Guerra, amor y vida de los Millares

Los descendientes han tenido la inteligencia de proseguirlos, de guardar una herencia de todos

Las Palmas, 1962. Manolo Millares con sus padres y hermanos (Juan Luis, Eduardo, Jane, Agustín, Totoyo) en una exposición de Eduardo.

Las Palmas, 1962. Manolo Millares con sus padres y hermanos (Juan Luis, Eduardo, Jane, Agustín, Totoyo) en una exposición de Eduardo. / La Provincia

Juan cruz

Desde el apellido son numerosos los Millares, los que hubo, los que habrá, los que recordamos a primera vista, los que ahora saltan a la vida de la cultura en Canarias gracias a Celestino Hernández y a la exposición que les dedica en la Fundación Caja de Ahorros de Tenerife.

Es una exposición bella, llena de comprensión de lo que fue una familia singular, hecha para pensar, escribir y pintar, y cantar. Músicos, escritores, historiadores, pensadores, dibujantes. Un mundo entero sobre el mar que regala, desde Las Canteras, un abrazo de luz, y de sol, y de arte, a la isla, al archipiélago, al mundo al que cada uno de ellos se dedicó.

Conocí a algunos de los más conspicuos o famosos, conozco a sus descendientes, todos los cuales disfrutan de ese ramalazo magnífico que fue el arte diverso de los Millares. Recuerdo a Manolo Millares, en Tenerife, cuando se inauguró la exposición que celebró la puesta en marcha de una obra de arte, el Colegio de Arquitectos de Canarias. Ensimismado, riguroso, ya irrumpiendo en el espacio final de su vida, sus ojos brillantes saliendo del sopor de la enfermedad, hablando así, con la mirada, explicando así, tan sobrio, tan delicado, lo de dentro de la vida.

A Agustín lo vi recitar en la Universidad de La Laguna como si nos estuviera regalando un mapa por el que buscar el modo de entrar en el compromiso, con la tierra, con el pueblo. El compromiso esa palabra tan delicada, tan hermosa en sus versos y en sus ojos azules.

Vi alguna vez, y no sé qué se hizo de mi memoria que sólo recuerda del encuentro el ramalazo de belleza con el que paseaba, a Jane Millares, y supe poco de Sixto, “primer hermano fallecido, con sólo veinte años, a consecuencia de la opresión a la que fue sometido esta familia”, como dice el programa de la exposición que nos regala Celestino.

Naturalmente no supe mucho, no supimos mucho, de los padres de estos Millares de Millares, pero sí escuché (escuchamos, casi hasta el último instante) al impar Totoyo, que era como un muchacho hasta en la vejez, buscando siempre en el punto mínimo de su instrumento musical la esencia sobria del arte de la tierra.

Cho Juaá nos entregó, por la via de la prensa, pero también del lienzo, su capacidad de generar crítica y belleza a las distintas formas de mirar lo raro, y lo difícil, a que obliga la contemplación de la vida cotidiana en nuestra tierra.

Canarias no es un lugar fácil, estamos perdidos entre peñascos y a veces no hemos sido capaces de amarnos, o de entendernos, los unos a los otros. Así que Cho-Juaá nos condujo, con su humor, por la melancolía de reírnos también de nuestras propias sombras.

A él lo vi, naturalmente, por la calle o en las redacciones, igual que vi, en la lejanía, a don Juan Millares Carló, o, por supuesto, a José María Millares Sall, el gran poeta que con tanta belleza prolongó la extraordinaria contribución de Canarias a la lengua española. Audaz y cosmopolita, hizo de su conocimiento de lo escrito por otros y de la luz que él mismo tuvo a su disposición un modo de ser y de decir. Como todos sus hermanos, como aquella gente que nació en un siglo tan difícil, hizo que su legado fuera, todo él, un modo de contar cuánto se sufrió y cuánto se pudo salir de ese pozo gracias al arte y a la amistad.

Los Millares. Los descendientes han tenido la inteligencia de proseguirlos. A mi de todos aquellos que ya pasaron, y que son imperecederos, me ha quedado el gusto por el aire de su arte, como si estuvieran aun pintando, o haciendo música, o escribiendo, siempre ante un lienzo o una espuma de mar, creando.

Y de los que ahora son jóvenes aún, aunque sean nuestros contemporáneos, siempre me alegra que se hayan avenido a guardar de aquellos protagonistas del arte de Canarias, y del mundo, una herencia común de los canarios.

Ver en Tenerife, tan cerca siempre de Gran Canaria, este hermoso ramillete de Millares me ha causado una enorme emoción, una alegría que se parece al mar que nos junta y en el que ellos depositaron la esencia de su voluntad de hacer y de su genio.