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LECTURAS NOVEDADES

Jorge Wagensberg: el arte de ser de ciencias y de letras

"Vivimos en una época mediocre", afirma el físico y escritor, que acaba de publicar 'Teoriía de la creatividad' y dirige el proyecto del Museo Hermitage-Barcelona

Jorge Wagensberg posa en el hall del hotel Parque. JOSÉ CARLOS GUERRA

Espetarle, a las 9.47 de la mañana, a un auditorio de profesores y alumnos de Filología Hispánica: "Todos sabemos que el hombre desciende del mono, pero ¿nunca os habéis preguntado de qué monos descendemos y de cuáles no?", es una garantía de meterse al público en el bolsillo. En realidad, lo es para hacerlo con cualquier público y a cualquier hora. Pero si, además, casi sin terminar de responder a lo anterior, le entra en su propia materia, con un aforismo de este calibre: "Tiene más remedio una persona que no ha leído ningún libro que una persona que sólo ha leído uno", entonces ya es seguro que se ha metido al público en los dos bolsillos. Más tarde, si les hace razonar que, en el origen, "hubo monos que se quedaron en los árboles, porque claro era mucho más cómodo no bajarse, y de esos no procedemos; venimos de los que se aventuraron por selvas y estepas", entonces el público ha perdido ya cualquier gota de somnolencia.

Eso hizo el físico y escritor Jorge Wagensberg (Barcelona, 1948), una mañana de finales de enero, en la inauguración de un simposio de la Asociación Española de Teoría de la Literatura, en la Casa de Colón, en Las Palmas, coordinado por el profesor de la ULPGC José Manuel Marrero Henríquez y que contó con el copatrocinio de la Fundación Martín Chirino. Belleza e inteligibilidad -es decir, arte y ciencia- fue el título de esa ponencia inaugural, ofrecida por quien promulga: "En más de tres siglos de ciencia, todo ha cambiado excepto, tal vez, el amor por lo simple". Autor de varios volúmenes de sutiles y horadantes aforismos, Jorge Wagensberg es catedrático de Física de la Universidad de Barcelona, donde imparte la asignatura (¡título lírico y psicoanalítico donde los haya!) Procesos Irreversibles. Acaba de publicar, también el pasado mes de enero, Teoría de la creatividad. Eclosión, gloria y miseria de las ideas (Tusquets), y dirige el proyecto científico del Museo Hermitage-Barcelona, que abrirá sus puertas, previsiblemente, a mediados de 2019.

Es un intelectual ciertamente atípico, marcado por la dualidad irreductible. Allí donde el común de los intelectuales y científicos adquieren derroteros unidimensionales, esforzándose, incluso, en achicar cualquier neurona esquizoide que no les rente en sus intereses intradisciplinarios, Wagensberg, por contra, reclama y propala el pensamiento ambidextro. Y no sólo eso: se ve que, con gran poder pedagógico, la dualidad le alcanza para vivir en una especie de sincronía histórica -que le permite hablar de los monos, Copérnico o el vaso de Giotto, como si estuviera presenciándolos- y, al mismo tiempo se muestra riguroso con las genealogías, curado de mitomanía alguna. Algo así como a la ciencia rogando y con las letras dando -o viceversa- podría ser su lema.

Luego, en la entrevista, arrellanado en un sillón del hall del hotel Parque, se ve a un pensador tan descreído como sin pelos en la lengua. Escéptico, pero motivado, que habla con un espanto curadísimo de espanto. Alguien que emite juicios corrosivos con el mismo rigor y asepsia, en fin, que quien enunciara una fórmula de Química.

"Vivimos en un país mediocre en una época especialmente mediocre", afirma, a tenor de su nuevo ensayo, Teoría de la creatividad. Eclosión, gloria y miseria de las ideas. La cosa es muy simple: "La mediocridad es justo lo contrario de la creatividad, y ésta ha mermado considerablemente en nuestro tiempo. Al igual que las personas, las épocas pueden dividirse, grosso modo, en creativas y mediocres, y es evidente que hoy atravesamos período de mediocridad palmaria", explica. "Entre otras razones, porque las personas creativas son apartadas de los procesos de decisión. Ocurre en las empresas y en la política, donde observamos cómo los líderes prefieren hacerse con camarillas que les permitan reafirmarse a sí mismos, en vez de escoger a personas con capacidad, es decir, creativas", observa, para agregar que, en política, porque concierne al conjunto de la sociedad, esta cuestión es especialmente grave: "La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos".

