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Crítica de discos

Garbage: Desde el corazón de los 90

El grupo de Butch Vig, el arquitecto sonoro

de Nirvana, brilla en ‘No gods no masters’

Los componentes de Garbage. | | JOSEPH CULTICE

Cuando Garbage entró en escena, en el corazón de los años 90, fue recibido como un sospechoso ingenio de laboratorio tramado por el pillastre de Butch Vig, que se las sabía todas después de firmar la producción de Nevermind, de Nirvana, y de otros preminentes hallazgos de Smashing Pumpkins, Sonic Youth o L7. El arquitecto del sonido que tumbó el mainstream de una época, casi nada, convertido en capataz en la sombra (detrás de los timbales) de un artefacto que exploró el rampante alt-rock con destino a la MTV, y que, contra casi todo pronóstico, sigue vivo 26 años después. Más allá de la suma sibilina de ingredientes sonoros (guitarras industriales, electrónica con simpatía trip-hop, ganchos pop, aura con reflejos góticos), allí había una banda, y pasados los años, corresponde admitir que hay una carrera, con sus ideas y venidas, sus altibajos y un raro carisma cuyos reflejos siguen ahí en su séptimo disco, No gods no masters. Obra que, como las anteriores, no refleja giros de estilo pronunciados, y que gustará ni más ni menos que a todos aquellos que un día disfrutaron de cualquiera de sus álbumes anteriores. Con una renovada ingeniería electrónica y subiendo el tono en materia de textos: si ya en su día el cuarteto exploró temáticas hoy tan en boga como la identidad sexual (recordemos Queer), ahora carga tintas contra el culto al dinero y a favor del feminismo y el antirracismo. Es indicativo el título del disco, enmienda a la idea de autoridad, que Shirley Manson hace suyo y rebota en múltiples direcciones: contra el poder masculino y el materialismo en la cyber-punk (y primer single) The man who ruled the world o respirando el black lives matter en esa letanía herida llamada Waiting for God, en torno a una madre que pierde a su hijo «y no tiene esperanza en la justicia».

Pero, fondo ideológico al margen, se ganan su plaza canciones de espectro amplio, que van del poder emotivo de Uncomfortably me al guitarreo pos-punk de Wolves, y de ahí a los ecos de electronic body music que envuelven la resultona tonada de Godhead (esos textos efectistas: «Llámame zorra, soy una terrorista») y a la balada flotante The city will kill you. Garbage ha hablado de Roxy Music como «nuestra musa» a propósito de este álbum, si bien el influjo se insinúa solo muy ocasionalmente, como en la desestructurada dinámica art-rock (con saxo) de Anonymous XXX, otra pieza estimable. En Flipping the bird, en cambio, bascula una deuda excesiva con New Order. Es posible que Garbage siga siendo esa banda cuya ambición es rendir tributo a sus ídolos centrifugándolos para definir la banda sonora de una era.

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