Crítica

Un concierto poliédrico

Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, 7 de julio en el Alfredo Kraus fue titulado como “noche de debuts”

Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, 7 de julio en el Alfredo Kraus fue titulado como “noche de debuts”

Roberto Díaz Ramos

El concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria del pasado 7 de julio en el Alfredo Kraus fue titulado como “noche de debuts”, incluyendo las primeras participaciones con el grupo de la directora valenciana Beatriz Fernández Aucejo, el violista israelí Amihai Grosz y la soprano grancanaria Tania Lorenzo Castro.

No es la primera vez que Beatriz Fernández Aucejo dirige en Las Palmas de Gran Canaria, aunque sí debutaba ante la Orquesta. Se mostró comunicativa y versátil. Sobre todo versátil, porque se adaptó con cierta facilidad a las grandes diferencias existentes a priori entre Mozart, Martinu y Dvořák, respetando a cada uno su contexto estético, con una dirección fresca. 

Aquí encontramos el primer factor que convirtió el evento en un concierto poliédrico, que finalizó con un Canto del héroe (Dvořák) que ganó en interés a medida que avanzaba hacia el final, rompiendo el tedio repetitivo con ingenio. Un ingenio, también, que superó la frialdad dubitativa de los primeros compases llegando a implicar a parte del público al final (algún movimiento de cabeza y manos hubo cerca de quien escribe a partir de la mitad)

La primera parte estuvo dedicada a Mozart, ofreciendo otra de las perspectivas contrastantes, con fragmentos de Idomeneo y del Rapto en el serrallo. Cabe subrayar aquí las dos intervenciones de Tania Lorenzo Castro, con una colocación de la voz impecable, una pronunciación clarísima y una afinación envidiable. Especialmente en el aria más conocida del segundo acto del Rapto, Martern aller Arten, donde se enfrentó a la música y la valentía apropiada para el texto.

La obertura de este mismo Singspiel fue ubicada como articuladora entre las dos intervenciones vocales, y aunque fue tocada con gracia, fue posiblemente lo menos reseñable. Antes igualmente había iniciado el concierto con Idomeneo, con el recitativo y aria Quando avran fine omai… Padre, germani, addio!.

Lo más destacable de todo el concierto fue sin duda la Rapsodia-Concierto del checo Bohuslav Martinů, con Amihai Grosz a la viola.

Dos aspectos a tener en cuenta. Lo primero, ofreció virtuosismo con sencillez -tocó de forma natural sin ceder a las dificultades técnicas-. Lo segundo, sobre todo, mostró un muy buen gusto. Especialmente en los fragmentos lentos de la segunda parte. Aún más en concreto cuando su interpretación, en conjunción con la orquesta, llegó a trasladar incluso la imagen mental de una iglesia en la que sonaba un coral con los tubos de un órgano de fondo (tubos en este caso sustituidos por los vientos)

Resultó ser una delicia que fue justamente premiada por un público que -además de aplaudir cuando no debía, lo cual no es novedad- premió justamente lo escuchado, y recibió como premio un bis. Un bis en forma de versión para viola del Preludio de la Suite BWV1007 que también fue bien recibido.

La asistencia al concierto fue aparentemente superior a la mitad del aforo, a pesar del ambiente veraniego del día, aunque esta vez no se vio la efusividad del anterior concierto. Algo que sí se podría recordar sería la importancia de apagar el móvil, o ponerlo en modo avión, o al menos en silencio.

Es cierto que la cultura del concierto en silencio es algo fuera del contexto histórico de la mayoría de los repertorios que interpretan las orquetas, pero una vez que aceptamos la necesidad del silencio, permitámonos disfrutar de la música sin que suene un tono de mensaje justo en el momento en el que acaba una obra, o sin que suene una llamada precisamente cuando en la música hay una pausa teatral. Y, especialmente, si está prohibido hacer grabaciones en el concierto, guardemos el móvil y dejemos las redes sociales para otro momento. Hay ocasiones en que la exposición pública de nuestra vida puede esperar.