La personalidad creativa, potente y poliédrica de César Manrique, uno de los artistas universales de Canarias, podía parecer rebelde a la necesaria síntesis de un musical, género que, por su carácter, es sobre todo canción y agilidad escénica. El trabajo presentado por el casi centenar de artistas y técnicos reunidos por Mestisay en la música y Clapso en la escena, es un ejemplo incontestable de saber, profesionalidad y, sobre todo, amor a la significación del asunto elegido. Esos entes consagrados en la cultura viva de Canarias, con Manolo González en el origen y el control de todos los contenidos verbales y sonoros, e Israel Reyes y Carlos Santos de los visuales, han conseguido el común objetivo de glosar la vida, la obra y la muerte de un canario inclasificable y genial, además de reavivar en todos los espectadores el sentimiento de afecto a la persona y la adhesión a las ideas, tanto plásticas como ecológicas, que dieron dimensión excepcional a su figura.

La obra se desarrolla en una muy ágil sucesión de escenas biogáficas de Manrique, en las que hay maestría musical, originalidad visual, garra teatral y apelaciones trascendentes o divertidas a la militancia estética y ambientalista de quien supo liderar una conciencia conservacionista legitimada por la belleza, sin olvidar ni posponer un catálogo trascendente como pintor, escultor y muralista. Las canciones creadas para el musical o extraidas del patrimonio son nada menos que dieciocho, cada una con encanto singular que suma bailarines, coristas o actores a los cantores principales. De una manera o de otra, todas transmiten amor a la figura y la obra de Manrique, motivador del inmenso esfuerzo de esta totalidad.

El personaje central es admirablemente interpretado por el actor Mingo Ruano. Con mil matices y ni un solo exceso en la voz o el gesto, consigue transmitir el efecto luminoso que ejercían las apariciones de Manrique. De ellas tenemos los periodistas muy grata memoria. Se presentaba en la redacción, siempre sin avisar, y todo el mundo suspendía la tarea para rodearlo escuchándole, siempre ingenioso y burletero. El actor ha sabido entenderlo en esa faceta y en las de su preocupación por el territorio, sus proyectos en Lanzarote, convertidos en arquitecturas perdurables, sus agudas nostalgias lejos de Canarias, su ternura para Pepi, compañera prematuramente fallecida, o la lealtad a sus grandes amigos, en primer lugar Pepín Ramirez y Pepe Dámaso (presente en el estreno).

Gran trabajo el de Ruano, rodeado de colegas excelentes como Víctor Formoso y Maykol Hernández, además de un largo elenco actoral y de baile, coordinado este último por Cristina Pérez. Todos han conseguido encantar, divertir o emocionar.

El excelente guión de Manolo González engrana a la perfección lo que es recitado y movimiento con una impresionante antología musical, en la que abundan sus propios títulos y otros al alimón con Germán G.Arias, director desde el foso del conjunto instrumental y del canto escénico; música popular, incluso ancestral, canción moderna de las Islas y de varias puntos de la otra orilla atlántica, con predominio cubano y hasta una muestra jazzística en la voz de Marienne Abdoulaye.

La partitura del musical proyecta momentos mágicos en las intervenciones a solo o en dúo de dos auténticos mitos de la canción canaria, Olga Cerpa y Luis Morera, más impresionantes cuanto más veteranos y dotados ambos de la intensidad y la grandeza que arrastran a los públicos.

Otro momento de enorme efecto es el de los grandes corales que prolongan los temas Escrito en el fuego y Viento fue, en la honra funeral de César tras el zarpazo de su muerte, glosada en escena de manera impactante. El gran director coral Luis García Santana logra en los coralistas un pico de admirable calidad y, como consecuencia, el climax que provoca lágrimas...

Esplendida música en todos los casos, luminosa en la interpretación, penetrante en la sensibilida. Y modélica en términos de exigencia profesional la escenificación de Carlos Santos, con poderosos decorados móviles en las muy ágiles transiciones de escena a escena, rica plasticidad en motivos, símbolos, transparencias o videos, y en ocasiones una riqueza colorística potenciada por la muy profesional iluminación. La cita nominal de los partipices haría interminables estas líneas, pero quede constancia de que todos merecen el aplauso más cálido.

Después de los años pasados desde su Querido Néstor, que parecía insuperable, Manolo González aún ha ido más lejos. Sería enriquecedor para nuestra cultura que siguiera adelante con toda la ambición que apoya su talento. Cuantos han hecho realidad el musical de Manrique testifican un nivel creativo en el que hay que insistir para el mayor prestigio del arte canario. Y quienes desde las instituciones lo han apoyado, Ayuntamiento de Las Palmas y Fundación César Manrique en cabeza de una larga nómina cooperadora, saben que la inteligencia y la intensidad artísticas de Canarias son o pueden ser la mejor embajada más allá de las Islas.

El éxito del estreno en el Teatro Pérez Galdós ha sido clamoroso. Aplauso a cada canción y ovaciones finales en pie. Fascinado, el público batía palmas canturreando el último tema.