985). "Es uno de esos inventos que dan un volantazo a la historia, y la dividen en dos partes, acelerando su curso. Un problema le traía de cabeza para el ejercicio de su profesión: el instrumento de escritura. El lápiz corre pesadamente sobre el papel, y requiere un sacapuntas como accesorio, mientras que la pluma estilográfica se desliza con agilidad pero mancha la ropa, se le acaba la carga rápidamente y se atasca en los momentos más inoportunos.

Un día, mirando a unos niños jugar a las canicas, se fijó en cómo una de ellas atravesaba un charco dejando luego un rastro nítido de humedad en el suelo seco. Y lo aplicó a su invento. Así nació un invento del que llegarían a fabricarse más unidades que estrellas hay en nuestra galaxia: el birome, o sea la esferográfica, o sea, el bolígrafo. La publicidad de la época presumía de este modo: el útil está siempre cargado y dispuesto, escribe con tinta indeleble, seca en el acto, permite hacer copias con papel carbón y es única para la aviación. La idea sirvió al mundo para todo eso, y a Biró y a su familia acaudalarse para emigrar a Argentina y librarse del holocausto", relata de un invento que sobrevive silencioso y casi desapercibido, y goza de muy buena salud, en la era digital.

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