El autor de El pensador intruso opina, asimismo, que "uno de los grandes males de la docencia consiste en la eliminación de las paradojas, cuando son el único motor del pensamiento". De nuevo, sólo un caso de especial gravedad, pues, a su juicio, es una lacra que afecta a la totalidad del sistema. "En realidad, ocurre en todas las instancias y tribunas de poder, políticas, mediáticas y académicas: la paradoja es sistemáticamente laminada de cualquier discurso. Pero es lógico que preocupe, sobre todo, en la enseñanza, que consiste, se supone, en la transmisión del saber", manifiesta. "Detectar una paradoja es una especie de alarma roja, que nos indica que necesitamos una nueva idea, e incita, por tanto, a renovar el pensamiento. Es evidente que la mayoría de los profesores, temiendo contradecirse o, simplemente, para no complicarse la vida, esconde las paradojas. Es decir, clausura el diálogo, sobre todo el del alumno consigo mismo, y sin ese proceso, no hay aprendizaje que valga", subraya.

Wagensberg, que fue el fundador del Museo CosmoCaixa, de Barcelona, y su primer director, durante 15 años, habla también del nuevo proyecto del Museo Hermitage, en la Ciudad Condal, del que él mismo será el director artístico, y que abrirá sus puertas, previsiblemente, en 2019. Y es lógico que aproveche para romper una nueva lanza en favor de los vínculos soterrados entre ciencias y letras -lo que incluye entre ciencias y ciencias y letras y letras. "Nunca he entendido que los museos de Arte no aporten explicaciones didácticas sobre los procesos evolutivos y contextos que hacen que las obras expuestas sean de ese modo y no de otro, a la manera de los museos de Ciencias", reivindica. "El nuevo Hermitage no será una mera franquicia de su homónimo de San Petersburgo. Se exhibirán fondos propios, y habrán algunas obras en renovación permanente para fomentar el interés didáctico; algo que considero prioritario es la enseñanza de la conquista de la perspectiva en la pintura, ese arduo y lento proceso que va, por ejemplo, desde Altamira a Dalí, y que abarca 20.000 años", explica, a propósito del Museo, radicado en el Puerto de Barcelona, en un edificio de 15.500 metros cuadrados y de factura racional y clásica, obra del arquitecto Íñigo Amézola.

Pero, sin duda, la más peculiar vertiente creativa de Jorge Wagensberg son sus aforismos, de los que da una contundente muestra en su libro Más árboles que ramas: 1.116 aforismos para navegar por la realidad' (Tusquets, 2012), un título que juega con esta verdad (suya) irrefutable: "Ningún bosque tiene más árboles que ramas". Si, desde la teoría, el físico y escritor, viene reclamando la necesidad de recobrar la unidad primigenia entre ciencias y letras -pues, en rigor, "abordan la misma materia, por más que sitúen el énfasis en el objeto y el sujeto, respectivamente", esclarece-, en la praxis, los aforismos le sirven de clavijas más o menos próximas a ese eslabón perdido. "El aforismo es el más científico de los géneros literarios", define. En él se funden comprensión (de comprender) y compresión (de comprimir), y es también "el más libre", por cuanto se trata de "un texto sin contexto". En sus trazos, horadantes como dardos y sutiles como guindas, y nunca exentos de humor elegante, se suelen mezclar la reflexión metacientífica y una mirada transversal en variadas disciplinas de Humanidades. A veces, apunta hacia lo filosófico: "Si, como avisa el Eclesiastés, no hubiera nunca nada nuevo bajo el sol, no existiría ni el sol"; otras, se vuelve politológicos, como cuando dice: "No conozco ningún fascista que hable más de tres idiomas"; o, en otras ocasiones, tira de lo lírico, con cierta proximidad a la greguería: "Una amapola en un trigal es la elegante protesta de la natura contra una propuesta de la cultura". Pero, en el fondo, prevalece siempre una transversalidad 'wagensbergiana', que sencillamente se vuelve más expresa, como en el mentado aforismo que, en su intervención, les dijo de viva voz a los filólogos: "Tiene más remedio una persona que no ha leído ningún libro, que una persona que sólo ha leído uno"? Lo reiteramos por su sutil polisemia, ya que, al mismo tiempo que podría figurar en un manual de didáctica de la literatura, es una piedra que abre en dos un océano, y podría figurar en el pórtico de un manual de zoología: el origen de dos especies irreconciliables o los dos tipos de monos: los que se bajaron y los que se engancharon a las hojas para siempre?

