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Ante la ‘Poesía completa’ de González Sosa

Sus sonetos parecen cumplir cierta función

de emblema y ser reacciones a situaciones concretas

Manuel González Sosa, a la izquierda, con Margarita Sánchez Brito, Luis García de Vegueta, Guillermo Perdomo, Alberto Álamo, Antonio Henríquez y Calaya Argüello en la terraza del Hotel Madrid. | LP/DLP

No puedo decir, lamentablemente, que conociera la poesía de Manuel González Sosa, ni que haya seguido su actividad intelectual. Sin embargo, en la biblioteca de mi padre había un ejemplar de la pequeña antología Siete poetas canarios (Caracas, Poesía de Venezuela n.º 21, 1967), firmada por González Sosa, y en la mía un librito suyo sobre Tomás Morales publicado por el Instituto de Estudios Canarios de la Universidad de La Laguna (1988) y, sobre todo, su Tomás Morales: suma crítica (Instituto de Estudios Canarios, 1992), tan útil para los estudiosos de la poesía española del posmodernismo. Además sabía de su participación en los Pliegos de San Borondón y en los cuidadísimos cuadernillos de la serie La Fuente que Mana y Corre.

Como lector y como profesor lamento mi descuido. Ya a estas alturas de la vida, cuando la docencia no forma parte de mi actividad cotidiana e, incluso, creo que el estudio de las Humanidades exige un replanteamiento que le permita convivir con el ruido invasor, siento que he perdido a un poeta que hubiera cumplido conmigo la función de acompañar tantos tiempos de contemplación. Ahora busco en los poetas una complicidad en la respiración, una calma espiritual que, sin duda, puede el lector encontrar en la poesía de González Sosa.

Los primeros poemas del autor (nacido en 1921) se escribieron a los veintitantos años, pero sólo se publicaron dos decenios mas tarde. Esto lo convierte en un poeta de aparición tardía, de más de cuarenta años. Los críticos tuvieron que tener dificultades para encuadrarlo. Sus sonetos, alguno de ellos muy hermosos, parecen cumplir cierta función de emblema, separados de la escritura constante, se dirían reacciones a situaciones concretas propias de persona culta y sensible. Esa ocasionalidad parece dominar también el Cuaderno americano y las décimas de Paréntesis, cuyas prosas (más el poema «Impromptu hacia Bonares» que, sin duda, debe integrarse entre ellas) me parecen apuntes extraordinarios que discuten el límite genérico.

De sí mismo decía González Sosa (y se recoge en la página 259 de esta Poesía completa) que «nunca se ha detenido a plantearse la formulación de una poética propia», y que una poética propia «implica una autolimitación». Esta tendencia a la asistematicidad de la escritura imprime en la poesía del autor una frescura indudable. Pero el poeta llega a una madurez extrema en su libro ultimo, Contraluz italiana, cuya poética parece anunciarse en un poema del libro anterior, «Forma simple, tocada…». La toponimia nos inclinaría a trazar de nuevo una ruta por la que desgranar poemas bajo la impresión recibida, pero el libro tiene una unidad de visión que aprecia la «perfección definitiva» donde belleza y dicha forman un todo en el que se sitúa el poeta y que es lo que más me interesa de su obra.

Estoy deseando que se cumplan los cien años de mi muerte. Así se volcarán sobre mis escritos toda una serie de periodistas que cumplirán con su columna semanal y de estudiantes que hallarán tema para su Trabajo Fin de Máster. Quiero decir con esta broma que los centenarios son una excusa para encontrar de qué hablar, pero sus efectos pasan pronto. Fabrican eso que ahora se llama trending topics, y que castizamente se diría «pan para hoy y hambre para mañana».

Dicho esto, los centenarios y el tirón comercial que motivan sirven para que aparezcan publicaciones importantes que, fuera de las conmemoraciones, serían casi impensables: biografías, estudios, obras completas. Este volumen de Poesía completa de Manuel González Sosa, cuidadosísimamente preparada por el poeta y profesor Andrés Sánchez Robayna, provocará para muchos lectores el descubrimiento de un poeta.

