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Crítica | 'Love me not'

Un experimento kitsch e imposible

La actriz Ingrid García-Jonsson en 'Love me not'. la provincia / dlp

Love me not, el cóctel kitsch que configura el nuevo experimento en la dirección del veterano Lluís Miñarro, se inscribe en esa categoría de filmes inclasificables que solo pueden despertar filias o fobias. Su rupturismo y, a un tiempo, nudo de géneros, que cruza, revienta y revuelve todos los códigos de la estética surrealista, bélica, bíblica, política, absurda, subversiva, melodramática y erótica, aspira a abrazar la universalidad confrontando la esencia del ser humano: el amor y la guerra.

Esta intersección imposible se cimienta en una actualización del mito de Salomé en la piel de una andrógina y militarista Ingrid García-Jonsson, que se superpone con el conflicto militar en Irak representado en su máxima crueldad a través del personaje de Yokanaan, interpretado por Oliver Laxe, mitad terrorista y mitad profeta encarcelado, que sufre las torturas a Abu Ghraib enfundado en su uniforme naranja en la prisión iraquí. Por tanto, sin desvelar más detalles, Miñarro funde en un único relato el clima de paranoia y opresión de la guerra con la carga melodramática de un corazón roto que no acepta su derrota, y los armoniza retorciendo todos los iconos en un circo delirante.

En este sentido, esta guerra metafórica en Oriente Medio revestida de tragedia griega, que raya en lo hiperbólico y lo esperpéntico, funciona especialmente cuando se diluye en la fantasía onírica del absurdo. Sus alucinaciones de poder y sexo tienen su colofón en una sensual representación de la Danza de los siete velos, que Miñarro define como "un descuartizamiento corporal", que encierra a su vez la definición total del filme: despedazarlo todo y reunirlo de nuevo, como un ejercicio de sublevación desde el arte.

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