Música

El triunfo de la luz sobre la oscuridad

La Quinta Sinfonía de Mahler es una obra maestra que no deja tregua al oyente ni un solo instante repleto de detalles gracias a la interpretación de una orquesta de la precisión de la Filarmónica Della Scala de Milán

La Filarmónica Della Scala de Milán, durante su interpretación el pasado jueves en el auditorio Alfredo Kraus.

La Filarmónica Della Scala de Milán, durante su interpretación el pasado jueves en el auditorio Alfredo Kraus. / Jorge Madinaveitia

La Quinta Sinfonía de Mahler atrapa desde los primeros compases. Es una obra maestra que no deja tregua al oyente ni un solo instante repleto de detalles magistrales. Pero esa minuciosidad sólo puede conseguirse a través de la interpretación de una orquesta de la precisión de la Filarmónica Della Scala de Milán y un director, seguro e implacable, que sabe sacarle todo su partido expresivo, como Myun Whun Chung. La obra del compositor alemán puso la guinda al 40ª Festival de Música de Canarias en el un evento en el que su obra ha estado presente en tres ocasiones. El maestro coreano supo diferenciar bien las tres secciones, y los cinco movimientos de los que consta la obra, pero que también logró unir acentuando el carácter sentimental de la obra.  

Se mostró, además como un director discreto, con movimientos muy medidos, dirigiendo de memoria toda la sinfonía, pero haciendo hincapié en los contrastes enormes de la composición. Todas las secciones respondieron perfectamente. Pero habría que destacar una sección de cuerdas compacta, potente y diáfana al mismo tiempo. Y unos instrumentos de viento en los que brillaron especialmente la trompeta y el trompa solista en el tercer movimiento. Llamó la atención también el trabajo ímprobo del timbal que arropó y apoyó la obra sin sonar estridente ni interferir en ningún momento. Ese contraste que hay en la obra se refleja en la misma estructura de la composición porque si los dos primeros movimientos son tristes, oscuros y llenos de desesperanza, los dos últimos muestran amor, alegría y triunfo. El tercero, sin embargo, es como un puente entre ambas partes. Y es que Mahler concebía a sus sinfonías como una gigantesca totalidad con motivos que pasaban de pieza en pieza, como si estuviera componiendo una monumental autobiografía musical. 

Fúnebre

El primer movimiento, al ser una marcha fúnebre, se desarrolló con paso mesurado y estricto. El segundo, sin embargo, fue mayormente rápido y violento. Aquí es donde la añoranza y la tristeza del primer movimiento se convierten en una búsqueda desesperada, incluso agresiva, de la alegría, donde el compositor alemán logra que varias secciones instrumentales independientes den forma a una intrincada red de emociones y significados contrastantes. 

Y llegamos al scherzo, un movimiento delicado y atormentado al mismo tiempo que comienza con un ländler, un baile austriaco luminoso y animado, que contrasta con lo anterior, ya que pasamos de la desesperación más profunda a un baile despreocupado sin ninguna transición. Como bien indicó Ricardo Ducatenzeiler en su charla introductoria, Mahler amaba el vals, amaba Viena, los cafés, los paseos, la ópera. Pero al mismo tiempo la odiaba por su conservadurismo, su actitud represiva y sobre todo su antisemitismo. Sus sentimientos hacia Viena eran extremadamente complejos. Él sabía que los días del Imperio Austrohúgaro estaban contados y por eso el vals es un símbolo de la decadente Viena del siglo XIX. 

El cuarto movimiento, el famoso adagietto, es una de las expresiones más sinceras de amor jamás retratadas en la música. Después de la actividad frenética de los movimientos anteriores y su búsqueda desesperada y anhelo en pos de la alegría, Mahler para en seco y muestra la pieza crucial del rompecabezas: el amor. Un movimiento que, sin embargo, como explicó el experto en su última intervención en el auditorio, se ha sacado de contexto con frecuencia y ha sido interpretada en funerales: Bernstein la dirigió en el funeral de Robert Kennedy y sonó en su propio funeral. Mientras que Visconti se la apropió como banda sonora de la versión cinematográfica de La muerte en Venecia, de Thomas Mann. Pero el adagietto fue la declaración de amor de Mahler a Alma Schindler. 

Los dos últimos movimientos forman un enorme contraste con los dos primeros al contener música de gran exuberancia, amor, luz, brillo, esperanza y alegría. El finale, concretamente, puede ser visto como la celebración anticipada de su inminente casamiento con su amada. Es la pieza más soleada que Mahler haya escrito jamás. Irradia alegría y juguetonería, prácticamente sin momentos de duda u oscuridad donde el hombre ya no está solo, sino unido a otra persona por el lazo del amor. La fuga del finale nos recuerda que Mahler acababa de adquirir la edición completa de las obras de Bach y estaba muy emocionado por lo que encontró allí. 

La sinfonía concluye con un grito de alegría en la tonalidad que ya había anticipado en aquel pasaje optimista del segundo movimiento y que se extinguía otra vez en la angustia con el triunfo de la luz sobre la oscuridad. 

Un final de fiesta excepcional que incluyó dos bises: el Intermezzo de Caballeria rusticana. Y la Obertura de Guillermo Tell. 

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