Aniversario

"Quería entrevistar al Papa y preguntarle si cree en Dios": un año sin Jesús Quintero, el Loco de la Colina

El primer aniversario de la muerte del comunicador onubense se conmemora con actos organizados por sus hijas

Recibió más de ochenta premios y creó escuela con su particular forma de hacer entrevistas

Jesús Quintero, en la playa junto a sus hijas Andrea (izquierda) y Lola (derecha).

Jesús Quintero, en la playa junto a sus hijas Andrea (izquierda) y Lola (derecha). / CEDIDA

David López Frías

- ¿Te molesta envejecer?

-Personalmente no tengo miedo al paso del tiempo. La muerte es otra cosa, chatín.

Es un extracto de una conversación de loco a loco. El mismo loco, en realidad. Una conversación entre Jesús Quintero y el Loco de la Colina, su alter ego. Una autoentrevista que ahora aparece en un libro editado por su familia, con motivo del primer aniversario del fallecimiento de uno de los comunicadores más carismáticos que ha dado España.

Ya hace un año que se fue Quintero. El perro verde. El ratón colorao. Un hombre que, por ser hijo de José y María (nombres de sus padres) sólo pudo llamarse Jesús. Que entró en el mundo de la comunicación casi por accidente, pero se quedó para siempre y creó escuela. El periodista que se hizo famoso, entre otras cosas, por sus silencios. La forma en la que forzaba pausas eternas en sus entrevistas acabó siendo una de sus señas de identidad.

También lo fueron los personajes a los que puso en el candelero. Desde el Risitas y su Cuñao hasta Rafi Escobedo, un preso que clamaba por su inocencia en el macabro y mediático crimen de sus suegros (los marqueses de Urquijo). Escobedo decidió darle una entrevista a Quintero para avisar de que, si no se hacía justicia con su caso, se quitaría la vida. Encontraron su cuerpo ahorcado siete días después de la emisión.

Talento para el talento

"Mi padre tenía talento para identificar el talento". Una redundancia voluntaria de Lola, su hija pequeña, en una conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica. Ella se ha volcado junto a su hermana en la programación de los actos homenaje a su padre que se están llevando a cabo estos días por toda España. De Sevilla (lugar de nacimiento de su hija mayor Andrea) a Cataluña (el sitio en el que nació Lola, la pequeña). De Madrid, una de sus ciudades favoritas, a San Juan del Puerto (Huelva), el pueblo en el que nació y del que se fue porque instalaron una fábrica de celulosa que lo impregnaba todo con su olor.

Quintero con su hija Andrea en el plató donde grababan Ratones Coloraos.

Quintero con su hija Andrea en el plató donde grababan Ratones Coloraos. / CEDIDA

Jesús Rodríguez Quintero (San Juan del Puerto, 1940) nació en el seno de una humilde familia onubense, al lado de las minas de Ríotinto, el lugar al que llegó el fútbol en España. Un niño feliz y extrovertido, pero de comportamiento singular. "Eres más raro que un perro verde y un ratón colorao", le espetaba su madre, María Dolores. La misma que le animó a presentarse a unas pruebas para ser locutor en Radio Popular Huelva.

Ahí empezó todo. Porque, en realidad, Quintero quería ser actor. Y hacía sus pinitos sobre las tablas en el circuito amateur. Pero en una función, un espectador le alabó su imponente tono de voz: "Se te escucha hasta en la última fila". De ahí, a superar sobrado el casting radiofónico. El resto ya es historia. Una historia que resume con impecable estilo su segunda esposa, la periodista catalana Joana Bonet, en el mencionado libro titulado Memoria del silencio. El mundo desde la colina.

El Loco de la colina

Lo fichó Radio Nacional, le dieron las madrugadas y se convirtió en la voz más reconocible de cuantas salían de los transistores españoles durante el tardofranquismo. Corría 1973 y le tocó conducir un programa con un título que le horrorizaba (Para mayores sin reparos) y que acabaron suspendiendo porque decían que incitaba al suicidio.

Cuenta Bonet que, años después, el propio Quintero le reveló que Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del primer gobierno democrático postfranquista, llamó personalmente a la emisora para pedir explicaciones por la cancelación. Volvió Quintero, pinchó una de los Beatles (The Fool on the hill) y empezó a gritar: "Yo soy un loco en la colina".

Ese fue el origen del apodo con el que incluso sus propias hijas se siguen refiriendo a él. El Loco. El Loco de la Colina fue también el nombre del programa de radio que le llevó al éxito. Un espacio nocturno en el que hizo lo que le dio la gana y en el que llegó a dejar a las mujeres de la limpieza del estudio al frente del micrófono.

El Perro verde

Aquel éxito le catapultó a televisión. Para ese proyecto eligió el nombre de El Perro verde, un homenaje al apodo que le puso su madre. Y allí, el 27 de julio de 1988, marcó un hito en la historia del periodismo español: se metió en la cárcel de Dueso para entrevistar a Rafi Escobedo, el yerno de los Marqueses de Urquijo. Dos nobles que habían sido asesinados brutalmente en su propio domicilio mientras dormían.

Jesús Quintero sostiene a su primera hija, Andrea, que ahora lleva la fundación con su nombres.