"Mientras que el refrán liquida la conversación, el aforismo abre la idea al pensamiento, y estimula, por tanto, la conversación", considera Wagensberg. "El refranero tiende al inmovilismo a través de una persuasión unánime, y la unanimidad es siempre síntoma de idea trivial y colectivo acrítico", sostiene. Y lo ilustra, desactivando, además, la consistencia de varios refranes al uso. "La frase nunca hay nada nuevo bajo el sol, por ejemplo, carece de rigor empezando por el sol mismo, pues, hoy lo sabemos, el sol ya no es lo que fue ni es aún lo que llegará a ser", asevera. Y otro tanto ocurre, a su juicio, con un refrán tan extendido como "La excepción confirma la regla". "No es fácil tropezar con una frase más absurda", dice; una excepción es una contradicción entre la regla y la realidad que la regla pretende regular. Funciona como la sirena de una alarma que avisa de que algo está fallando en el conocimiento vigente. La crisis se resuelve deshaciendo la contradicción: o cambio mi manera de mirar -y se consolida la comprensión vigente- o cambio mi manera de creer, y se celebra la emergencia de una nueva comprensión. La excepción de la regla -es decir, la contradicción- anuncia nuevo conocimiento". Y lo remata con otro dicho popularizado, que carece por igual de fundamento alguno: "Todas las comparaciones son odiosas". "Si así fuera, no percibiríamos nada en absoluto", advierte; si no se puede comparar, entonces no se puede medir, ni se puede dar cuenta del cambio, ni percibir el tiempo ni el espacio? Si no se puede comparar, nada empeora ni tampoco nada mejora. En una palabra: si no se puede comparar entonces tampoco se puede comprender", agrega el científico, para concluir que "en la carrera de la hominidad hacia la humanidad, el gran salto fue, justamente, la adquisición de un lenguaje capaz de hacer comparaciones. Es muy posible que ello fuera posible gracias a una gran mutación que permitió al Homo sapiens hacerse preguntas sobre sí mismo".

Wagensberg sugiere, también, que la reversibilidad complementaria entre las ciencias y las artes son, en cierto modo, un correctivo de humildad entre ambos ámbitos. "Cualquier actividad humana se nutre de ideas, y la historia nos muestra que quien tiene la idea pocas veces es el mismo que la comunica, que, a su vez, tampoco suele ser el mismo que quien seduce con ella", sostiene. Y, además, se complementan porque "el arte puede intuir sin comprender, pero la ciencia no; en ésta, el contenido tira del lenguaje, mientras que al arte lo clasificamos lo clasificamos por el lenguaje, que es determinante. El lenguaje es relevante en el arte e irrelevante en la ciencia". Pero la reversibilidad que promulga entre ciencias y letras tiene un valor mucho más determinante: hacer de supervisores de la tecnología. "La técnica es la única dimensión que puede llegar a cambiar el mundo sin comprenderlo", asevera. Y en el decurso de las ciencias naturales, advierte, asimismo, un correctivo contra el discurso de las denominadas ciencias sociales. Explica que, por más que nos podamos llenar la boca con mil y un rótulos mediáticos y sociológicos de por dónde van los tiros sociales en un momento dado: posmodernidad, poscapitalismo, pensamiento débil, neobarroco, era del vacío, posverdad, sociedad líquida? Todas esas etiquetas se producen siempre "a toro que acaba de pasar o, como mucho, en tiempo presente, pero nunca tienen el valor de un pronóstico, no se anticipan a predecir nada, y ahí es fundamental el papel correctivo de la ciencia, que busca, justamente, anticiparse a los fenómenos, con independencia de que logre o no conseguirlo", argumenta.

Para Jorge Wagensberg, lo relevante son las ideas -"sean estas de ciencias o de letras", ironiza-, que, en realidad, operan como un revulsivo o un antídoto contra las ideologías. "El fundamentalismo no es otra cosa que el margen cero para la interpretación, y por tanto, para cualquier asomo de idea", dice; una idea que cabe reforzar con uno de sus aforismos: "Una mente que decide seguir pensando sin mover las ideas se parece un pájaro que decide seguir volando sin mover las alas".

En conclusión, "la compasión por el otro" es, advierte, la única fuente posible de progreso moral; en las antípodas de las ideologías y las religiones, "cuya función primordial es proteger las creencias, en una obstrucción e involución permanentes".

Al final, como guinda, para ilustrar lo que considera "la mediocridad-ambiente de la cultura española", saca a colación la célebre propensión a la envidia. "Es absurdo incurrir tanto en ella, pues, de los siete Pecados Capitales, la envidia es el único que no proporciona gozo", concluye.

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