Arte

Clerigoncias, torquemadas, censores, garrotes y mutilados de paz a Millares

Aklgunos de los cuadros que forma parte de la exposición de CajaCanarias en Santa Cruz de Tenerife.

Aklgunos de los cuadros que forma parte de la exposición de CajaCanarias en Santa Cruz de Tenerife. / LP/DLP

Michel Jorge Millares

Permítanme que comience este texto con el agradecimiento a la Fundación CajaCanarias por la iniciativa de promover una exposición sobre los Millares Sall, dedicada a los y las nueve hermanos junto a sus padres, Don Papas y Mamama. Y también que aproveche para expresar públicamente mi sincera felicitación al comisario de la misma, Celestino Hernández, quien durante los preparativos sufrió la repentina muerte de su hermano menor. Un hecho que determinó el especial afecto que dedica en este proyecto a Sixto, el primero de los Millares Sall que falleciera, a causa de la tuberculosis originada por el hambre que padeció la familia debido a la pérdida de empleo y sueldo del catedrático y Patriarca tras ser depurado por el régimen propiciado por el acoso de un cura abyecto.

Con estos datos, ya se pueden imaginar la construcción del relato de una exposición que se extiende por 11 salas y, a pesar de su magnitud, no se pudo llevar a cabo la propuesta inicial y tuvo que redefinirse como Creación plástica en los Millares Sall. Atrás (aunque con algunos detalles) quedó la literatura y la música, artes en las que también está generación artística tuvo un papel determinante en la cultura canaria.

Clerigoncias, torquemadas, censores, garrotes y mutilados de paz a Millares

Clerigoncias, torquemadas, censores, garrotes y mutilados de paz a Millares / LP/DLP

Y digo Generación porque este año podemos situar el centenario de la misma, ya que se cumplen los cien años del nacimiento de Eduardo (Cho Juaá). El quinto de los Millares Sall, tras Agustín, Juan Luis, José María y Sixto, que representan la vertiente más literaria, con algunas aproximaciones a la pintura y al dibujo, tras los que vienen Cho, Manolo y Jane, los artistas plásticos, y culmina con la rama musical de Totoyo y Yeya, sin olvidar las composiciones de José María y Manolo, o la musicalidad de la obra de todos los demás, especialmente Agustín para «cantar la verdad».

Claves

Pero vamos a explicar el titular de este artículo, porque ahí están las claves más interesantes de lo que podrán encontrar en las salas de esta exposición. Empiezo por las clerigoncias, también incluyo la inquisición y a Torquemada, nombres que sirvieron de título a algunas de las obras o series que estos artistas afrontaron. Y es que la relación de la saga de los Millares con la curia isleña tiene una serie de episodios que marcan una trayectoria de enfrentamientos en un país donde la iglesia tiene un protagonismo que va más allá de las creencias personales. Agustín Millares Torres (entre otras cosas, compositor, periodista, notario y músico de cámara de la catedral), publicó dos tomos de Biografías de canarios célebres, entre las que figura la del obispo Manuel Verdugo que, lejos de tratarse de un panegírico, retrata con la mayor objetividad posible la figura del personaje. Esto no gustó al obispo Urquianona quien condena desde el púlpito estas biografías e inicia con el historiador una difícil relación. Ello no le frena, sino que le motiva a escribir, en 1874, la Historia de la Inquisición en Canarias que da lugar a la excomunión del historiador, el cual había conseguido el archivo inquisitorial gracias a que coincidió en la calle con el carretero al que habían dado unas monedas para que arrojara los documentos a la marea, pero Millares Torres le ofreció el mismo dinero para que lo trasladara a su casa, salvándose así esa parte de la historia de Canarias que hoy conserva el Museo Canario.

Ya en 1936, el sacerdote Manuel Socorro, nombrado director del instituto Pérez Galdós tras la sublevación de los generales reaccionarios contra la II República, inició una campaña de difamación y persecución contra los profesores que podrían aspirar a la dirección del centro, entre los que figuraban Juan Millares Carló y Agustín Espinosa. Su obstinación (hasta nueve denuncias) hizo que terminaran despidiendo a los profesores para no tener que seguir aguantando sus escritos y los de la Asociación Católica de Padres de Familia, un ente anónimo cuyas denuncias tenían igual forma de redactar. Si bien a Millares le supuso la ruina económica y trágicas secuelas. Peor parte se llevaría el escritor surrealista, compañero de Juan Millares en el instituto de Arrecife, ya que no sólo le quitarían el cargo sino que, siendo una persona que podríamos señalar como de derechas que de hecho publicó textos exaltando los principios del nuevo régimen, se le recriminó el pecado de que sus textos fueran considerados inmorales (pornográficas), lo que le valió la tortura, obligándole a comerse las páginas de su obra Crimen. Agustín Espinosa falleció por una úlcera en 1939, a los 41 años.

