Entrevista | Andrés Sánchez Robayna Escritor

Andrés Sánchez Robayna: «La poesía ayuda a volver a la vida y a afrontar la muerte»

«Es el origen de todo. Sin la poesía, sin su descubrimiento, difícilmente existirían mis otros intereses», afirma el autor, retirado de las aulas y más fértil que nunca

Andrés Sánchez Robayna

Andrés Sánchez Robayna / Javier Durán

Javier Durán

Javier Durán

La reciente jubilación como catedrático de la Universidad de La Laguna del poeta, ensayista y profesor Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Las Palmas, 1952) es un buen pretexto para acercarse al trabajo de quien, a lo largo de los años, se ha distinguido en campos muy diversos y ha sido ampliamente reconocido en cada uno de ellos tanto dentro como fuera de España, con premios como el Nacional de la Crítica, el Nacional de Traducción o el internacional Mallarmé, entre otros. Repasamos aquí algunas cuestiones y aspectos relacionados con su obra poética, su tarea universitaria, sus investigaciones y sus libros en marcha. 

Antes de entrar en el tema que da pie a esta entrevista -su jubilación como catedrático universitario-, se impone una cuestión previa. Usted ha desarrollado su trabajo en diversos frentes: la poesía, el ensayo, la crítica, la investigación literaria, la traducción… ¿Con cuál de esos aspectos se siente más identificado?

Con la poesía, por supuesto. La poesía está para mí en el origen de todo. Sin ella, sin su descubrimiento temprano, difícilmente existirían mis otros intereses y preocupaciones en el terreno literario. Estos no son, en realidad, sino derivaciones o consecuencias de una pasión, la palabra poética, una pasión que encierra para mí todos los elementos que constituyen el fenómeno de la expresión literaria, lo que Mallarmé llamaba «el Misterio en las letras». Fue, como digo, un descubrimiento temprano, y ligado no sólo a los versos, sino también, en general, al sentimiento del lenguaje, a los actos de habla, los refranes, las canciones infantiles, todo aquello que no existiría sin la experiencia verbal. 

De hecho, su primer libro fue un cuaderno de poemas.

Sí. Se publicó en el verano de 1970. Yo tenía 17 años. Ese mismo otoño empecé mis estudios universitarios.

Un ciclo, el universitario, que ahora se cierra con su jubilación, por edad, después de 43 años de trabajo como profesor. ¿Qué significa esto para usted?

En realidad, lo único que ha cambiado para mí es que ya no imparto clases. Sigo haciendo investigación, que es un aspecto central en la profesión universitaria, y, además, estoy entregando poco a poco a la biblioteca de la Universidad de La Laguna toda mi biblioteca particular y mi archivo, ordenados y clasificados. Dicho esto, añado que la jubilación está siendo para mí algo agradable y extraño, a la vez. Dispongo de más tiempo para la investigación, por una parte, pero, por otra, las clases ya ordenaban por sí solas mis rutinas cotidianas, ahora alteradas. Las dos cosas se complementan. 

Usted ha sido profesor y conferenciante en varias universidades europeas y americanas, pero el centro de su trabajo ha estado en la Universidad de La Laguna. ¿Cree que su cátedra ha calado, o se ha ido con una sensación de impotencia frente a ese malestar o desorientación cultural que afecta a las Humanidades?

