"Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello". Así comienza el poema El niño yuntero de Miguel Hernández, que a pesar de haber sido musicalizado por el cantautor chileno Víctor Jara en 1971 y de que, a su vez, esta canción fuera versionada por Joan Manuel Serrat, parece que poca gente conoce.

Esta es la conclusión a la que llegaron algunos espectadores después de ver la obra teatral Los niños del XXI, en la que los versos de Gustavo Adolfo Bécquer sirvieron para reflexionar acerca de la realidad de los niños soldado.

Sin pretender criticar la obra del poeta sevillano, creo que los versos del poeta cabrero eran más idóneos, no sólo porque se refieren a un niño explotado, sino porque su autor murió víctima de una guerra.

Pero a pesar de ello, Los niños del XXI es una obra emotiva, aunque podía haber sido más lograda si hubiese hecho más justicia a su título. Se supone que narra las historias entrelazadas de tres niños en sendos conflictos bélicos: Colombia, la República del Congo y Siria, pero resulta que, en realidad, solo son niños los de los dos primeros, y están interpretados por adultos.

En particular, la interpretación del niño colombiano resulta algo estridente al ver a un adulto poniendo voz de un niño de ocho años.

El resto de la obra no está mal, pero resulta que la parte ambientada en el malhadado país de Oriente Próximo es una impactante historia de amor entre dos jóvenes soldados, que no niños, lo cual desvirtúa el objetivo de la obra: concienciar sobre el uso militar de niños como fuerza combatiente.

Incluso uno de estos personajes realiza un soliloquio que parece sacado de la lápida del soldado y activista LGBT estadounidense Leonard Matlovich y de una lectura histórica acerca del Batallón Sagrado de Tebas.

En definitiva, al finalizar la obra, muchos tuvieron la extraña sensación de haber visto algo diferente a lo que esperaban. Y eso a pesar de que la representación no resultó decepcionante; más bien, al contrario.