Crítica

El héroe devaluado

El actor Harrison Ford y la actriz Phoebe Walter-Bridge, protagonistas de la última entrega de ‘Indiana Jones’ .

El actor Harrison Ford y la actriz Phoebe Walter-Bridge, protagonistas de la última entrega de ‘Indiana Jones’ . / Claudio Utrera

Claudio Utrera

Claudio Utrera

El director James Mangold (Nueva York, 59 años) autor, entre otros largometrajes, de El tren de las tres y diez (3: 10 To Yuma, 2007) y Copland (Copland, 1997), está dotado de una habilidad incuestionable en el manejo del cine de acción —lo ha demostrado en muchas ocasiones—, de ahí que haya recaído sobre sus espaldas la temible responsabilidad de sustituir a Steven Spielberg para llevar a buen puerto la única película sobre el legendario Indiana Jones que no ha dirigido —ni supervisado, según se cuenta— el auténtico muñidor de la serie.

Y la verdad es que ha cumplido con su cometido con pulcritud, eficacia y frescura, a pesar de que todo el meollo de la película, toda su enjundia, su imaginación y encanto destilan un espíritu heredado, o prestado, si se prefiere, de uno de los grandes alquimistas que presiden hoy el Hall of fame del Hollywood más respetable, legando a la posteridad un buen puñado de obras maestras que, con toda seguridad, seguirá removiendo en lo sucesivo los cimientos de la meca del cine con sus admirables filigranas como creador de mundos tan absorbentes como los que habitan personajes tan entrañables como el protagonista de este filme.

Nunca perdimos la fe en la resurrección, aunque esta vez rodeada por cierta aura funeraria, de Indiana Jones (Harrison Ford cumplirá el próximo mes de julio 81 años), un personaje mítico que ha pilotado una de las sagas cinematográficas más persistentes, impactantes y crematísticas del Hollywood contemporáneo y que integra el nuevo imaginario de un género de sólido arraigo en la cultura audiovisual de las últimas décadas del pasado siglo y del actual, prácticamente desde los albores del antiguo cinematógrafo.

Acogida mundial

Sus legiones de fans así se lo exigían a la factoría Spielberg y la clamorosa acogida y el ruido registrados ayer en el estreno en todo el mundo de su última aventura parece avalarlo con una claridad rotunda. Perfectamente equiparable en cuanto a influencia y buena hechura formal a la de Bond, la otra gran franquicia cinematográfica contemporánea, aunque conservando siempre, a diferencia de ésta, al mismo actor protagonista como norma inconfundible de la casa, a pesar a los problemas que ocasiona el inexorable paso del tiempo en los rasgos físicos de cualquier sujeto, por muy mitificada y glorificada que esté su figura.

Como ídolo que ha sido, y es, del cine de aventuras por antonomasia, Jones sigue encarnando para el público de nuestros días la imagen del héroe intachable, proactivo, gallardo y diligente, imagen que engrosa, por otra parte, muchas de las páginas más admirables del cine de clara extracción popular.

A esta obviedad habría que añadirle que, a diferencia de lo ocurrido con otros capítulos de la historia del género, esta saga viene precedida de la presencia tras las cámaras de un director, repito, con pedigrí, hábil, inteligente y endiabladamente imaginativo que le imprime a sus trabajos una dimensión añadida de la que carecían la mayoría de las legendarias películas protagonizadas, por ejemplo, por los Errol Flynn, los Stewart Granger, los Douglas Fairbanks, los Tyrone Power, los John Hall, los Burt Lancaster, los Johnny Weissmuller y los numerosos adalides del riesgo y la aventura que han adquirido su propia carta de naturaleza a lo largo de la historia del Séptimo Arte.

En Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones and the Dial of Destiny), su quinta entrega, tras el inmenso éxito cosechado en 1981 con En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Arc), filme fundacional de esta fructífera franquicia encabezada, desde sus inicios, por el autor de Tiburón (Jaws, 1975), el héroe, naturalmente, muestra las indisimulables jaquecas propias de su provecta edad; comienza a flaquear, tanto en el plano físico como en el estrictamente sentimental, detalle que le agradecemos a los guionistas todos los espectadores que, desde que tenemos uso de razón, no comulgamos con los estereotipos más rancios del cine de consumo; Indy ya no es, por tanto, aquel arqueólogo aventurero que afrontaba con admirable habilidad todos los obstáculos y peligros que le rodeaban en el ejercicio de sus continuas reyertas con los enemigos de turno, ni los bruscos giros del destino tampoco le afectan ya de igual manera.

Aunque siempre de espíritu arrojado, Indiana se muestra esta vez algo más frágil y aprensivo, cediendo gran parte de su protagonismo a su ahijada (Phoebe Walter–Bridge), una reputada arqueóloga con más capacidad e iniciativa que el propio protagonista, cuyo prodigioso ingenio para salir airosa de los más complicados enredos criminales contribuirá a salvar de una muerte casi segura a su devaluado héroe, mostrando así una nueva perspectiva que podría dar en el futuro un giro de perfil feminista a una saga sobrada, desde sus inicios, de testosterona.