La pintura de Juan Guerra, una naturaleza real que nunca existió

La Regenta recorre cuatro décadas de la trayectoria del pintor grancanario con obras inéditas que captan la belleza de una naturaleza inmensa salida de su imaginación

Juan Guerra en una de las salas que recogen su retrospectiva del Centro de Arte La Regenta.

Juan Guerra en una de las salas que recogen su retrospectiva del Centro de Arte La Regenta. / LP / DLP

Paisajes de bellezas desbordantes captados en todo su esplendor con talento y sensibilidad, pero con la salvedad de que son lugares que no existen. Es la muestra ‘Naturaleza viva 1982-2023’ que, sobre la obra del pintor grancanario Juan Guerra, acoge el Centro de Arte La Regenta. Desde un desierto especialmente inhóspito hasta un enorme y amenazante glacial, en sus obras se ve la huella de grandes maestros.  

Paisajes que todos identificamos inmediatamente con algún lugar del planeta, pero que no han existido realmente. Ese es uno de los principales atractivos que se esconden en la muestra Naturaleza viva. 1982-2023, una exposición que recorre la relación del pintor grancanario Juan Guerra (1945) con el mundo físico, que acoge el centro de Arte La Regenta hasta el 23 de septiembre. Una muestra que incluye dibujos sobre papel y pinturas sobre lienzo de diversos formatos, realizadas desde comienzos de la década de 1980 hasta el momento actual. 

Pero esta capacidad por parte del artista grancanario para crear universos reconocibles aunque irreales surge de su descomunal intuición para plasmar la naturaleza en todo su esplendor ya que el artista nunca se traslada a los lugares ni se sirve de imágenes o fotografías previas. Como asegura su comisario Antonio P. Martín: «no solo pinta la naturaleza que conoce, también crea su ‘naturaleza’ ya que «son obras que reflejan el poderoso y rico imaginario del que se nutre su mente en las que observa lo que el ojo no alcanza a ver haciendo uso de una memoria visual creativa que le permite crear muchas veces su propia realidad pictórica».

Otra curiosidad es que, aunque la muestra recorra 40 años de su carrera, no forma una retrospectiva puesto que se tratan de cuadros que permanecían ocultos en el estudio del artista y nunca se habían exhibido hasta ahora. Para el propio Juan Guerra su forma de reflejar la naturaleza ha cambiado a lo largo de los años. 

Tiempo

«Es inevitable», señala. «Cuando dedicas toda tu vida hacia un tema determinado, al cabo del tiempo se nota una evolución para mejor lógicamente», añade. Esta instalación tiene «una cierta continuidad en cuanto a la forma, pero no en la técnica ya que hay una mejoría con el tiempo». Aún así, «hay cierta similitud en el trazo, en la composición del cuadro, con arreglo a la similitud que hay entre ellos, y un hilo conductor que los convierte a todos en casi la misma obra», subraya.

En la primera planta de la sala todas las obras encajan como en un mismo escenario instalativo, como si empezara en un desierto y acabara en una selva. Cuadros de distintos periodos ya que el artista fluctúa entre estilos diferentes que pasan por surrealismo, impresionismo o abstracción, que van desde la cumbre hasta el mar abierto. «Son obras intuitivas» aclara el arista, incluyendo «un homenaje a Matisse» en los escenarios más agrestes. Pero entre los cuadros surrealistas destaca Roca ingrávida, que es una alegoría a Magritte a modo de un meteorito. «Me gusta esa estudio del espacio, de la figura como flotando sobre el mar, pero no copio a nadie», subraya. O entre los abstractos destaca un díptico de colores azules «con esos tonos tan vivos o fauvistas». Luego, en la segunda planta, sin embargo, aparecen cuadros con dobles lecturas en las que incluso se esconden formas de rostros o animales que el espectador debe descubrir y que culmina en la sala de las calaveras con una serie de grandes hallazgos pictóricos. Un mundo aparte en una habitación negra con esqueletos que le dan un tono sombrío y siniestro. Aquí su forma de representar la naturaleza tiene algo de abstracción. «Es que el paisaje se presta a conseguir efectos abstractos», aclara. «Y eso se puede ver en la representación de un jameo que lo vas descubriendo conforme te vas acercando porque cuando pinto no me planteo qué voy a hacer en ese momento, aunque sepa que va a ser un paisaje». De este modo, «el resultado final me ha sorprendido incluso a mí porque surgen cosas que a lo mejor tienen que ver con alguna referencia de algún pintor que he visto y se me ha quedado en la imagen, como es el caso de William Turner», señala. Precisamente, esa atmósfera de pintores del romanticismo surge de forma más clara en estas salas. «Tengo tan metido el arte que surge sin planteármelo».

 En estas obras aparece su constante experimentación en las formas, tonos cromáticos y referencias al impresionismo o la abstracción. «Cuando yo hago un cuadro no subyace ningún dibujo previo, pinto directamente con el pincel y con la mano», aclara. «Y así salen unos efectos, luces o accidentes en el terreno». Son temas que «voy trabajando sin pensar en un lugar determinado porque nunca había estado ahí, aunque parezca que ha sido sacada de una reproducción fotográfica o de un viaje». Guerra reconoce, sin embargo, que antes si iba y colocaba el caballete y pintaba, «pero me condicionaba mucho, porque te distraen otros elementos como casas o postes de la luz. Yo elimino todo eso y me quedo con el silencio y la paz, el sosiego y soledad y lo consigo por las atmósferas que le doy al cuadro».

Sobre el supuesto lugar en el que está situado el paisaje, el artista señala que «cada uno puede elegir el que prefiera». Pero recuerda cómo personas que viajaron a Noruega o Islandia reconocían lugares concretos en sus obras. «Yo nunca pienso en eso, porque pinto porque me gusta desde que con siete años descubrí la pintura y llevo 70 pintando sin parar», concluye.