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Entrevista | Belén Santana

"Los traductores nos debemos al autor del original y al lector de la traducción"

"Este premio supone un espaldarazo a dos décadas de formación y de experiencia", señala la grancanaria, ganadora del Premio Nacional a la Mejor Traducción 2019

La traductora y docente Belén Santana López. comunicación usal

¿Cuál ha sido su mayor reto a la hora de traducir Memorias de una osa polar

Como bien dice, Yoko Tawada es japonesa, pero escribe en alemán, lo que hace que su estilo esté caracterizado por la mirada exótica de alguien que respeta muchísimo la lengua, pero que también se atreve a jugar con sus límites. El mayor reto a la hora de traducir ha sido precisamente reflejar esa mirada ajena, híbrida, sin que por ello el texto resulte disuasorio o pretencioso, sino que sea atractivo.

¿Qué aspectos concreto destaca de esta novela desde el punto de vista literario?

Además del aspecto formal que he comentado, la novela está protagonizada por unos osos polares que resultan ser muy humanos, por lo que actúan como un espejo de nosotros mismos. La novela además plantea temas muy actuales, como el cambio climático, el choque entre sistemas políticos, el feminismo o la maternidad, todo ello desde una perspectiva muy osuna.

¿Qué ha supuesto para su carrera este importante reconocimiento nacional?

Además de ser el reconocimiento a un trabajo concreto, creo que este premio supone un espaldarazo a dos décadas de formación y de experiencia como traductora. La traducción, como tantas otras cosas, es una carrera de fondo. Además, el hecho de ser un galardón al que uno mismo no se presenta, sino que es propuesto por un jurado, hace que el regalo y la sorpresa hayan sido dobles.

¿En qué medida es creativo el ejercicio de traducir una obra literaria?

Traducir una obra literaria es sin duda un ejercicio creativo en tanto que el traductor es el autor del texto traducido. Sin el traductor, la traducción no existiría, y puede haber tantas traducciones como traductores. De hecho, algunos definen la traducción como un género literario más. Por otra parte, es innegable que los traductores escribimos, por así decirlo, al dictado de una partitura, y que nos debemos a partes iguales al autor del original y al lector de la traducción.

¿Considera que la labor de la traducción tiende a permanecer en la sombra dentro de la cadena de producción editorial o que se trata de un gremio que sigue sin ser lo suficientemente reconocido? Y por otra parte, ¿la realidad del sector en España difiere con respecto a la de otros países?

Creo que habría que distinguir entre dos tipos de invisibilidad. Por un lado, los traductores habitamos en la sombra, somos la voz del autor y, en ese sentido, ocupamos un segundo plano. Pero por otro lado está la visibilidad entendida como reconocimiento social, político y económico del traductor como creador, como un eslabón fundamental en la cadena de producción del libro. Por suerte, cada vez son más las editoriales que ponen el nombre del traductor en la portada y los reseñistas que citan al traductor. Sin duda, hemos avanzado en términos de visibilidad social, pero todavía hay que mejorar en lo que respecta a obtener unas condiciones de trabajo dignas. España tiene una Ley de Propiedad Intelectual relativamente avanzada si nos comparamos con otros países de nuestro entorno. La cuestión es que esa Ley se cumpla y que mejoren las tarifas.

¿Cómo cree que podrían mejorarse las condiciones dentro del gremio?

Siempre he pensado que unidos somos más fuertes. Mucho de lo que soy como traductora se lo debo a ACE Traductores, la sección autónoma de traductores de libros de la Asociación Colegial de Escritores, de cuya junta rectora formé parte durante unos años y con la que sigo colaborando. Creo que el asociacionismo, o al menos el estar comunicados entre nosotros, es fundamental para defender los derechos y las obligaciones de los traductores en un sector que, como otros, tiende a una liberalización extrema y en el que la relación de fuerzas entre los agentes implicados -grandes editoriales y plataformas- no está equilibrada.

En ese sentido, ¿cuáles son hoy las principales amenazas del sector?

Pues insistiría en lo que he comentado sobre las condiciones laborales y los retos que plantean los nuevos formatos, como el libro digital o el audiolibro.

Por otra parte, ¿cuál es, a su juicio, la clave o las claves de una buena traducción?

Es una pregunta difícil de responder así, en general. Cualquier libro, por bueno o malo que sea, plantea sus propios desafíos. Creo que la clave está en lo que mencionaba sobre servir al autor y al lector a partes iguales, en transmitir lo que dice el autor como lo dice el autor, pero en tu propia lengua.

Con todo, entre todos los autores y autoras que ha traducido, ¿podría destacar alguno o alguna? ¿Y alguno o alguna que le gustaría o hubiese gustado traducir?

La verdad es que me resulta muy difícil elegir solo uno. Salvando las distancias, sucede un poco como cuando a una madre le preguntan a qué hijo quiere más. Lo cierto es que he hecho cosas muy distintas, desde clásicos contemporáneos hasta diarios de viaje, pasando por ensayo, novela histórica o novelas de autores muy actuales, siempre con el mismo respeto y la misma ilusión. Uno de los últimos libros que he traducido ha sido un cuento ilustrado para niños que ha supuesto todo un reto: se titula El oso y la corneja, de Martin Baltscheit. Luego, aprovechando que se acaban de cumplir 30 años de la caída del Muro de Berlín, me gustaría citar también Zona de tránsito, de Julia Franck, pero no me puedo olvidar de Alfred Döblin, Siegfried Lenz... Uf, qué difícil es elegir. El que me habría gustado traducir... hay muchos y magníficamente traducidos por otros compañeros, pero si mi lengua materna no fuese el español, diría que Cien años de soledad.

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