Amistad

La amistad de estos dos intelectuales, Millares Carló y Espinosa es una de las claves de esta exposición. Las obras de José María (Clerigoncias y Censores), los dibujos y viñetas de Manolo sobre los curas en sórdidas representaciones, así como la fuerza repulsiva de El rostro del fascismo de Jane, o las expresiones en los trabajos de Cho, de inspiración goyesca que también podemos ver en la obra de sus hermanos. Y añadimos, a pesar de su corta vida, a Sixto que caricaturiza al clero reaccionario y despótico descrito en la historia del célebre cura de Tinajo, al igual que hiciera Manolo en uno de los poemas. Este es un aspecto que no desmerece la profunda huella de Lanzarote y su belleza (paisajes, vestimentas, colorido, el viento y el volcán…) entre las influencias perceptibles en toda la saga millariana y su obra. Los años de guerra vividos en la isla conejera fueron los últimos años felices de aquellos niños que vivirían el horror y la miseria. Lanzarote les hizo artistas, la injusticia convirtió el arte en su forma de expresión y su medio de vida.

Quizás el destino ha tenido algún cometido en que la exposición se inaugure comenzando 2024, en vez de en el año anterior, porque ahora coincide con el centenario del nacimiento de Cho, justo el Millares Sall que se sitúa en el centro de la generación, con casi la misma diferencia de edades entre los cuatro mayores y los cuatro más pequeños, lo que nos permite celebrar el centenario de esta saga. No obstante, nos queda la tristeza de que esta exposición no debió retrasarse tanto, ya que de toda la generación sólo queda viva Yeya, cuando hace unos pocos años todavía vivían cuatro de los nueve, merecedores del tributo. Pero tampoco ha sido fácil llegar aquí, igual que fue un suplicio y una larga travesía por despachos para poder conseguir que se publicaran las obras completas del patriarca (poesía, ensayo, cómics…), una propuesta planteada a cuatro directores generales del Gobierno de Canarias (16 años de espera). Un ejemplo más de la célebre frase de otro personaje de este relato, Juan Manuel Trujillo: «Canarias ignora que se ignora».

Porque Juan Manuel Trujillo nos introduce a otro episodio de esta exposición, ya que los primeros libros de Juan Millares Carló, Sixto, Agustín y José María, se publicaron gracias a las iniciativas editoriales de este tinerfeño que participó junto a Agustín Espinosa en las primeras iniciativas del movimiento surrealista con las revistas Gaceta del Arte y La rosa de los vientos (años 20 y 30). La sorprendente biografía de Trujillo nos conduce en su labor como jefe de gabinete del ministro canario José Franchy Roca, casado con Encarnación Millares Cubas. Pero, además, Trujillo fue esposo de la musicóloga Lola de la Torre Champsaur, cuyo padre y madre tenían vínculos también con los Millares. Este intelectual puso en marcha en la capital grancanaria varias de las primeras colecciones literarias como Cuadernos de Literatura y Crítica, o Colección para 30 bibliófilos, o El arca. Publicaciones que no superaban los 50 ejemplares para evitar la censura y, por tanto, de nula rentabilidad.

Luego llegarían los hitos literarios de Antología cercada (1947), los 18 números de Planas de Poesía (1949 a 51) y doce de Millares (1964-67), iniciativas ambas que culminarían con secuestro administrativo y actuación policial. No era nada extraño para los Millares Sall. A esta generación les cercenaron física y socialmente. Fueron los Mutilados de paz que tituló Manolo en una de sus series, coincidiendo con los fastos de la dictadura celebrando los 25 años del final de la guerra civil, aunque señalaba directamente hacia la figura de su padre. Ellos fueron señalados. Eran del contubernio y no había duda, condenados al exilio interior y señalados como seres peligrosos con los que era un riesgo juntarse. Tras la muerte del dictador todo cambió. O no. El silencio de los nuevos aires políticos. Se pasó del señalamiento a la marginación en una sociedad que los consideraba unos seres privilegiados, siendo en realidad unos supervivientes que se expresaron a través de sus únicas armas: arte, libertad y lucha contra la justicia. Y así lo recoge la lápida rojiza de piedra de Tindaya, material escogido por Manolo, donde figura el verso de Juan Millares Carló: «La mano que estas líneas escribe /en tiempo no lejano estará inerte / cuando la hora final al fin arribe / lo que haya de quedar será más fuerte».