Día de las Letras Canarias

Las Islas homenajean al cronista de la desigualdad social, Ángel Guerra

La obra del escritor conejero fue recordada este miércoles en un acto en los Jameos del Agua 

DIRECTO | Día de las Letras Canarias 2024: homenaje al escritor lanzaroteño Ángel Guerra

Los representantes de la cultura y las instituciones públicas del Archipiélago ofrecieron este miércoles un homenaje, por el Día de las Letras Canarias, al escritor conejero Ángel Guerra, autor de una amplia y comprometida obra publicada entre finales del siglo XIX y principios del XX en la que, principalmente, denuncia la desigualdad social, convirtiéndose en un portavoz de los problemas de las capas menos favorecidas del país. 

Este tributo al autor de La lapa, del que además se cumple el 150º aniversario, consistió en un acto cultural en los Jameos del Agua, en su isla natal, que sirvió para acercar al público a su vida y obra a través de la danza, la música y el teatro. Este acto, que fue dirigido por Quino Falero, dará paso a una amplia programación a lo largo del año. Ese compromiso social es algo que define claramente su obra, como asegura el filólogo y experto en su figura, Zebensuí Rodríguez. «En la mayoría de su obra canaria vemos que los protagonistas son labradores, medianeros, pescadores, orchilleras», señala. «Son personas que siempre se ven sometidas al maltrato de caciques y terratenientes y que son víctimas de un injusto reparto de la tierra, que se ven desposeídos de los medios de producción, que se saben irremediablemente dependientes de sus amos y que acaban asumiendo su desgracia con absoluta resignación».

Esta denuncia es más evidente en su obra periodística. Ya que, aunque estemos hablando del escritor hoy como literato, no se puede olvidar que trabajó para más de 200 medios de España y América, y que también en sus crónicas sacudió su pluma para levantar su voz contra la pobreza y la desigualdad. En este sentido, «debe señalarse su enorme compromiso con la situación en particular de la mujer, pues denunció en muchas ocasiones la violencia de género o la invisibilización de las escritoras contemporáneas, cuya obra, a pesar de su calidad, no recibía la atención que merecía por el simple hecho de venir de mujeres», añade el experto.

El escritor conejero Ángel Guerra

El escritor conejero Ángel Guerra / LP / DLP

Esta característica tiene un motivo doble. Por una parte, «no puede perderse de vista que fue amigo de mujeres feministas de la época como Emilia Pardo Bazán -a la que conoce, lógicamente, a través de Galdós- o Carmen de Burgos -artífice de una de las principales tertulias literarias de Madrid y a la que asistía José Betancort-», aclara Rodríguez. 

Control

Pero especialmente destaca el hecho de que «Ángel Guerra entendió que la desigualdad que denunciaba en su prosa era debida a unas situaciones de control, poder y dominio contra las que cabía rebelarse, y acabó por comprender que ante ellas la mujer era doblemente víctima. Solo tenemos que leer sus artículos periodísticos recopilados en Polvo del camino para darnos cuenta de ello».

José Betancort, más conocido por el seudónimo de Ángel Guerra (1874-1950), nació en Teguise, en Lanzarote, en el seno de una familia humilde de campesinos. A los siete años, su padre emigra a Uruguay y jamás regresa, lo que lleva a su madre a enviar al pequeño a Gran Canaria junto a unos familiares, para intentar darle una educación a través del Seminario. Su personalidad no casa con la educación religiosa, pero le permite ser profesor y mantenerse económicamente, así como escribir columnas en diferentes periódicos canarios. En 1891 publica su primera creación literaria, el poemario Una hoja de mi álbum. 

En 1894, a los veinte años, conoce en Las Palmas de Gran Canaria a Benito Pérez Galdós, durante uno de los pocos viajes que hizo el escritor para volver a su ciudad. De este primer encuentro, el autor escribió posteriormente cómo recordaba «el gran placer de estrechar la mano del que era su gran maestro de las letras». Dos años después, el joven José Betancort comienza a firmar como Ángel Guerra, en homenaje a la novela homónima de Galdós, en la que establece el retrato de un hombre en conflicto consigo mismo.