Jesús Quintero sostiene a su primera hija, Andrea, que ahora lleva la fundación con su nombres. / Manuel Outumuro

Fue el propio Escobedo, que llevaba 7 años preso por ese crimen, el que pidió hablar en su programa: "Si en el quinto día después de la emisión no me conceden lo que me corresponde, me suicido", advirtió el reo. Escobedo cumplió su promesa y se colgó en su celda. "Me quité de enmedio (...), me fui a casa de mi compadre Paco Cervantes y, estando en la playa, uno me dijo "estarás contento que se ha matado Rafi". Ahí empezó la telebasura", contó Quintero posteriormente, tal y como refleja Bonet en el libro.

A partir de ahí se sucedieron los programas televisivos que le hicieron cruzar el charco y convertirse en una celebridad allende los mares, en lugares como Argentina. También se sucedieron sus amores con periodistas catalanas: la primera, Angie Urrutia, con la que tuvo a su primera hija, Andrea. La siguiente, la propia Joana Bonet, que alumbró a la pequeña Lola seis años después (1998) en Lleida. Y fue su faceta como padre ausente la que más le mortificó el resto de su vida.

Los silencios del padre

"Ser hija del Loco no ha sido siempre un camino fácil", cuenta su hija Lola. "Crecí viendo cómo se entregaba a los demás. Su tiempo, su energía y su atención se volcaban en los entrevistados, en sus espectadores y en su público. Y para una niña que sólo quería a su padre para ella, que anhelaba su presencia constante y su atención exclusiva, esa realidad podía ser cruel y confusa".

"Con el paso del tiempo y grandes dosis de esfuerzo, tuve que aprender a compartir a mi padre", recuerda ahora Lola, que reconoce que "como padre también hizo silencios largos", pero que recuerda aquella época de éxito televisivo de su padre como "lo más maravilloso que he vivido nunca. Mira que he recorrido países en mi vida, mira que he pasado por platós. Pero entrar en el de mi padre era hacerlo en un lugar especial. A mí me decía que me sentase en una esquina a verlo. Y entre las luces tenues, su tono de voz, sus silencios... yo me acababa quedando dormida", rememora.

Quintero fijó su residencia en su amada Sevilla, en un edificio cuya azotea tenía vistas a La Giralda y por el que se desplazaba en un ascensor de cristal: "Para mí, aficionada a Roald Dahl, mi padre no era menos que Willy Wonka, el excéntrico dueño de la fábrica de chocolate que protagoniza el libro Charlie y el gran ascensor de cristal. Y, de algún modo, su plató significó para mí su propia fábrica de chocolate, con los personajes más singulares y extravagantes que yo haya visto jamás", remata Lola.

Compaginar su faceta profesional con la de padre fue su mayor espina. Mucho más que esos negocios que no le salieron bien y que la prensa del corazón aprovechó para poner al Loco en la picota. "El dinero fue lo que menos le importó en el mundo. Y no porque viniese de un entorno rico. Él procedía de una familia muy humilde. Pero no le tenía ningún aprecio al dinero y le hacía gracia cuando veía su nombre en los titulares diciendo que se había arruinado. Le daba igual. Si montó un restaurante no fue para hacer dinero, sino porque creyó que aquello podría ser divertido para pasarse horas hablando con sus amigos", puntualiza su hija menor.

Jesus Quintero con su hija Lola.

Jesus Quintero con su hija Lola. / ARCHIVO

Patrimonio de la humanidad

Sus hijas, a pesar de no vivir con Quintero en el último tramo de su vida, se fueron en paz con él. Quintero falleció en Ubrique (Cádiz) hace ahora un año, Con motivo de la efeméride, se ha presentado el libro y se han celebrado homenajes. En todos ha participado su hija Andrea, que conduce el proyecto Fundación Quintero. Ubicada en San Juan del Puerto, la Fundación busca convertirse en un laboratorio periodístico. Un espacio que trascienda el museo y, más allá de exponer el material que queda del Loco, sirva como lugar de conferencias, coloquios y especialización de periodistas de nuevo cuño.

Andrea es la única que ha heredado la vocación periodística de su padre, del que profesionalmente aprendió "el compromiso con los valores éticos, respetar el código deontológico, cultivar la curiosidad y la importancia de la escucha. Pero, sobre todo, el ir a una entrevista 'a ver qué te cuenta el otro'. Escuchar lo que nos dice el entrevistado, más allá de la idea que tengamos para titular", le cuenta desde Barcelona a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.

También coincide en que su padre fue una de esas rara avis que consiguió un público heterogéneo que trascendía a las ideologías. El Loco tiene admiradores a derecha e izquierda: "Las figuras del periodismo suelen estar bastante politizadas. Mi padre podría simbolizar un consenso, porque le interesaban las personas. Le daba igual su procedencia o clase social. Decía que hasta con la persona con las ideas más opuestas a ti podías encontrar un punto de acuerdo". El Loco se murió sin haber podido cumplir su sueño profesional: entrevistar al Papa. Incluso tenía prevista la primera pregunta: "¿Cree usted en Dios?".

La mayor de las Quintero, gracias a haber optado por seguir con la profesión, ha conseguido comprender aquellas ausencias de su padre: "Ser periodista me ha ayudado a entender que, a veces, haces renuncias que no son por gusto sino por coherencia. Yo de niña no entendía cómo podía estar todos los días trabajando y hasta los dos o las tres de la mañana. Y con el tiempo entendí que el periodismo fue uno de los amores de su vida. Aprendí, igual que mi hermana, a compartir al Loco con el resto del mundo". Porque Jesús Quintero, a fin de cuentas, es patrimonio de todos.