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‘España invertebrada’ y el rey

Ortega se extiende sobre la puridad: «El arreglo de hombre a hombre, evitación de someterse al procedimiento interpersonal de los tribunales»

Pone Ortega un primer ejemplo sacándolo del diplomático florentino Francisco Guicciardini: «En su Relazione di Espagna cuenta que un día interrogó al rey Fernando: ¿Cómo es posible que un pueblo tan belicoso como el español haya sido siempre conquistado, en todo o en parte, por galos, romanos, cartagineses, vándalos, moros? A lo que el rey contestó: La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que solo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden. Y esto es –añade Guicciardini- lo que, en efecto hicieron Fernando e Isabel». La figura del Rey es, pues, la de quien une y ordena, acto que difícilmente puede salir de una entente re-publicana entre iguales. Un amigo pensador me discute que hoy día lo que hay es una monarquía pos-ilustrada, un republicanismo coronado, pues los Estados modernos se basan en no-Iglesia, no-Rey, igualdad ante la ley y valores republicanos, no privilegios de cuna. Pero tales cosas lo son en un determinado entorno occidental e histórico, y la historia, a su vez, oscila cíclicamente y no es una ida eterna hacia valores igualitarios republicanos, ni mucho menos. El tiempo de Ortega, hace un siglo, no es el actual, pero tampoco el actual va a tener una eterna tendencia al igualitarismo, y ya se está viendo. La humanidad es como un enjambre, y en los enjambres mandan las reinas, no una asamblea republicana de individuos. Sentado esto, sigamos con Ortega.

Ha de «gobernar los espíritus y orientar las voluntades: el imperativo de selección», afirma en el ensayo

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Más adelante, Ortega habla de una carta de Maquiavelo a Francesco Vettori, otro embajador florentino, comentando una inesperada tregua que el rey Fernando el Católico concedió al Rey de Francia, en 1513: «Vettori no acierta a comprender la política del astuto Rey; pero Maquiavelo le da una explicación sutilísima que resultó profética. Con este motivo resume la táctica de Fernando de España en estas palabras maravillosamente agudas: si hubieseis advertido los designios y procedimientos de este católico rey, no os maravillaríais tanto de esta tregua. Este rey, como sabéis, desde poca y débil fortuna, ha llegado a esta grandeza, y ha tenido siempre que combatir con Estados nuevos y súbditos dudosos, y uno de los modos como los Estados nuevos se sostienen y los ánimos vacilantes se afirman o se mantienen suspensos o irresolutos, è dare di sè grande spettazione, teniendo siempre a las gentes con el ánimo arrebatado por la consideración del fin que alcanzarán las resoluciones y las empresas nuevas. Esa necesidad ha sido conocida y bien usada por este rey: de aquí han nacido los asaltos de África, la división del Reino y todas estas variadas empresas, y sin atender a la finalidad de ellas, perchè il fine suo non è tanto quello o questo, o quella vittoria, quanto è darsi reputazione ne’popoli y tenerlos suspensos con la multiplicidad de las hazañas». El actual Rey denominado Emérito de España tenía esas características en su reinado, como dice Maquiavelo: porque su objetivo no es tanto esta, o aquella victoria, como darse una reputación entre los pueblos, o más precisamente: es dar de sí mismo un gran espectáculo.

El tiempo de Ortega no es el actual, pero tampoco este va a tener una tendencia al igualitarismo, y ya se está viendo

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Para saber cómo debe actuar un Rey, Ortega nos explica lo que era la «puridad»: «La puridad consistía en el derecho del feudal a resolver un pleito, antes de ser judicialmente perseguido, en conversación privada y secreta con el superior jerárquico; por ejemplo, con el rey. Y una de las más graves injurias que el rey podía hacer a un señor era negarle esa instancia, o como se dice en nuestras crónicas, negarle la puridad. Se consideraba tal negativa como fundamento bastante para romper el vasallaje. Pues bien, la puridad es también arreglo de hombre a hombre, evitación de someterse al procedimiento impersonal de los tribunales». Esos arreglos de hombre a hombre, son los que hoy han desaparecido, a través de una maraña de leyes aprobadas por pillos, ejecutadas por pillos y sobrevenidas sobre pillos y no pillos. Cuando una sociedad, un pueblo, no cuenta en su engrudo relacional con el honor como insignia, sino con leyes de burócratas, sus funcionarios y sus políticos pasan a ser elite, y los ciudadanos se han convertido en esclavos humillados. Como me decía Javier Sadaba hace años, los recaderos se han hecho con el poder. Y la figura arquetípica del Rey ha desaparecido.

«La unidad es un aparato formidable que por sí mismo y aún siendo muy débil, hace posible grandes empresas»

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Finalmente, el Rey histórico consiguió liderar y, sigue Ortega: «Tuvo España el honor de ser la primera nacionalidad que logra ser una que concentre en el puño de un rey todas sus energías y capacidades. Esto basta para hacer comprensible su inmediato engrandecimiento. La unidad es un aparato formidable que por sí mismo y aun siendo muy débil quien lo maneja, hace posible las grandes empresas. Mientras el pluralismo feudal mantenía desparramado el poder de Francia, de Inglaterra, de Alemania, y un atomismo municipal disociaba a Italia. España se convierte en un cuerpo compacto y elástico». Y ahora, en este momento histórico, toca al revés, España es como un gusano sin vértebras, un gusano formado por varios anillos que se mueven guiados por un gobernante republicano a quien solo le interesa devorar su hez, sin otro interés por los anillos que le anteceden. España es un lugar donde tienen voz los antimeritocráticos, como Lilith Vestrynge acaba de vocear, y ese camino termina en lo que termina un cuerpo sin columna vertebral: en la tumba. Decía Ortega en la mentada obra: «Después de haber mirado y remirado largamente los diagnósticos que suelen hacerse de la mortal enfermedad padecida por nuestro pueblo, me parece hallar el más cercano a la verdad en la aristofobia u odio a los mejores». Solo si hay una figura real, bribona, puede recomponerse de nuevo un país con siglos de historia, una figura real que no se pliegue a lo políticamente correcto. No es arquetípicamente recomendable que un rey sea obediente. Un Rey que reine ha de poder hacer lo que le dé la gana, y a la vez ha de hacer lo correcto, como en la época de la «puridad». Justamente cuando vemos a una Greta Thunberg, un Pablo Echenique o una Lilith Vestrynge atacando al mérito, o a una jauría de políticos despeinados haciendo que se pase de curso sin estudiar y aprobar, sin méritos, constatamos que el cuerpo social está enfermo, es el cuerpo agusanado de quien repta, y suprimiendo a esos personajes de profesión odiadores, tendríamos un cuerpo social que se erguiría con todas sus vértebras bien colocadas y prestas para sus correspondientes gestas. Por eso Ortega al final del citado ensayo, termina con que ha de «gobernar los espíritus y orientar las voluntades: el imperativo de selección». Y ahora no toca, pero es cuestión de esperar el eterno retorno en el devenir de la historia, pues la naturaleza nunca falla, ni en lo subatómico, ni en lo supragaláctico, ni en lo que queda en medio.

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