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El viaje a las raíces de Macu Machín

La cineasta grancanaria ya trabaja en su primer largometraje, ‘La hojarasca’, rodado en La Palma

Machín, a la derecha, con las protagonistas y parte del equipo.

La materia del universo cinematográfico de la cineasta grancanaria Macu Machín entreteje la realidad y los sueños, como si la escucha silenciosa del documental a través de la fábula del cine fuese su manera de aproximarse a la verdad, a sus misterios, grietas y belleza.

Después de desdibujar estas líneas en varios cortometrajes anteriores, como El mar inmóvil (2017), Premio a Mejor Documental en el Festival International Cinéma et la Mer, o Quemar las naves (2018), Premio Manuel Villalba de la Fundación CajaCanarias, la realizadora enfila el rodaje de su primer largometraje documental, La hojarasca, que coproduce junto a El Viaje Films, donde su universo se mira en sus raíces y sigue un sendero que escala hacia lo alto de las colinas de El Topo, en el municipio de Puntagorda, situado al noroeste de la isla de La Palma.

La trama central de La hojarasca gravita sobre el reencuentro entre tres hermanas en la casa familiar, radicada en este enclave envuelto en recuerdos y fantasmas, con motivo de la disputa por la herencia de las huertas. Sus actrices protagonistas son la madre y las dos tías de la propia directora, que debutan ante la cámara en el proyecto más personal de Machín, que entrevera lo íntimo, lo telúrico y lo fantástico.

“El tema de la herencia es el punto de partida para poner en juego muchas otras cosas que surgen alrededor de este conflicto, como las relaciones con los otros, la tierra y sus orígenes, el paso del tiempo, lo que no tiene sentido, y el amor a pesar de todo”, explica Machín, que se sirve de estos elementos “para ir y volver de lo real a la ficción e, incluso, lo onírico”.

La cineasta inició el rodaje de La hojarasca en este pueblo de la isla bonita el pasado octubre de 2020, donde su familia y un equipo de rodaje de 10 personas recalaron durante cuatro semanas para filmar en el interior de la casa familiar y sus alrededores. Pero se trata de un proyecto que Machín comenzó a esbozar muchos años atrás como trabajo final del Máster de Cine Documental en la Universidad del Cine, en Buenos Aires, en 2006.

A la derecha, Machín junto a sus tres protagonistas, preparando una escena.

Una vez reestablecida en Gran Canaria, durante su proceso de reinvención y reescritura, este proyecto en ciernes ha sido galardonado en los últimos años con los premios Isla Mecas en el LPA Film Festival 2018, Premio del Programa de Aceleración de Proyectos cinematográficos 2018 y Premio IFIC de asesoría de proyecto en MiradasDoc Market 2017, además de recibir una beca para el Curso de desarrollo de proyectos cinematográficos iberoamericanos del Programa Ibermedia 2017, contar con el apoyo del ICAA del Ministerio de Cultura y erigirse, por último, entre los 20 nuevos proyectos audiovisuales canarios apoyados por el Gobierno de Canarias.

“El proceso de materializar por fin eso que has estado imaginando tanto tiempo es muy emocionante”, revela la directora, que se ha desplazado a La Palma en cada estación a lo largo del pasado 2020 para “tomar apuntes visuales con la cámara sobre el paso de tiempo, y su influencia en el paisaje y en los otros”. “Cuando llevas tantos años trabajando en un proyecto, lo reescribes continuamente porque, al fin y al cabo, trabajas sobre un material que muta, que es la realidad, que siempre va más rápido que una película”, añade.

El territorio, su memoria y su extrañeza se constituyen como un personaje más de La hojarasca, cuyos huertos y terrenos, así como la historia que atesoran estos vestigios, también configuran el mapa sentimental de la directora. “El centro estético y emocional de la película está alrededor de la casa de mi familia en El Topo, que representa para mí todo mi universo”, revela Machín. “Si para Carl Sagan, el secreto de la vida estaba en un universo mayor; para mí, el universo se concentra en esa casa familiar, esas cuatro huertas, esos dos barrancos que la separan del resto de las otras casas y ese horizonte abierto al mar, donde siempre vuelvo a esos atardeceres infinitos hacia el oeste”.

Pero lo que la directora destaca por encima de los paisajes de su niñez es el trabajo codo a codo con sus tres actrices protagonistas. “Para mí, fue mágico, y nunca pensé que pudiera darse así esa conexión, esa apertura y esa generosidad por parte de mi familia, que es algo que no me cansaré de repetir: estoy súper agradecida por el proceso y la generosidad de mi madre y de mis tías por prestarse a este juego de ponerse en escena y compartir su espacio íntimo con 10 desconocidos durante semanas”, declara la directora. “Y gracias a esa confianza suceden muchas cosas bonitas, íntimas y frágiles, que espero que puedan llegar al espectador de la misma manera en que a mí me llegan”.

A la derecha, la cineasta Macu Machín, con las tres protagonistas, durante el rodaje de ‘La hojarasca’ en su casa familiar en Puntagorda.

Una vez culminada la primera fase del rodaje el pasado otoño, el equipo se desplazará por segunda vez a Puntagorda el próximo mayo para filmar nuevas escenas, con el propósito de iniciar el montaje en verano y apuntalar una primera versión de la película hacia finales de año. “Ahora estoy en proceso de visionar los materiales que ya hemos rodado para luego filmar más material nuevo, reordenarlo y volver a encajar las piezas como un puzzle”, indica la directora. En esta línea, su proceso creativo se basa en abrir el guión para romper sus esquemas y dejarse reescribir por la realidad que se abre paso entre sus ideas.

“Godard decía que el guión existe en un sistema capitalista, y en el documental sucede algo así, porque escribes un guión para poder presentar y presupuestar un proyecto, pero nunca puedes cerrarlo del todo porque, a la hora de rodar, lo bonito es abrirte y dejarte sorprender por lo que suceda, sin imponer determinadas ideas, sino más bien lanzando una idea concreta y ver qué cosas suceden a partir de ahí”, reflexiona Machín.

Fragilidad

En este sentido, el documental se parece mucho a la vida, tal como ha acentuado el golpe de la pandemia en el espejo de nuestra fragilidad e incertidumbre. “Para quien quiera dedicarse al documental, esa es una de las primeras normas que aprendes: que el control que tienes sobre los elementos es poco y que, a partir de ahí, tienes que abrirte camino en medio de todas esas energías si quieres que surja algo verdadero o que tenga que ver con lo real”, apunta Machín. “Esas tensiones entre el control y el azar son los conflictos propios del documental o, al menos, son los míos como cineasta, pero abrirte a este proceso transformador, que puede ser doloroso y bonito, es sobre todo un aprendizaje, al que en el caso de La hojarasca se suma un proceso de autoconocimiento y de comunicación especial con mi familia, que siento que va a reverberar en la película”.

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