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Arte

La violencia, una raíz inevitable examinada por la artista venezolana Nela Ochoa

La Galería Saro León inaugura 'Trama', una audaz crítica a las relaciones establecidas desde la ira y la frustración entre los individuos

La artista Nela Ochoa junto a dos piezas de la exposición ‘Trama’

Un arma apunta al entrecejo del espectador. Entonces, Nela Ochoa se acerca. Desarticula el cargador y el cañón y los cuelga en cruz: es un cromosoma Y. Contempla sus bastones irregulares, están acortados y, tal vez, se pregunta, en ese breve espacio invisible ha nacido la incapacidad de completar el abrazo al otro. «Afortunadamente, las cosas están cambiando», suspira la autora de Trama, una apuesta individual de la artista venezolana que se inaugura este viernes a las 18.30 horas en la Galería Saro León.  

«Cuando descubrí que todo lo orgánico tenía ADN se me integró el mundo en un solo ente», declara la creadora multidisciplinar. En el año 1995 se descifró por primera vez la secuencia completa del material genético de un ser vivo, dando la posibilidad de leer, reconducir y hasta experimentar con el misterio de la vida. El don, reservado a lo atávico, tomó conciencia humana. Por fin, la ciencia podía descubrir si en los cromosomas que designan la herencia genética había algún indicio de la semilla de la violencia. La fascinación por los avances tecnológicos que «lograba transparentar el cuerpo humano» a través de resonancias o ecografías la llevó a ahondar en la materia. 

Ochoa y lo orgánico

Sus propias radiografías viajaron al Amazonas, quería ver cómo reaccionaban las tribus aborígenes, y ahora desea interpelar al visitante con las 16 piezas en las que estudia la correlación entre ciencia, género y naturaleza en un lenguaje que converge y se multiplica a través de la pintura, el plástico, los sprays, las secuencias de flores o las telas que cuelgan de las paredes de Triana

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Exposición 'Trama', de la artista Nela Ochoa, en la sala Saro León Andrés Cruz

«Habrá quien se sienta incómodo», se encoge de hombros Nela, pues yuxtapone la masculinidad y la violencia en cada una de las creaciones. Crecida en un mundo donde el heteropatriarcado ha concebido el pensamiento hegemónico, la artista toma un cerebro y lo reviste con una tela militar que se distribuye en las franjas del cromosoma Y. «Interferencia-cerebro-interferencia-gen SRY-interferencia-gen Y», describe.

Lo enfrenta el mural de tela titulado MAO, toma el nombre de un fragmento de ADN que produce la proteína encargada de degradar neurotransmisores como la serotonina y la adrenalina, cuya falta se relaciona con comportamientos agresivos. Así, una figura femenina se repite en el infinito al estilo de un cariotipo. «En principio, las mujeres tenemos el doble de este gen que hace tender a la tolerancia, aunque depende de cada individuo, qué querra decir», sugiere Ochoa. Habla desde todos los ámbitos de la materia viva, un tema al que vuelve una y otra vez la venezolana «pues son círculos concéntricos que tienen un punto de unión, hasta que dé esta etapa por finalizada». 

Lo medioambiental dentro de la crítica a la violencia

Lo medioambiental atraviesa la muestra individual como un grito que no alcanza a expresar la alarma planetaria, como ha plasmado en la secuencia de una esponja marina canaria en peligro de extinción, Exponja. «Todo repercute», dice desde la Galería. Este es un cruce atlántico entre todas las olas que la han llevado por su vida, teniendo al «mar como el gran unificador y, si acabamos con él, acabamos con todo». Señala a las grandes corporaciones, a los gobiernos de los estados, «que miran hacia otro lado», es decir, al desprecio de las élites mientras unos bebés juegan con granadas y pistolas inmersos en unas cunas metálicas. Malas semillas fue realizada en el pasado, pero Ochoa la rescata en este diálogo que encrudece la mirada del espectador. 

Desde 2017 vive en Tenerife, fue parte del programa Artistas en Residencia del CAAM en 2019 y empieza a ser conocida en el ámbito insular tras haber alcanzado el reconocimiento tanto en Estados Unidos como en su tierra. La autora tuvo que abandonar Venezuela: «Nos fuimos porque arruinaron todo». La violencia rezuma por las calles que la vieron nacer y envenena su propio cuerpo, «sobre todo viniendo de una [prácticamente] dictadura militar, ya carga». Su materia orgánica está presa de las vivencias a las que ha sido sometida y que responden solo con una crítica tenaz al sistema. 

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