La cuestión es complejísima. No me atrevo a hacer un diagnóstico sobre los problemas de la universidad española, de la que sólo conozco bien el área de las ciencias humanas. Ha habido, sin duda, un antes y un después del Plan Bolonia, cuyo balance -a excepción del programa Erasmus, y este con muchos matices- es para mí muy negativo. Todo ha ido a peor desde entonces. Hay problemas específicos del Plan Bolonia entre nosotros. Por ejemplo: España tiene aproximadamente la mitad de habitantes que Alemania, y ambos países poseen, en cambio, el mismo número de universitarios. ¿Quién se equivoca? El problema es que buena parte de los estudiantes universitarios españoles carece de capacidades adecuadas, y esto ha acabado afectando también al profesorado. La universidad alemana no es «selectiva» por elitismo, sino por pragmatismo y sentido de la realidad, prestando para eso, además, enorme atención a la formación profesional. Recuerde la reflexión de Moreno Villa respecto a uno de los momentos más brillantes de la cultura española, el de la Segunda República: «personas de primer orden trabajando con la ilusión máxima, a alta presión. ¿Qué más puede pedir un país?» Es esto lo que se ha perdido. Muy pocos han creído en la universidad en este sentido. Desde luego, no los políticos españoles, que únicamente han conseguido burocratizarla hasta un punto inimaginable. Y hay además otro factor muy problemático: la incidencia en la universidad del llamado «giro digital», que ha venido a modificar las estructuras del conocimiento y de la investigación. Ha traído cosas buenas, pero otras absolutamente desastrosas, como el desinterés por la lectura. Son problemas, todos ellos, dificilísimos. Soy muy pesimista en cuanto a la situación actual de la universidad. En lo que a mí se refiere, he hecho lo que he podido. He dirigido un buen número de tesis doctorales (incluidas las de algunos alumnos que luego han sido compañeros de departamento) y he organizado congresos hoy considerados de gran trascendencia, como el dedicado en 2009 a una historia territorial de la literatura española de los Siglos de Oro. 

A pesar de sus viajes y estancias fuera del país, por otra parte, usted no ha dejado de participar en lo que podríamos llamar la estructuración cultural de Canarias. ¿Ha tenido sentido el esfuerzo, cree que ha servido para algo?

He dedicado y continúo dedicando mucho tiempo a los estudios canarios, sí. En esto he seguido el ejemplo de un universitario ejemplar, Alejandro Cioranescu, de quien no fui alumno (yo cursé mis estudios en Barcelona), pero al que considero uno de mis guías en materia de investigación y con quien colaboré estrechamente en sus últimos años, ya jubilado él como profesor en la Universidad de La Laguna. Por supuesto que esa dedicación a los estudios canarios ha valido la pena. He considerado mi obligación ocuparme de los autores canarios del Siglo de Oro, Cairasco, la generación modernista, las vanguardias, al mismo tiempo que me ocupaba de Góngora, Sor Juana Inés de la Cruz o distintos autores hispanos del siglo XX. 

Su libro Jorge Oramas o El tiempo suspendido remite, en cierta manera, a lo que el destino nos tiene reservado a cada uno. Él muere joven, pobre y con una obra que sólo el paso del tiempo colocará en el lugar que le corresponde. ¿Qué pesa más en su obra poética: ser comprendido, la satisfacción íntima o el reconocimiento?

Si le digo que pesa solamente la satisfacción íntima estaría faltando a la verdad, porque a veces ni eso. Mi escritura poética me deja en muchos casos profundamente insatisfecho, y si algún acierto se produce, tiendo a considerar que es obra del lenguaje y que mi único mérito ha sido, en todo caso, no haber obstaculizado del todo las cosas… Recuerde lo que decía Novalis: «El poeta no es el que hace, sino el que deja que se haga». 

¿Qué le diría a quien le comentara que le gusta más su obra ensayística que la poética, o a la inversa?

Que está en su derecho, en los dos casos. Ahora bien, mi escritura poética aspira a ser, de una u otra manera, una forma de conocimiento, y el pensamiento no le es ajeno en modo alguno. Todo lo contrario. Y, por otra parte, algunos libros míos de ensayo -Cuaderno de las islas, Variaciones sobre el vaso de agua, Borrador de la vela y de la llama- están estrechamente unidos a la palabra poética, es decir, exploran un tema a partir de su visión desde el fenómeno poético y desde la dimensión artística. Un caso distinto sería el de mis libros de investigación literaria, de carácter más filológico e histórico. 

Usted ha publicado ya tres volúmenes de Diarios. Y tiene ya preparada, al parecer, una nueva entrega, correspondiente a los años 2008-2012. ¿Realmente se trata de un desnudarse frente a los otros, o reseñamos sólo lo que nos parece conveniente?

