La Provincia - Diario de Las Palmas

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Zona oscura

Tras su estreno en Venecia, el canario Samuel Delgado y la gallega Helena Girón mostrarán su ópera prima en los festivales de Toulouse y Viena

Una escena de la película ‘Ellos transportan la muerte’. | |

Coproducción participada por compañías de Canarias, Galicia y Colombia, Ellos transportan la muerte es el primer largometraje que escriben y dirigen Samuel M. Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1987) y Helena Girón (Santiago de Compostela, 1988), dos cortometrajistas que han sabido conservar intacta hasta ahora su pasión insobornable por el cine experimental desde sus inicios profesionales en el año 2013 con la formidable Malpaís, una pieza que ya marcaba los estilemas que definirían posteriormente el arte singular de este interesante tándem de cineastas, surgido a consecuencia de dos fenómenos culturales que han evolucionado casi a la par en nuestro país a lo largo de los últimos diez años: el cine canario y el cine gallego, cuya madurez y reconocimiento general en el ámbito de la producción independiente podrían medirse a través de la espléndida acogida con la que ambas cinematografías han sido dispensadas en algunos de los festivales europeos más influyentes. Tal es así, que si contabilizáramos los últimos éxitos del cine español en el exterior descubriríamos más de media docena de títulos producidos y realizados por ambas comunidades.

Su huella creativa, presente en un puñado de cortos de factura austera, pero extremadamente sugestiva, ha quedado impresa en certámenes internacionales de la categoría de Locarno, Toronto, New York, Rotterdam, Valdivia o Mar del Plata, festivales donde, además, comenzaron a cosechar los primeros galardones de su aún incipiente carrera. Incluso en el de Las Palmas, en su décimoséptima edición, Delgado y Girón obtuvieron el Premio a la Mejor Película del Canarias Cinema con el corto de no ficción Montañas ardientes que vomitan fuego (2016), otro ejercicio de pirotecnia visual que a ratos bordea la más pura abstracción y con el que se reafirman en su proyecto de hacer un cine dotado de una gran potencia formal y de claras connotaciones vernáculas que, curiosamente, cobra hoy, tras la anunciada erupción del volcán de Cumbre Vieja en La Palma, una extraña e inesperada resignificación.

Naturalmente, su debut en el largometraje, como era previsible tratándose de dos cineastas fuera de norma, tampoco se aleja del entorno de ese cine heterodoxo, libre, indagador y radical que tanto ha caracterizado su potente filmografía. Ellos transportan la muerte, que tras obtener el Premio a la Mejor aportación Técnica de la prestigiosa Settimana della Crítica en la pasada Mostra de Venecia y el Premio del Jurado de la sección Zabaltegui del festival donostiarra es, en primer lugar, una obra sin concesión alguna a la galería, de expresión libre y sin servidumbres de ningún género que ahonda sin complejos en las zonas menos exploradas del lenguaje visual; allí donde se rompen todas las fronteras con el cine convencional y el arte cinematográfico se transforma en una herramienta para la exploración de nuestra memoria histórica con temas de matriz política tan controvertidos en nuestros días como la colonización de América por las viejas potencias europeas, asunto en el que se ha implicado hasta el propio pontífice de Roma.

La película, cuya línea argumental está vagamente inspirada en la revisión de los episodios que rodearon la conquista del Nuevo Mundo en 1492, tras la aparatosa expedición protagonizada por Cristobal Colón y una nutrida pléyade de religiosos, de comerciantes de toda laya y de soldados fuertemente pertrechados, no sigue, como de alguna forma se sugiere durante las primeras secuencias, la tónica de un filme de aventuras de corte histórico, aunque en cierto modo bebe parcialmente de esas mismas fuentes, en su afán por transmitir un relato al fin y al cabo de inequívoco perfil épico como cualquier acción humana que tenga por objeto la lucha por la supervivencia. Tres soldados hambrientos y cansados, huidos de la expedición, acaban alcanzando las costas del archipiélago canario, iniciando una fatigosa y larga incursión en una de sus islas en busca de una pedazo de tierra donde rehacer sus maltrechas vidas.

Paralelamente, en el continente americano dos mujeres emprenden su propia odisea, alejándose de las cada vez más insoportables secuelas de la colonización, representada en el ámbito religioso por la Santa Inquisición, aunque sin fijar una meta concreta. Una de ellas, ya cadáver, y otra profundamente afligida por su desoladora condición de bruja convicta siguen un camino hacia ninguna parte a lomos de un asno en un intento desesperado por escapar de un mundo nuevo que las rechaza y las condena a vivir en la más absoluta y cruel de las soledades. Ambos relatos, se funden, a lo largo de los 75 minutos de metraje, en una invitación permanente a revisitar nuestro remoto pasado como potencia colonizadora y responsable por lo tanto de muchos de los episodios de dolor, miseria y muerte que salpican la zona más oscura y oculta de nuestra historia.

En su debut en el largometraje Delgado y Girón han construido una obra que nos exhorta continuamente a la reflexión, pero no desde posiciones maniqueas y dogmáticas, sino desde la óptica de quienes saben que el empleo inteligente del lenguaje fílmico constituye el mejor instrumento contra profundizar en la ceguera ideológica que nos impide analizar la verdad de los orígenes de ciertos hechos históricos que, con el paso del tiempo, se han convertido en el carburante que alienta la memoria colectiva engendrada por el bando de los vencedores. La película, cuyo estreno en Canarias aún se hará esperar, también invita a reconstruir nuestro propio imaginario sobre ciertas etapas de nuestra historia que hoy han vuelto a reverdecer en los círculos sociales y políticos de todo el orbe.

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