Las dos películas de la sección oficial del festival que se proyectaron ayer domingo por la mañana en el Monopol comienzan con una muerte inesperada, y pese a sus diferencias en cuanto a intenciones, estilo y tono, tiene sentido agruparlas, ya que ambas reflexionan sobre la culpa. Me refiero a la iraní No Date, No Signature (dirigida por Vahid Jalilvand) y la china Ash, de Li Xiaofeng.

La primera se sitúa en el buen nivel de calidad técnica y de interpretaciones que suele encontrarse en las producciones iraníes que entran en el circuito internacional. No Date, No Signature es un filme sólido, aunque no particularmente original o sorprendente. Su protagonista es un médico que se ve involucrado en un accidente de tráfico de consecuencias fatales, o puede que no tanto.

Sin llegar al grado de paranoia de La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, la verdad se desvela a cuentagotas y nunca del todo, oscilando a la hora de repartir responsabilidades por lo sucedido.

Y ese no saber de quién es la culpa basta para erosionar la entereza del personaje principal, plagado de sufrimiento y dilemas. En eso No Date, No Signature recuerda a películas de Europa del Este de los últimos años como la búlgara La lección, de Kristina Grozeva y Petar Valchanov, o la rumana Los exámenes, dirigida por Cristian Mungiu. Todas ellas resultarían exageradas de no primar un tono austero y realista, y en todas ellas un torrente de circunstancias desafortunadas ponen a prueba, y acaban doblegando, la moral de personas que son, en esencia, buenas, con todas las luces y sombras que se quiera.

Luego tenemos Ash, un thriller lángido, un poco en la línea de la película japonesa Harmonium, que se proyectó el año pasado en el festival, pese a que aquella era más emotiva y de una narrativa más clara. En Ash se menciona varias veces la novela de Tolstói Resurrección; sin embargo, a mí el argumento me recuerda mucho más a Extraños en un tren, de Patricia Highsmith (llevada por supuesto al cine por Hitchcock con el mismo nombre).

La trama se inicia con la investigación de un asesinato en un cine. Por cierto que al leer la sinopsis uno se preguntaba si ese escenario iba a tener una significación especial, si se prestaría a algún tipo de reflexión sobre el séptimo arte. No van por ahí los tiros. Tras un primer tramo, unos pocos minutos, donde predomina una narrativa convencional, y hasta sosa, aparece un rótulo en pantalla: "diez años después". Esa será única vez que se identifiquen así los saltos temporales, los cuales se volverán constantes, como para complicar un guion que en el fondo no tiene tanto misterio, y quizá para compensar que la psicología de los personajes queda un tanto desdibujada, un defecto por otra parte achacable a muchos thrillers.

Si esos son los puntos negativos de Ash, hay que reconocer que tiene por momentos hallazgos visuales notables en la composición de planos y el uso del color.

Puede leerse asimismo entre líneas en el filme de Li Xiaofeng una crítica a la esquizofrenia del sistema económico chino, en diálogos de personajes que ensalzan el dinero por encima de todo lo demás, y también en sus acciones, porque dos de ellos llegan incluso a la tentación del asesinato, por motivos que difieren según la clase social: el pobre, para proteger a su madre; el rico, para lograr conquistar a una esposa trofeo. Será ella quien más adelante pronuncie unas palabras de cordura tan obvias como obviadas: "Matar no está bien".