Hay ahí un equívoco que conviene erradicar, porque en realidad nunca ha tenido mucho sentido. Un diario no es necesariamente una «confesión», ni significa por fuerza desnudarse ante los demás. La «confesión» es un género distinto, empezando por las de San Agustín. Un diario de escritor está más cerca del ensayo que de otra cosa, y más interesado por el análisis y el comentario de las relaciones entre pensamiento, experiencia y vida cotidiana que por el diván del psicoanalista. 

¿Qué hay que tener en la infancia para ser un poeta?

Capacidad para sobrevivir, para dejar vivir al niño que hemos sido. 

¿Su obra es también un cuestionamiento de la propia poesía, casi un tratado sobre cómo se gesta desde la memoria o el transcurso del tiempo?

Más que un cuestionamiento, diría que es un modo de mostrar cómo la palabra poética puede dar respuesta a los grandes interrogantes y problemas que la sociedad actual plantea al individuo. No es una respuesta fácil, sino exigente. Pide nuestra entrega absoluta. Y lo hace, sí, también desde la memoria, tratando de interpretar el significado del paso del tiempo y la evolución de la conciencia. 

¿Será la poesía el mejor fuerte contra la Inteligencia Artificial?

Tengo mis dudas. No sabemos aún el verdadero alcance de esa tecnología. Incluso sus inventores han advertido a los políticos acerca de sus peligros. A partir de ahora, por lo pronto, tendremos que sospechar cuando se nos hable del «descubrimiento» de nuevas obras de los grandes clásicos o de los «clásicos modernos». Ya empiezan a surgir problemas con la música, la fotografía o el diseño. Y hasta con los trabajos universitarios…

¿Y esa pasión suya por escribir sobre la esencia artística de un cuadro? ¿Cómo se cruza la pintura con su escritura?

Se «cruzó» desde que yo era muy joven. Recuerdo que uno de mis primeros poemas estuvo dedicado a una obra del pintor Joan Miró. Por otra parte, yo también dibujaba y pintaba, una afición que abandoné pero que, según fui comprobando con el tiempo, permaneció bajo la forma de un gran interés por las artes. 

Hace muy pocos años perdió a su compañera de vida, Marta Ouviña Navarro. ¿Ayuda la poesía a volver a la vida? ¿Es sanadora y a la vez mortificante?

La pérdida de mi esposa ha sido el acontecimiento más crítico de mi vida. Puedo decir que todavía sigo bajo sus efectos. La poesía ayuda a volver a la vida, sí, y ayuda también a afrontar la muerte de otro modo. Todo lo que puedo decir sobre esto está en mi libro Por el gran mar, y en poemas posteriores. 

Usted creó e impulsó el prestigioso Taller de Traducción Literaria en la Universidad de La Laguna, y me consta que sus propios libros de poemas han sido traducidos y se siguen traduciendo a numerosas lenguas. ¿Por qué está tan poco valorada la traducción? ¿Se trata de una peculiaridad nacional?

Está más valorada fuera de España, aunque entre nosotros empieza a ser tenida en cuenta, gracias sobre todo a los estudios de traducción e interpretación en las universidades y a iniciativas como nuestro Taller. Y también, por supuesto, a la responsabilidad que muestran algunos editores. El Taller de Traducción duró 25 años, entre 1995 y 2020. Tradujimos más de treinta libros, incluidas tres grandes muestras de poesía moderna publicadas en la editorial Pre-Textos. Nuestro último trabajo ha sido publicado hace poco por Galaxia Gutenberg, el Diario 1931-1934 del poeta griego Yorgos Seferis. Con la pandemia interrumpimos nuestra actividad. Estábamos traduciendo una selección de pasajes de la Comedia de Dante. 