En 1900, animado por Galdós, Guerra hace las maletas y se traslada a Madrid. «Yo sólo ansío la gloria del arte», declara a su círculo. Ya en la capital, y bajo el protectorado del gran autor y su familia, el joven conejero logra hacerse un hueco como periodista en la mayoría de periódicos más importantes de la España de la Restauración como ABC o La Correspondencia de España, sorprendiendo con artículos frescos y con ojos al futuro en el apático contexto del Desastre del 98. Comienza los estudios de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad Central y se introduce en los círculos literarios de la ciudad, entabla amistad con otras grandes figuras literarias como Emilia Pardo Bazán o Carmen de Burgos. Durante estos años publica las que serán algunas de sus obras más icónicas, como Al jallo en 1907 o La lapa en 1908. Sus ojos siguen puestos en la vida campesina y marinera de Lanzarote, y al igual que su mentor, denuncia las malas condiciones a través del realismo.

Entre 1908 y 1910 ejerce como corresponsal en París, donde comparte piso con Manuel de Falla y Luis Bonafoux. Allí, también, entablará lazos con Zuloaga, Fernando León y Castillo. En 1910 fue enviado a Lisboa, donde presenció la instauración de la Primera República Portuguesa. Tras su estancia Portugal, regresa a España y milita en el Partido Liberal, junto a Benito Pérez Galdós. En 1912, tras la aprobación de los Cabildos Insulares en Canarias, pasa a ser diputado en el Congreso a través de la circunscripción de Lanzarote. Ejerce durante once años en la Cámara Baja, hasta la dictadura de Primo de Rivera. En 1930, ya con Dámaso Berenguer, será director general de Prisiones, donde impulsará cambios de enorme trascendencia para el sistema penitenciario espacio español bajo la premisa de la cárcel como sistema de reinserción social y no un mero espacio punitivo. En 1933, ya instaurada la II República Española, Manuel Azaña le propone ser ministro de Defensa. 

Opción

Él declina la opción, dado que es partidario de una monarquía parlamentaria. Tras la guerra civil, deja de escribir en la prensa, y huye, gracias a la ayuda de Juan Negrín, último presidente de la República y que había sido su alumno en Las Palmas de Gran Canaria. Regresará a España algunos años después. Muere en 1950.

En cuanto a su obra literaria, resulta imprescindible leer La Lapa, la novela tal vez más conocida y reconocida del autor, especialmente después de que en 1798, gracias al trabajo de Antonio Cabrera Perera, se la incluyese en la prestigiosa colección Letras Hispánicas, de Ediciones Cátedra, «pues esta colección es la que ha venido marcando durante décadas el canon de la literatura hispánica», señala Rodríguez.

Pero hay otras novelas y relatos que merecen atención, como Al jallo, Tierra seca, A merced del viento, Las paces o El aljibe. Todos estos y otros más vinculados al archipiélago se pueden encontrar en Ángel Guerra. Relatos canarios (Ediciones Remotas). «En todos ellos vemos ese componente de compromiso social y también, cómo no, su particular forma de describir el paisaje lanzaroteño, duro, seco y doliente», asegura el experto. «Se trata de una imagen del paisaje dura, sí, pero real también, y a la vez necesaria, pues su descripción es la expresión de la compleja supervivencia del individuo». Esta es otra cualidad de Ángel Guerra, que, por fin, abandona el tópico de las Islas Afortunadas para ofrecer una imagen menos edulcorada y, evidentemente, comprometida».

Político

Aunque José Betancort también fue un destacado político ya que fue diputado por Lanzarote entre 1912 y 1923, y director general de Prisiones en 1930 y 1931 en el gobierno de Dámaso Berenguer. Sin embargo, después abandona la política. «Básicamente fue porque siente que no encaja», aclara el experto. «Al llegar la II República, obviamente, da un paso a un lado, pues, a pesar de tener unos planteamientos ideológicos cercanos a la izquierda, sin embargo, se siente fiel a la monarquía». 

De hecho, Manuel Azaña llegó a pedirle que fuera ministro en 1933, pero él rechazó el ofrecimiento por su militancia en el parlamentarismo monárquico. «Y tras la guerra civil y la llegada de la dictadura, José Betancort se apartó por completo de la vida política y también abandonó su trabajo como periodista porque sabía que su prosa no tenía cabida en este nuevo contexto. 

No en vano, en sus últimos artículos periodísticos, publicados en 1936, se lamentaba del auge de los fascismos y de las dictaduras europeas».

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