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E. M. Foster: desde el otro lado del seto

El autor de 'Pasaje a la India' decía estar al lado del Imperio, lamentar, a veces, la gloria de ser británico y conspirar antes contra la patria que traicionar a un amigo o a sí mismo

E. M. Foster.

En 1984, apenas unos meses después de conocer la calificación del último parcial de literatura inglesa que había realizado junto al resto de la promoción de Filología Germánica en la Universidad de La Laguna, comenzó a editarse en España una serie de novelas de Edward Morgan Forster (1 de enero de 1879 - 7 de junio de 1970) que recuerdo haber leído casi al mismo tiempo que James Ivory, Charles Sturridge y David Lean en Inglaterra y los Estados Unidos, decidieron llevar a la gran pantalla. Entre 1984 y 1992, las novelas del conocido escritor de Hertfordshire, noroeste de Londres, elevaron, décima a décima, la temperatura en el campo de la edición española trasladando del frío al calor el ambiente de las salas donde comenzaban a proyectarse los primeros rodajes que se distribuían por todo el país sobre cada una de ellas.

Las novelas eran todas muy buenas y las versiones cinematográficas, sin excepción, también lo eran. Esta armonización inusual entre el cine británico y la literatura de Forster hizo que me preguntara por qué no habíamos estudiado a este autor en los últimos años de carrera: aquellos que correspondían a la especialización de una materia tan importante en nuestra formación filológica como la literatura inglesa de los siglos XIX y XX.

En la mayor parte de los programas universitarios de narrativa en la década de los ochenta, la novelística de Edward Morgan Forster no se trataba en profundidad al haberse mezclado, en algunos casos de forma perversa, su vida personal con su talento literario. Con su obra extrañamente anclada en la crítica de los ideales equivocados de la sociedad victoriana, el temario de nuestra asignatura quería darle un mayor protagonismo a la frescura, los aires de modernidad y la inspiración que poseían muchos de los integrantes del Círculo de Bloomsbury con quienes E. M. Forster mantenía una relación de tipo tangencial. "Los intelectuales de principios del siglo XX en Inglaterra", decían nuestros profesores, "frecuentaban asiduamente la casa de Virginia Woolf, por aquel entonces, ubicada en el número 46 de Gordon Square, con el fin de crear un grupo, lo más amplio posible, de artistas y reflexionar, de manera conjunta, sobre la existencia y la sociedad." Después de Regreso a Howards End (1910), ser plenamente consciente de su capacidad creativa y haber publicado, hasta ese momento, dos novelas de distinto perfil psicológico ? Donde los ángeles no se aventuran (1905) y Una habitación con vistas (1908)?, E. M. Forster confiesa ser admirador de Charles Dickens, Gustave Flaubert, Fiódor Dostoievski y Marcel Proust, algo que en la esfera mágica de Bloomsbury sonaba a puritanismo victoriano, literatura mojigata e historias de un escritor del siglo XX con relatos que, según sus propias declaraciones, parecían estar nuevamente saturados de personajes hundidos en la desesperación y el runrún de los últimos años de la reina Victoria. Esta fue una de las primeras conclusiones que, en aquel momento, explicaron de alguna forma el porqué de su omisión.

En los primeros años del siglo XX, además, E. M. Forster no se encuentra en Inglaterra; viaja constantemente a Italia, Grecia, Alemania, India y Egipto. El autor de Pasaje a la India en 1924 declara estar enamorado de un conductor de autobuses egipcio que responde al nombre de Mohamed el-Adl. Por este motivo, el amor entre dos personas del mismo sexo no va a quedar tan solo en la novela llevada al cine en 1987 con el mismo título, Maurice, debido a que después de esta aventura que acabará con la muerte de el-Adl como consecuencia de la tuberculosis, E. M. Forster se siente atraído por el afamado historiador y politólogo Goldsworthy Lowes Dickinson y, en los últimos años de su vida, por Bob Buckingham, un agente del orden británico, con quien vive el más largo de sus romances en un país donde la unión entre dos miembros del mismo sexo es aún ilegal. Amigo íntimo de George Orwell, claramente de izquierdas y director, entre los años veinte y treinta, del periódico laboralista The Daily Herald, E. M. Forster afirma escribir tan solo sobre aquello en lo que confía, detenerse en el mundo afectivo de los seres humanos y ocuparse de aquellos asuntos, preferencias y delirios que contribuyan a definir a sus protagonistas como figuras nítidamente distintas de todo lo que les rodea.