Antes le preguntaba por su trabajo teórico para estructurar culturalmente las Islas. En este sentido, no se puede dejar pasar el hito de la revista Syntaxis, fundada y dirigida por usted, o su participación en la gestación del CAAM. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Han cambiado mucho las cosas, no solo en las Islas sino en todas partes. Tanto la revista Syntaxis (1983-1993) como el nacimiento del CAAM, en el que eché a andar el Departamento de Debate y Pensamiento, corresponden a una época política española cargada de ilusión cultural. Hoy por hoy, esa esperanza ha desaparecido, y se hace mucho más difícil la gestión cultural, cuando no imposible, sobre todo en el plano institucional, hoy víctima de las rivalidades políticas, de los grupos de presión o de estados de opinión como lo «políticamente correcto», que ha viciado de raíz la libertad de pensamiento y de crítica. 

En 2017, Fernando Castro Borrego y usted se ven inmersos en una polémica a raíz del comisariado de la exposición Pintura y poesía: la tradición canaria del siglo XX. Se ven obligados a defenderse frente a una campaña que los acusa de misóginos por la ausencia de mujeres en la muestra. ¿Puede existir la paridad en la expresión artística?

Esa exposición forma parte de mis estudios canarios, de los que hablábamos antes. No me inquietan las polémicas. Ya en su día tuve que salir al paso ante un disparate como el que pretendía ver un absurdo anagrama nacionalista en un mediocre poema canario del siglo XVIII, un poema del que, por otra parte, se decía que daba inicio nada menos que al collage en la cultura occidental. La exposición Pintura y poesía era un ensayo de interpretación de las relaciones entre la poesía y la pintura en Canarias en el siglo XX, no una antología de poetas y artistas, como se llegó a decir con mala voluntad. La supuesta «misoginia» no fue el verdadero problema. Había en ese momento, en el Gobierno de Canarias, dos facciones políticas enfrentadas. Una de ellas trataba de arruinar la carrera política de la entonces consejera de Turismo, Cultura y Deportes, y no se encontró pretexto mejor que la exposición que ella nos había encargado. A la mêlée se sumaron tanto un grupo de pseudofeministas como un par de pescadores en río revuelto. Digo «pseudofeministas» porque me consta que jamás visitaron la exposición, una exposición en la que había, desde luego, varias mujeres. Se quería incluso destruir el catálogo, como en los tiempos del nazismo, lo cual da idea del grado de «civilización» alcanzado por los acusadores. El problema no fue la ausencia de mujeres, como se decía en internet, y lo prueba el hecho de que centenares de firmas, muchas de ellas de mujeres -catedráticos universitarios, artistas, escritores, profesores, profesionales de todas clases-, apoyaron nuestro trabajo en un documento que nuestros acusadores trataron de ocultar. La muestra, por suerte, tuvo una enorme repercusión, incluso fuera de las Islas. En cuanto a si puede existir o no la paridad en la expresión artística, no es tan simple: calculadora en mano, en la selección tendría que establecerse antes el número exacto de personas lesbianas, gais, transgénero, bisexuales, intersexuales y queer, además de las distintas etnias, las migrantes, etc., etc., todo eso en representaciones rigurosamente proporcionales. 

Ahora se dice que la falta de libertad es más sutil y que se tiene miedo a decir lo que se piensa. Me refiero a lo que se ha dado por llamar el miedo a la cultura de la cancelación. ¿Cómo ve el asunto?

Sí, la cancelación se cierne hoy como grave problema sobre todas las expresiones artísticas. Creo que este proceso se ha ido acentuando y radicalizando con el paso del tiempo. Incluso las rectoras de las grandes universidades americanas son víctimas del problema, por expresar con libertad sus ideas políticas. Habrá que dejar pasar un poco más de tiempo para ver hacia qué dirección o direcciones se encamina esa tendencia.

¿En qué trabaja actualmente?

En otoño sale un nuevo libro de ensayos, Las ruinas y la rosa (Galaxia Gutenberg). Estoy compilando, además, mis traducciones de poesía, y he concluido hace poco la preparación de una nueva entrega de mis Diarios.