Entre las expresiones que forman parte de ese gerontolenguaje del español de Canarias, ya en desuso, en franco retroceso o en vías de desaparición, se sitúa la voz “saltaperico”. Así se le llama en las islas a una tira de papel o ristra de petardos pequeños (especie de misto) que detonan cuando se les prende fuego por frotación contra una superficie dura y rugosa. Otrora, la chiquillería jugaba con estos triquitraques tirándolos al suelo, a los pies de otros chicos, para hacerlos saltar y correr. Y de ahí probablemente su nombre. Se trata de una palabra compuesta por el verbo “saltar” (”salta”) y el antropónimo “Perico”, hipocorístico de Pedro. Perico es –suponemos– un personaje fabulado, objeto de burlas y bromas en el imaginario popular, que con esta forma nominal ha tomado acomodo por emulación o simpatía en distintas expresiones orales, como mismo sucediera en otras locuciones: “Periquillo el de los palotes”, “como Pedro por su casa”, “como Mateo con la guitarra” o el Francisco del “¡cógelo, Cuco!”.
El nombre lleva subliminalmente asociada la imagen de un chiquillo “pegando brincos” y corriendo para evitar las detonaciones entre sus pies, como quien escapa de un “volador enrabonado”, mientras el resto parece divertirse y gritar al unísono: “¡Salta, Perico!”.
Por metonimia el término “saltaperico” se hace extensivo a una persona inconstante que cambia con facilidad y rápidamente de actitud o parecer, de ocupación o empleo (que viene a tener el mismo sentido que en el español de Cuba: ‘persona inestable’).
La metáfora se traslada a la frase comparativa: “Estar como un saltaperico” o “parecer un saltaperico”, para referirse hiperbólicamente a quien se mueve continuamente de acá para allá sin dirigirse a ninguna parte ni concluir nada en concreto, caminando con inquietud y nerviosismo, con “jiribilla” (‘desazón, exceso de movilidad’). Dicho de otra manera: “No saber dónde poner el huevo”. Hace referencia tanto a la actitud física o locomotriz, como también al aspecto caracterial y humoral del sujeto. Lo que se concreta en una locución afín a la comentada: “tener (alguien) mucha sangre” para referirse a una persona muy dinámica y ágil para hacer muchas cosas. De hecho, para la medicina grecolatina la sangre era considerada la fuente del calor corporal y vehículo de las pasiones. En la antigua fisiología hemocéntrica se asignaba a la sangre una función orgánica y psíquica (vital, racional y sensorial). Esta idea subyace en otras expresiones populares como “hervirle (a alguien) la sangre”, que expresa fogosidad y cólera, o por el contrario “no tener sangre en las venas” para expresar falta de irritabilidad, laxitud de ánimo;
En los linderos semánticos de la expresión comentada se mueven otras similares en las que la sabiduría popular ha sabido dar un matiz y alcance más preciso. A saber: la comparativa “ser más desinquieto que una rueda de fuego” que define la actitud y carácter de la persona incapaz de permanecer quieto; “ser variable como el tiempo”, para referirse al carácter cambiante; “tener (alguien) hormiguillas en el culo” que se dice de alguien “que no sabe estar quieto”, que es inquieto, sin sosiego.