El descubrimiento será doble. Por un lado podremos aproximarnos, casi por vez primera, a los poemas de un autor notable. Por otro, podremos insistir en que la literatura española de posguerra (y digo bien literatura y no sólo poesía) no fue monovalente ni uniforme. González Sosa no se encuadraba en la línea de preocupación humana y social mayoritaria en la posguerra española. La expresión que utilizo puede resultar confundidora; por «preocupación humana» me refiero a la consideración del individuo en sus relaciones con los otros, y González Sosa es un poeta del individuo en sí y en la contemplación del mundo.

Todas las épocas poseen zonas de sombra donde quedan escondidos autores que, por los motivos que sean (ideológicos, publicidad, mala suerte, preponderancia masculina, temática, estilo, decisión voluntaria…), no obtienen el eco de otros. ¿Por qué Francisco Gregorio de Salas no parece a los historiadores de la literatura española suficientemente representativo de la escritura del siglo XVIII? ¿Qué razón hay para que, en plena preocupación por la escritura de mujeres, a nadie que yo sepa se le haya ocurrido estudiar a Vicenta Maturana, nacida en Cádiz en 1793? ¿Qué motivos existen para que al citar dramaturgos decimonónicos no pensemos en María Rosa Gálvez? ¿Por qué la mayor parte de los antólogos, aunque expongan los criterios de su selección, son incapaces de seguirlos y suelen dejar huellas de capricho personal? Yo el primero. Lo grave es que el antólogo —y cuanto mayor prestigio posea, más aún— puede recluir a un autor por mucho tiempo en esa zona de sombra. El caso de González Sosa puede resultar un caso de marginación más o menos lamentable, pero no es único en el panorama aún no bien elaborado de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.

La historiografía literaria no es una suerte de espejo inocente y virgen en el que se refleja, sin intervención ajena, el desarrollo de la escritura literaria de una época. Para empezar, preocupa lo que se escribe, pero apenas hay referencias a lo que se lee. ¿Es esto justo? Incluso se ha inventado un término para llevar a cabo el deslinde y que, en el fondo y en la superficie, es despreciativo: la paraliteratura. Bajo ese marbete relegamos aquellos escritos que, por criterios oscuros, le parecen a alguien de escasa calidad.

La mayoría de las traducciones al alemán de la literatura hispanoamericana fueron sugerencia de Michi Strausfeld y por ello ha sido internacionalmente reconocida; sobre su experiencia escribió un libro: Mariposas amarillas y los señores dictadores (2019). En la página 36 comenta «A Colón», de Rubén Darío, y explica que es un poema en contra del Almirante y su obra. Pero si acudimos al poema vemos que es exactamente lo contrario. Si la señora Strausfeld no entiende bien el español ni el sentido de los textos, ¿qué valor puede tener su criterio de selección y recomendación, qué efectos ha tenido en la recepción de la literatura hispánica en Centro Europa? La historiografía, pues, se ve sometida a condicionamientos.

González Sosa, por los motivos que fueran, prefirió publicar en plaquettes no venales que raramente superaban los cien ejemplares, según explica Sánchez Robayna. Reducía conscientemente su difusión fuera del núcleo de interesados que él controlaba; es explicable que permaneciera casi desconocido para los críticos y, desde luego, para los lectores habituales de poesía. Y, además del desconocimiento y la ignorancia, hay que contar con el gusto, personal o generacional. La Historia de la literatura española, de Ángel Valbuena Prat, es sin duda la visión que su generación —la llamada «del veintisiete»— tenía de nuestra producción literaria; de ahí que dedique exactamente el doble de líneas a Peñas Arriba, de Pereda, que a La regenta, de Alas, lo que a las generaciones posteriores no puede sino resultarles extraño. Podrán acudir al podio críticos e historiadores mejor informados pero, posiblemente, tendrán también distintos desconocimientos y un gusto que, ante la necesaria selección de autores comentables, postergará a otros. Esperemos que, en ese ir y venir de los saberes, González Sosa se vea beneficiado.

*Jorge Urrutia es poeta, crítico y catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid.

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