In girum imus nocte ecce y consumimur igni, curiosa frase que se lee igual en ambos sentidos, y que puede traducirse como "damos vueltas en la noche y somos devorados por el fuego". Este palíndromo, falsamente atribuido a Virgilio, es una adivinanza cuya solución serían las antorchas, según otros las polillas o incluso los demonios. Naturalmente, la mayoría se ha decantado por este última respuesta, mucho más sugerente, motivo por el cual este hexámetro dactílico es conocido como "el verso del diablo".

Su capacidad evocadora es tal, que sirvió de título a la última película de Guy Debord, a una coreografía de Roberto Castello y en esta ocasión como introducción a un espectáculo de la compañía de danza La Veronal, que con el aún más enigmático título de Voronia, nombre de la segunda cueva más profunda del planeta, nos ha hecho descender a los infiernos guiados por sus bailarines. Como era de esperar, cada uno de los niveles del averno debía ser peor que el anterior y su maldad estar ejemplificada a través del comportamiento, cada vez más malévolo y enloquecido, de los condenados en él. Pero si en la Divina comedia, Dante y Virgilio descendían penosamente a pie, siete siglos después se opta por hacerlo en un medio más cómodo, el ascensor, como Woody Allen en Desmontando a Harry.

A medio camino entre el teatro y la danza contemporánea, el primer acto refleja la vida, partiendo de la infancia (representada por un niño), hasta llegar a la muerte en la fría atmósfera de un hospital, mostrando entre tanto la naturaleza inevitable del mal, mientras que el segundo comienza como una celebración inocente y lujosa en la que de repente un ascensor nos hace descender hasta lo más hondo de la caverna de Voronia, para mostrar, como en un aquelarre, la maldad de la violencia, la irreflexión y sobre todo la banalidad del mal, de la que ya advirtió Hannah Arendt en su denuncia del holocausto.

En medio de todo ello, el espectador se encuentra con citas bíblicas, mayoritariamente extraídas del Apocalipsis, proyectadas holográficamente en el escenario, que como subtítulos de una ópera infernal le indican el camino a seguir en su descensus ad ínferos particular, porque en esta catábasis también participa la audiencia. A destacar la escena de la última cena con 13 comensales, bailada al son del intermezzo de la Cavalleria Rusticana de Mascagni, en la que uno de los convidados (la bailarina Sau-Ching Wong) trata de animar al resto a escapar, hasta que comprende que no hay salida.

Además de contar con elementos visuales claramente extraídos del cine de Peter Greenaway ( El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante), Pasolini ( Saló o los 120 días de Sodoma) y sobre todo David Lynch ( Twin Peaks y Mulholland Drive), la música, que juega un papel fundamental, incluye pasajes de Wagner ( Tristán e Isolda y Tannhäuser), Verdi ( Nabuco y La Traviata) y Penderecki. Turbadora, poética, exquisita, Voronia es de esos espectáculos que deben ser contemplados varias veces, al igual que el palíndromo que sirve de introducción debe ser leído en dos sentidos para averiguar la naturaleza de su adivinanza.