En los quince años pasados desde su primer disco, El mundo está fatal de los nervios hasta hoy, ¿han mejorado o empeorado esos nervios?

Creo que, con el tiempo, los he ido calmando un poco, más o menos los voy controlando, pero siempre tengo esa fuerza interior que hace que no pare de crear cosas nuevas.

Infinito es el lema del último éxito y la base de la gira que le trae aquí. ¿Qué me puede contar de este nuevo repertorio?

Infinito habla de muchos temas, entre ellos, del amor en todas sus formas: con una pareja, el amor propio, el amor cuando miramos hacia dentro, también el desamor. Mis canciones siempre cuentan historias reales que me han pasado, que transformo en melodías y que me ayudan a hacer un poco de terapia conmigo mismo que luego los años me han demostrado que a mi público también les sirven de terapia.

Cuando dice que esta más reciente entrega camina por el dancehall, el trap, reggaetón y hip-hop, todo ello coloreado con mucha percusión y guitarras sudamericanas, ¿cree posible hacerse una idea del estilo que vende?

Cada vez que saco un trabajo nuevo me gusta experimentar con sonidos y músicas diferentes. En el caso de Infinito he tocado mucho la parte electrónica, entender los ordenadores y las nuevas tecnologías como un nuevo instrumento que hay que incluir en la música actual igual de importantes que una guitarra con cuerdas de nailon o un tambor con parche de piel. Cada vez que saco un disco nuevo me gusta investigar por otros caminos e intentar sorprenderme, primero a mí mismo, para seguir vivo como artista, y que esto le llegue a mi público, ofrecerle algo diferente a lo que venía escuchando anteriormente.

Como cordobés de nacimiento, ¿qué fuentes de inspiración ha encontrado en el sur de Europa y Latinoamérica?

La fuente de la que bebo a la hora de escribir las historias que me pasan es lo que veo en la calle, la historia del panadero, el dueño del garito al que voy a desayunar todos los días, la biblioteca a la que acudo, todo lo que hay en mi comunidad. Vengo de Andalucía, por eso tengo tantas ganas de ir el sábado a Las Palmas, porque creo que hay una idiosincrasia muy parecida en mi tierra, en Canarias y en Sudamérica. Creo que trabajamos el tú a tú, el estar en la calle, lo familiar. Me nutro de esas historias que me parecen muy cercanas y muy reales. Creo que no hay materia prima más auténtica y más veraz que lo que ocurre entre la gente corriente.

¿Por qué ha elegido Canadá como lugar de creación y de trabajo?

Creo que para enfocar un trabajo nuevo, como es el de escribir desde los sentimientos, hay que preparar el cuerpo y las emociones. No es un trabajo de hacer pan, manual y físico, sino muy mental, emocional e intuitivo. Para eso hace falta coger un poco de perspectiva de tu realidad, salir del día a día del barrio en que te mueves para, cuando vuelvas, toparte de nuevo con ese contraste de culturas. Es muy diferente, obviamente, la cultura de Canadá y la del sur de Europa. Eso me ayuda a encontrar la inspiración, a ver en el mundo de las ideas esos colores de lo cotidiano.

¿Fue la colaboración que hizo con Chambao lo que supuso su plataforma de lanzamiento internacional?

La canción Cómeme, con Chambao, fue el primer trabajo que hice como colaboración con otro grupo y la verdad es que fue todo un éxito porque nos llevó a trabajar por todo Latinoamérica: por Chile, Buenos Aires o México. Estuvimos, incluso, grabando un vídeo del tema en El Calafate, en el glaciar Perito Moreno. La canción, de alguna manera, sí que me ayudó a mi música sonara fuera de mi país.

Grabar canciones compuestas por uno mismo permite cuidar el detalle, pero el concierto en vivo se presta a toda clase de errores. ¿En cuál de esos momentos se siente más realizado como artista y por qué?

El momento de la composición o cuando estás escribiendo canciones es muy emocionante, pero quizá no tanto como el del escenario que tiene ese punto de vértigo en el que lo que ocurre está pasando en el presente y no hay posibilidad de empezar la canción de nuevo. Soy un animal de escenario, donde me desenvuelvo bien y donde me siento en mi hábitat natural. Dentro de mí hay una sensación o energía que hace que cuando me subo a las tablas y estoy cantando me sienta como en casa, en mi centro, en mi sitio.

Los modos y los estilos duran lo que duran, pero su movilidad hace pensar que están probando esto y lo otro para llegar a un concepto más o menos unitario de la música popular en las primeras décadas del siglo. ¿Cree que nos alejamos o aproximamos a un modelo que los defina?

Creo que es al revés, que las vivencias y experiencias de los músicos en el contexto en que viven hacen que desarrollen y saquen hacia fuera un tipo de música que después dará un sonido a la época, la de los años 60, 70, 80, 90... Realmente, si lo miras con un poco de perspectiva hay un reflejo de la tecnología, de las crisis y de las inquietudes de esa época. Pienso que los músicos tenemos la labor de sacar todos los sentimientos que llevamos dentro como comunidad, darles color y forma y llevarlos a la calle.

¿Cuántos millones de fans le siguen en las plataformas digitales?

La verdad es que no los he contado porque soy más de letras que de números, pero calculo que tengo unos 100.000 seguidores.

¿Y su caché cómo va? ¿Se está haciendo rico?

La verdad es que no. De hecho, aunque suene un poco a propaganda barata, cuando trabajaba en una carpintería metálica con mi padre mi sueño para ser rico era poder pagar las facturas a final de mes haciendo música. Gracias a Dios y a mucho trabajo lo he conseguido y puedo pagar el alquiler y mis cervezas cuando me apetece haciendo canciones, así que me considero multimillonario.