Entrevista | Ignacio Martínez de Pisón Escritor

Ignacio Martínez de Pisón: «La literatura verbaliza los problemas humanos, de la sociedad o del propio escritor»

El autor de 'Castillos de fuego' aterriza este jueves 22 de febrero en Gran Canaria para participar en el ciclo 'Escritores en la Casa Museo'

La intervención se va a centrar en la influencia de Benito Pérez Galdós en su obra

El escritor Ignacio Martínez de Pisón.

El escritor Ignacio Martínez de Pisón. / Javier Barbuzano

Martina Andrés

Martina Andrés

En la intervención que hace el 22 de febrero en el marco del ciclo ‘Escritores en la Casa Museo’ va a hacer un recorrido por su obra y se va a centrar en la influencia que ha tenido Pérez Galdós. ¿Algo que puedas adelantar al respecto?

Galdós es un autor que es inagotable. Escribió tantos libros. Por mucho que uno haya leído novelas de Galdós, siempre le quedan novelas por leer. Y además novelas que yo leí en mis años de universidad y que he vuelto a leer ahora, a pesar de que yo soy muy galdosiano y me he leído algo más de la mitad de sus libros. Para mi es un compañero de viaje muy bueno siempre, siempre vuelvo a él. Estoy leyendo ahora mismo La familia de León Roch y para mí es un maestro, es de esas referencias sólidas que crean una tradición a la que es fácil adscribirse. La pregunta que uno tendría que hacerse es: ¿Cómo sería la literatura española ahora si no hubiera existido Galdós? Si no hubiéramos tenido ese pilar de la novela realista del siglo XIX del que hemos bebido todos. Habría sido muy diferente la tradición narrativa española sin Galdós, habría sido mucho peor.

La época de posguerra española en la que se ambienta Castillos de fuego era un periodo histórico que le daba la sensación de que se encontraba bastante virgen. ¿Fue este el principal motivo que le llevó a ubicar aquí su última novela?

Es un periodo histórico que no ha sido muy tratado por los novelistas. Al mismo tiempo, es un periodo fascinante aunque solo sea por la atrocidad de la vida de los españoles durante esos seis años posteriores a la Guerra Civil. Fueron los años del hambre, de la represión, de los fusilamientos. Fue la etapa más atroz en tiempos de paz que ha vivido la sociedad española, sin ninguna duda. Me parecía raro que no hubiera novelas que trataran esa etapa histórica y me parecía interesante hablar de personajes corrientes en tiempos tan extraordinarios como aquellos. No pude evitar la tentación de escribir sobre esos años.

¿Por qué cree que esa época no ha sido tan tratada en la literatura?

Sobre la Guerra Civil se ha escrito mucho, se conocen muchos casos, muchas historias, no hay muchas zonas de sombra ya sobre esta época. Pero, esos primeros años de la posguerra son un recuerdo incómodo que la propia sociedad española ha tratado de enterrar. Sin embargo, esos recuerdos que uno sepulta en su interior, tarde o temprano acaban saliendo. Igual a través de la literatura acaba saliendo esa especie de memoria colectiva sepultada y volvemos a recuperar las cosas que pasaron en aquellos años que fueron tan terribles.

Con respecto a los personajes, usted ha dicho que tiene de ellos una visión compasiva, que no quiere emitir un juicio sobre ellos. ¿No le ocurre siempre lo mismo a un escritor con todos sus personajes? Que al final, los conoce tanto, que es imposible que no aflore esa compasión o cariño…

Esa es precisamente una de las lecciones que una aprende de Galdós. Que al mismo tiempo que uno hace sátira social, sobre cómo eran las clases medias, cómo era la vida de las ciudades españolas del siglo XIX, sus problemas económicos, sus relaciones entre unos y otros... Del mismo modo que los retrata de forma caricaturesca, siempre hay un fondo de piedad, compasión y comprensión hacia sus personajes. Es una de las lecciones de Galdós que todo novelista tiene que aprender. Si no hay ese lado humano, la novela no vale. Tiene que haber siempre una parte de comprensión hacia los personajes porque eso es comprensión hacia la humanidad y hacia nosotros mismos.

Hablando de personajes, usted ha mencionado en alguna ocasión el del profesor universitario llamado Basilio, que por el simple hecho de no estar del lado bueno se le considera un adversario, un hombre al que van a expulsar de su plaza de profesor y ya no va a poder rehacer su vida. ¿Por qué le tiene especial cariño?

