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El niño que temía a las fregonas

La nueva edición ilustrada de ‘Quienes se marchan de Omelas’, de Nórdica Libros, rescata uno de los mejores relatos de Ursula K. Le Guin

Ilustración de 'Quienes se marchan de Omelas'

Si la literatura de ciencia ficción construye mundo fantásticos en las grietas del mundo que habitamos, Ursula K. Le Guin anticipó múltiples preguntas y debates del futuro observando a través de las fisuras: el feminismo, la ecología, los mecanismos del poder, la apropiación cultural o el agotamiento del sistema capitalista se entrecruzan en un discurso propio plasmado desde el metalenguaje consciente y un marcado compromiso político. 

Su contemporáneo en Polonia, Stanislaw Lem, también maestro del género, ya advertía en Solaris de que «no necesitamos otros mundos, necesitamos espejos», pero ningún ámbito artístico refleja con tanta crudeza y dignidad el reverso oscuro de la realidad posible pues, como manifestó Le Guin, «la ciencia ficción es una inmensa metáfora».

A poco más de cuatro inviernos de su ausencia, las palabras -siempre dolientes y precisas- del imaginario de Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929-Portland, 2018) continúan rompiendo la tela del invernadero donde se conservan los miedos y las preguntas incómodas. Cada una de sus obras narrativas abre una puerta al sueño de un horizonte más justo, que subvierta las convenciones y estructuras que sostienen con pinzas nuestras sociedades actuales, como la utopía anarquista de Los desposeídos o el afán de pulverizar las fronteras entre géneros en La mano izquierda de la oscuridad.

También han proliferado, desde 2018, los viajes a las arterias de una escritora de imaginación prodigiosa y escucha del propia lenguaje, cuya búsqueda y experimentación estilística persigue la «onda de la mente», parafraseando a su admirada Virginia Woolf, para encajar con armonía las piezas de sus mundos. Conversaciones sobre la escritura (Alpha Decay, 2020), fruto de su diálogo con su amigo David Naimon sobre el ejercicio íntimo de escribir, poco antes de morir, o el documental Los mundos de Ursula K. Le Guin, producido con la participación de la propia autora a lo largo de 10 años, junto a Margaret Atwood o Neil Gaiman, y disponible en Filmin, rinden homenaje a la trayectoria literaria de la referente feminista de la ciencia ficción y la fantasía, que se abrió camino a grandes pasos en una constelación eminentemente masculina.

‘Quienes se marchan de Omelas’, de Nórdica.

Pero no existe mejor llave para adentrarse en sus mundos que sus libros. Y este año ve la luz una nueva edición ilustrada de uno de sus relatos más laureados, Quienes se marchan de Omelas (Nórdica Libros, 2022), considerado uno de los mejores textos de ciencia ficción de todos los tiempos, nominado al Premio Locus al Mejor relato corto en 1974 y distinguido con el Premio Hugo al Mejor relato corto ese mismo año. Quienes se marchan de Omelas recrea en sus páginas las atmósferas idílicas del enclave utópico de Omelas, «la ciudad de las torres relucientes junto al mar», con las bellísimas ilustraciones de Eva Vázquez bailando al ritmo de una cuidada traducción de Maite Fernández. Su primera cartografía del espíritu ensoñador, feliz y armónico de Omelas, sin vestigios de guerras, injusticias o avaricias, en su tradicional fiesta de verano, encumbra un ideal en que, en palabras de la propia autora, el lector o lectora solo puede proyectar «su propio imaginario de la belleza y la placidez». «Una dulzura tierna y jovial en el aire, que de vez en cuando tremolaba y confluía y estallaba en un grandioso y alegre repiqueteo de campanas (…) Si les parece demasiado beatífico, añadan, por favor, una orgía», señala la autora.

Pero este estallido de júbilo revela poco a poco su sombra, que comienza en el estado de narcotización que adormece e insensibiliza a sus habitantes, lo que favorece siempre el control frente al pensamiento, como sucede hoy con el sistema del hiperconsumo y explotación capitalista. En este sentido, resulta inevitable evocar Un mundo feliz, la obra magna de Aldous Huxley, donde el soma alivia las penas del corazón y puede curar curar diez sentimientos melancólicos con un solo gramo. En Omelas, la droga se denomina drooz, «que perfuma las calles, llena la mente y las extremidades de una enorme ligereza y brillo». 

Y en el subsuelo de este paraíso del éxtasis, en los conductos subterráneos de la conciencia, se esconde el terrible y gran secreto de Omelas: la felicidad de una sociedad entera se sustenta en el sufrimiento y miseria de un niño, preso en el escobero o cuarto de herramientas en desuso de un edificio público. El silencio cómplice sobre su esclavitud y denigración es el único sostén y garante del orden de la felicidad, lo que configura una distopía próxima de las sociedades que somos en el contexto de la globalización, con sus estamentos piramidales de marginación y riqueza. 

En su poderosa simbología, la única emoción que atribuye Le Guin a este menor balbuciente es su miedo a las fregonas, agolpadas en el habitáculo que lo confina: quizás como metáfora de la urgencia de limpiar nuestras conciencias o, por el contrario, de sanear por fin la putrefacción moral de un mecanismo social perverso. En su historia universal de la infamia, las fregonas permanecen quietas, abandonadas, y aun así, Le Guin abre una puerta a la esperanza, al misterio, a la posibilidad de tomar otros caminos, como quienes se marchan de Omelas.

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