La falta de entendimiento entre el doctor Aziz, el profesor Fielding, la señora Moore y la señorita Adela Quested en un viaje que realizan a las cuevas de Marabar en Pasaje a la India, resume, a pesar de los años de convivencia y el intercambio cultural existente entre los nativos hindúes y los colonos británicos, lo difícil que resulta, a veces, la reconciliación entre dos grupos sociales por cuestiones de herencia genética, disparidad de costumbres y/o discrepancia de gustos, hecho que E. M. Forster aplica, de igual modo, a las condiciones culturales que distancian, de manera insuperable, a los individuos de una misma localidad, colectividad social, clase, especie o nación. Bloomsburiano periférico, E. M. Forster decía estar del lado del Imperio, lamentar, a veces, la gloria de ser británico y conspirar antes contra la patria que traicionar a un amigo o a sí mismo. Con novelas donde la razón y los sentimientos alteran la vida propia y las ajenas para abrirse camino hacia el futuro, la narrativa elegante de su ficción parece bien distinta a los objetivos de Bloomsbury, concentrados, más bien, en psicoanalizar a los personajes bajo la lupa freudiana, debatir sobre sus preocupaciones y jugar a las expectativas en una época de difíciles equilibrios internacionales. Ensayista, conferenciante, biógrafo, periodista, locutor radiofónico para la BBC y autor, como crítico literario, de Aspectos de la novela en 1927, publicó también El ómnibus celestial (1911) y El momento eterno y otras historias (1928), dos colecciones de cuentos fantásticos y relatos modernistas donde, ¡por fin!, surge el Forster más simbólico y decorativo cuya estética indaga en el carácter figurativo, abstracto y metafórico de las emociones, el bloomsburiano más vanguardista o, mejor aún, el realista moderno.

"¿Es esto un jardín moderno?", se pregunta el protagonista de Al otro lado del seto (1911) después de haber tomado la decisión de apartarse a un lado de la carretera cuando, como cada día, avanzaba hacia el final de la misma acompañado de su inseparable podómetro en la cintura. La vía por la que transita representa la trayectoria de su vida. El agotamiento, los últimos instantes de su existencia y vigor, los corredores que le aventajan, la competitividad y el progreso, la luz, una catarsis estética, y el espacio que se abre al otro lado del seto, los primeros instantes de una nueva forma de existir en la que ya no es necesario lo material; tampoco la tristeza que produce la sensación de haber envejecido sin haber "respirado" lo suficiente: "A little puff o air?, to revive me", escribe.

La luz que se apaga a un lado del seto, no deja ver bien el color de las flores, el tamaño de las plantas ni la geometría del nuevo jardín. Cruzar la valla no deja de ser traumático y complejo pero, una vez al otro lado, los que allí le esperan cuestionan todo lo que era innecesario hacer en la tierra cuando el anónimo protagonista era joven y, con el devenir de los años, algo mayor, muy mayor, extremadamente mayor y viejo. Preocupado por el arte y la estética de la belleza cristiana según las doctrinas agustinianas de la Alta Edad Media y de Santo Tomás de Aquino durante el siglo XIII, lo que es bello al otro lado del seto, es lo que dicho personaje descubre de manera fortuita. Lo placentero no es tan solo la contemplación visual del exterior sino la bondad que percibe en la voz del desconocido que le habla: la integritas sive perfectio (integridad o perfección) armónica de las nuevas relaciones, rincones, espacios y paisajes que tiene la oportunidad de describir.

E. M. Forster muere un 7 de junio. Corría el año 1970 cuando, a la edad de 91 años, el autor de Una habitación con vistas dice definitivamente adiós al mundo de las letras sin haber publicado, por temor, algunas de sus mejores novelas, ver reeditadas sus más atrevidas conferencias y mucho menos apreciar en el cine las adaptaciones más destacadas de su obra -la actuación de Judy Davis, Peggy Ashcroft, Victor Banerjee y Nigel Havens en los papeles de Adela Quested, la señora Moore, el doctor Aziv y Ronny Heaslop en la versión de Pasaje a la India de 1984 y Anthony Hopkins, Emma Thompson, Vanessa Redgrave y Helena Bonham en las figuras de Henry Wilcox, Margaret Schlegel, Ruth Wilcox y Helen Schlegel en el estreno de Regreso a Howards End de 1992, por ejemplo-. A los cuarenta y siete años de su fallecimiento y desde este el lado terrenal del seto, E. M. Forster trató cada día de hacer su propio viaje. "Ese es mi camino", grita el anteriormente citado protagonista de Al otro lado del seto desde el lado celestial del jardín cuando, como todos los días y hasta la fecha de su fallecimiento, tan solo tenía, al igual que Maurice en la Inglaterra eduardiana, que esperar su momento. "Sí", le responden, "pero no el punto del camino que buscas para regresar a la tierra".

Vicepresidente del Ethical Union de Londres en los años cincuenta y miembro de honor en el Council of Humanists Foundation en los sesenta por sus lecturas, conferencias, seminarios y charlas sobre la libertad de expresión, la responsabilidad moral de los individuos, la tolerancia intercultural?, esta reseña es una contribución a su memoria.

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