Análisis

Nuevas amistades

García Hortelano muestra la juventud de la alta burguesía madrileña de mitad del siglo XX, una historia en la que el miedo al qué dirán de la época cobra protagonismo

Nuevas amistades

Nuevas amistades / La Provincia

Javier Doreste

Javier Doreste

Este libro se publicó por primera vez en 1959 y desde entonces no ha dejado de marcar de una forma u otra, por aceptación o rechazo, toda la narrativa española del siglo pasado y del actual. Se ubica en la misma estela que obras tan importantes como Gran Sol de Aldecoa o El Jarama de Sánchez Ferlosio.

Ofrece una manera de contar, deudora innegable de la narrativa norteamericana de la primera mitad del siglo XX y de las técnicas cinematográficas; significó para nuestra literatura la superación de los pastiches literarios como La Colmena, metiendo, junto al resto de los nombrados a la narrativa hispánica en la modernidad literaria. Ya por entonces autores como Onetti, al que tanto debemos, abrían puertas a caminos que todavía transitamos. Sin ella, ni las primeras obras de los hermanos Goytisolo ni la reacción de gigantes literarios como Benet hubiesen tenido lugar.

Nos cuenta trece días de un grupo de jóvenes, hijos de los vencedores de la guerra civil, de la alta burguesía. Su cotidianidad de aburrimientos, bailes, bebidas. Sus rutinas de aburrimiento, rotas esporádicamente por un acontecimiento en torno al que va girar la trama. Tiene una alta carga ideológica, de crítica al modo de vida de los vástagos de clase alta en el régimen franquista, en los postreros años de la autarquía. Se reconocen del bando de los vencedores, proclaman que a ellos no los ha derrotado nadie y, si bien se burlan de la vida de sus padres, no renuncian en ningún momento a las ventajas que tiene pertenecer a la clase dirigente.

De vez en cuanto, la descripción de sus ambientes, actos y palabras, es contrastada por la vida de la gente de abajo. Los que viven en chabolas y los que tienen que trabajar, abrir una tienda por ejemplo. Pero estas escenas de contraste son pocas. Su presencia refuerza, de forma dosificada con maestría por el autor, la imagen de los jóvenes protagonistas. Por edad, todos tienen en torno a los 20 años, serán los que más adelante se beneficien de los Planes de Desarrollo de los gobiernos tecnocráticos de la dictadura y controlaran la transición democrática para no perder ninguno de los privilegios ni su posición dirigente en la sociedad. Y el pueblo pasa delante de ellos y no habla, simplemente porque para el grupo protagonista no cuenta más allá de su papel de servidores, trabajadores, camareras, criadas, porteros, sexo en el caso de las mujeres. No existen, no son sus iguales. Privarles de voz, salvo en alguna ocasión como la del cura obrero o el desclasado Juan, es otro de los aciertos literarios de García Hortelano.

Pero lo que más significa esta novela es su forma. García Hortelano aplica la técnica del realismo crítico, limitándose a describir los actos y transcribir los diálogos de los jóvenes, como si de una cámara cinematográfica se tratara. No interviene prácticamente en el desarrollo, salvo en alguna u otra ocasión que lo cree necesario. Ni juzga ni moraliza sobre lo que cuenta. De manera aséptica describe y transcribe. Incluso la descripción de los personajes se nos da a través de los ojos de alguno de ellos. El narrador omnisciente desaparece en la práctica.

Las breves descripciones de espacios o paisajes asemejan las acotaciones que un autor teatral indicaría en sus textos. Esta, digamos, asepsia narrativa, es uno de los principales motivos por los que la novela nos engancha y obliga seguir leyéndola. No hay juicios morales. Somos nosotros, los lectores, quienes debemos construir el nuestro, ante frases profundamente machistas, como: «Jovita mira y calla: Es para lo que la tengo enseñada». Frase ajustada al momento social en que se sitúa la acción. O las cargadas de clasismo: «Cualquier día nos encontramos nuestras cafeterías llenas de secretarias». Son las cafeterías de Serrano, la Gran Vía, Rosales y su entorno. Los espacios reservados para cierta gente y no para el pueblo común y corriente. Lo dicho, son los padres de los que se manifestaron recientemente contra las restricciones Covid.

Pero más allá de esta visión sociológica, Nuevas amistades ofrece otras lecturas. El dominio de la técnica del realismo objetivista y crítico, que la emparienta con la novela americana o con el mismo cine, hasta el punto de que algunos críticos la han relacionado con las obras de Hammett, Steinbeck o Chandler, justifica su lectura. La precisión en el lenguaje, la dosificación de los adjetivos, la sencillez narrativa, el dominio de los diálogos, similar al de Hemingway; convierten el texto de García Hortelano en una obra maestra que sigue atrapándonos pese a que el mundo descrito haya cambiado.

El deslizamiento hacia la corrupción y el cinismo de Gregorio, aparente protagonista y recién llegado al grupo, se ofrece ante nuestros ojos de manera natural. La necesidad de integrarse en el mundo de sus nuevas amistades, hace que el joven provinciano, llegado virgen de cierta manera a este Madrid que empieza a salir de la autarquía, asuma los comportamientos, los modos y la misma cínica visión del mundo que los jóvenes descritos tienen. Es su carácter de recién llegado, aún no corrompido del todo, el que lo diferencia inicialmente, permitiéndole obrar mientras que los demás solo hablan, hacen alardes de verbales de violencia, mienten y se pierden en palabrerías vanas a ritmo de jazz.

Hay en esta novela referencias que demuestran la amplia cultura del autor. Su interés por las literaturas del mundo, fue un traductor afamado, Walser, Camus, Sartre, Vian desfilan de una manera u otra por las páginas del texto. En medio del páramo cultural impuesto por el franquismo la intelectualidad española acudía a las novedades extranjeras, manteniéndose vinculada casi clandestinamente (recordemos que Hammett y Chandler estaban prohibidos, por no decir Sartre y Camus) con los movimientos culturales de Europa. El existencialismo, le noveau roman, el jazz, no les eran desconocidos. La frase de Camus con la que se abre la novela es buena prueba de ello: «Ce jour-là, je compris qu’il avait deux vérités dont l’une ne devait jamais être dite / Ese día comprendí que había dos verdades, una de las cuales nunca debía decirse». Efectivamente, en la novela hay dos verdades. La de los jóvenes protagonistas y la que les rodea, apenas mencionada salvo en dos o tres episodios. La verdad de los de abajo, verdad que debe ser ignorada si los de arriba quieren vivir con la conciencia tranquila o con el cinismo y el desprecio a los otros. Dos mundos, dos verdades, que son como las dos ciudades que nombraba el médico Axel: la de los que trabajan y la de los que viven del trabajo de los otros.

Hoy, estas dos verdades siguen vigentes. Y cuando alguien nombra la prohibida está poniendo en cuestión nuestra forma de vivir, de ser, de estar en el mundo. Uno de los méritos incuestionables de la obra de Juan García Hortelano es nombrar la verdad que debería permanecer oculta y seguir nombrándola mientras algunos volvamos a esta novela que tanto significó y significa en la narrativa española. Después vendrían Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos y su esfuerzo por un realismo subjetivo y Volverás a Región de Juan Benet. Pero eso es otra historia.