De nuevo el maestro Andrew Gourlay en el podio de la orquesta grancanaria, con el violinista alemán Albrecht Menzel, un talento de 25 años que deja huella en la Isla. Tañendo un maravilloso Stradivarius de 1709, impone su refinada musicalidad en el fraseo melódico, los pasajes de bravura y la definición del carácter de la obra.

La fluidez del discurso, cálido sin gesticulación, noblemente apasionado, sin límites en el virtuosismo, configura un intérprete serio y seductor en todo el registro, admirable en los portamentos eslavos del grave, aéreo en los armónicos sobreagudos, elocuente en la completa escala, inspirado en cada compás. Fue lo mejor de la velada, aunque el Concierto en la menor op.82 del prolífico Glazunov no sea precisamente una obra maestra y a despecho de un acompañamiento orquestal escasamente integrado y un tanto a remolque. La sarabande de Bach para violín solo, ofrecida como bis, ratificó la calidad de Menzel en dimensión inmaterial y poética.

La suite sinfónica de la ópera Guerra y Paz de Prokofiev, de suyo bastante plúmbea, fue una exhibición de batuta y orquesta en las grandes arquitecturas del ruido sinfónico. Sin ideas de primer orden, desaforadamente teatral y aparcada en la instrumentación masiva, sonó tan brillante como quepa desear pero limitada a un poematismo más narrativo que genuinamente musical. Prokofiev es un compositor sobredimensionado, de los que van perdiendo interés a media que el gusto se afina.

Sin embargo sonó bastante digna la Passacaglia op.1 de Webern, producto señero de su etapa pre-serial y primera obra catalogada por él mismo. Gourlay y Orquesta consiguieron destacar el motivo subyacente del género en todas sus variables y dentro de una instrumentación elaboradísima en timbre y color, alternativamente sutil o proyectada desde el tutti.