Cada personaje, aparte de ser quién es, representa diferentes sectores de la sociedad. Los docentes, en aquella época, fueron un objetivo preferente para la represión del régimen franquista. Maestros de primera enseñanza, profesores de instituto y, desde luego, profesores de universidad. El franquismo quería hacer perdurar ese régimen represivo que estaban instaurando en ese momento. Está fundando una Nueva España. No podían poner la educación de las nuevas generaciones en manos de gente que no fuera de confianza. Uno investiga un poco y se da cuenta de que maestros y profesores fueron de las víctimas con las que más se encarneció la represión franquista. Ellos representaban los principios de la Institución Libre de Enseñanza; representaban ese futuro mejor, de convivencia democrática y de libertad del que hemos acabado disfrutando los españoles tantos años después. Este es el futuro que querían cercenar las autoridades franquistas.

Usted ha dicho que los novelistas transmiten cosas sobre la gente corriente, la gente que no merece una gran biografía, sobre esa costurera, ese profesor, como Basilio. ¿Siempre fue este un motor que le ha impulsado a escribir?

Sí. Es un territorio que nos pertenece a los novelistas, hablar de la gente corriente, la gente normal. Son esos personajes que no interesan a los historiadores porque no forman parte de la gran Historia, con mayúscula. Y, sin embargo, sí forman parte del interés humano que podemos tener como escritores y como lectores. Hay unos historiadores que ya desde hace años practican lo que se denomina como microhistoria, que se acerca mucho a la literatura. Lo que hacen es contar historias de gente corriente para a través de ellos describir la atmósfera de una sociedad en una etapa histórica determinada. En ese terreno común entre la historia y la literatura, nos juntamos historiadores y escritores hablando de lo que tenemos en común, que es el país, la sociedad y la etapa histórica que nos ha tocado vivir.

¿Cómo fue el proceso de documentación para escribir Castillos de fuego?

Desde hace años he tenido mucha curiosidad por esa etapa histórica -y por el franquismo en general- y ya tenía una documentación con la que me había familiarizado durante años, a través de lecturas, de visitar algún archivo, de asomarme a las hemerotecas digitales para ver qué contaban los periódicos de la época... En un momento dado decidí ordenar esa documentación. Ahora, con Internet es muy fácil llegar a sitios donde antes era muy complicado llegar. Por ejemplo, los nombres de las calles de Madrid, que cambian con el cambio de régimen. Hace 25 años me hubiera costado saber cómo se había llamado cada calle. En cambio ahora entras en Internet y sabes cómo se van llamando las calles en cada momento histórico. Internet nos ha hecho un gran favor a los escritores que hablamos sobre el pasado reciente.

Volviendo al tema del motor de la escritura, ¿diría que el motor de su escritura a día de hoy es el mismo que cuando escribió La ternura del dragón?

No. Antes era un escritor muy joven, solo sabía que me gustaba la literatura, no sabía muy bien lo que quería. Me gustaba contar historias y que me las contaran. Ahora, 40 años después soy un escritor muy distinto del que entonces era y del que entonces quería ser. Pero, al menos, se mantiene una cosa en común que es el placer por la narración. Me considero, por encima de todo, un narrador. Y lo que me gusta es que me cuenten historias y contarlas yo. Quizá sea lo único en lo que he seguido siendo fiel al joven escritor que fui.

En una entrevista, recomendó la obra Vengo de ese miedo, de Miguel Ángel Oeste e hizo alusión a como el escritor saca sus fantasmas dolorosos del pasado, a ese poder que tiene la literatura para derrotar el mal. ¿Cómo diría que se manifiesta este poder?

Es como cuando alguien tiene un problema serio y va al psicólogo, lo primero que le dicen es: exteriorízalo, exprésalo. Primero hay que verbalizar las cosas para ser conscientes de que los problemas existen. La literatura, precisamente lo que hace es verbalizar los problemas humanos, los problemas de la sociedad o incluso del propio escritor. En el momento en el que verbalizas, puedes hacer las cosas bien o las cosas mal. Las palabras las puedes combinar de la mejor manera posible o puedes hacer una chapuza de expresar simplemente en forma telegráfica. Y a partir de ahí, empieza el arte. Esa faceta terapéutica hace que los libros tengan más verdad y más vida.