Los campos de fútbol capitalinos no son todo lo seguros que deberían ser. Las instalaciones han mejorado sensiblemente, los de tierra ya son excepcionales, las condiciones en las que se juega y entrenan jóvenes y mayores son más que aceptables desde la introducción de las superficies de césped sintético, pero hay excepciones que acarrean la intranquilidad. Son terrenos de juego de alto riesgo en los que por suerte no han sucedido desgracias, pero con condiciones propicias para las lamentaciones.

La mayoría de esas instalaciones problemáticas se concentran en Las Palmas de Gran Canaria, y el principal ejemplo es el complejo de La Ballena, con siete campos en los que en esta temporada la Federación de Fútbol ha decidido no jugar partidos oficiales de fútbol base y regionales. Sólo los usan para entrenar Unión Viera, Acodetti, Huracán, San Antonio, Alcaraván, 5 Continentes y Guiniguada, con una intensa actividad.

Parece que un terremoto asoló las instalaciones. Sólo el campo del Alfonso Silva está en condiciones y allí paradójicamente se juegan partidos de veteranos. El peligro está en la grada, con grietas y cuando llueve el agua se filtra a los vestuarios. El resto se parecen más a campos de golf con inclinaciones y ondulaciones. El último campo está cerrado y los vestuarios de los campos 2 y 4 clausurados. Grietas en los suelos, vallas caídas y agujeros por las que entra quien quiere son otros complementos. La falta de civismo y la delincuencia es otra lacra de un complejo maldito, construido hace poco más de una década sobre un antiguo vertedero.

Carlos Santana, coordinador del Acodetti, reconoce que "nuestro campo escapa algo, pero las vallas se cayeron y allí puede entrar quien quiere, incluso los perros". Y Miguel Labrador, coordinador del Unión Viera, lamenta el daño que le hace a su club la falta de instalaciones. "En el Alfonso Silva se podría jugar, pero la Federación, que no lo permite, sí deja jugar allí a los veteranos. A nosotros nos matarán si no tenemos sitios en condiciones para dejar nuestro material, entrenar y jugar, y el resto de los campos nos tienen la enfermería llena".

Y un asiduo como Lorenzo Santana, que sigue al Viera, no oculta su disgusto. "Esto es un desastre. El abandono es total".

El mantenimiento es mínimo porque el Ayuntamiento no está dispuesto a gastar más dinero en La Ballena. Tiene otros problemas, más campos a su cargo, y también hay otros peligros.

Mientras, el López Socas se termina y será un desahogo para gran número de equipos, como ha sucedido con la reapertura de los campos del Antonio Rojas en Las Rehoyas, otro como el Pepe Gonçalves se hunde por un lateral. Su superficie es de última generación, pero algo falla. Y allí no sólo juega y entrena el Universidad de 2ª B. Un deterioro que irá a más.

Abandono absoluto

Pero si La Ballena no es un lugar recomendable, mucho menos son los campos de El Lasso, sobre terrenos que pertenecen al Cabildo de Gran Canaria. El de fútbol-7, de moqueta y en el que antes también se jugaba la hockey, es un campo fantasma. No hay luz y parcheos por todos lados. El peligro se ve y se huele, porque metros más abajo el de fútbol once suele verse afectado por las aguas fecales. Por ahora no se puede jugar allí y su presidente Nicolás Sánchez se piensa seriamente en dejarlo todo. El Lasso tiene los días contados. "Estoy aburrido y me dicen que suspendo los partidos porque estoy en la Federación, cuando sólo hay que venir y ver esto".

Y el encargado de las instalaciones, Hugo Pazos, tras mostrar lo que está deteriorado, afirma que "desde que se fue el Taburiente nosotros no existimos".

Otro club que sufre es Las Torres, que preside Víctor Ramos. Se sabe que ese campo no está para jugar. Su desgaste es impresionante. El negro de las bolitas de caucho -de dudosa salubridad- predomina sobre el verde, y lo peor de todo es que hay zonas en las que se juega sobre cemento, como en las áreas.

Entorno preocupante

El entorno preocupa cuando la seguridad de los espectadores y especialmente de los niños no está garantizada porque puede haber caídas o desprendimientos.

En el campo de El Batán los espectadores se ubican sobre un terraplén. El club local instaló unas butacas que no son suficientes. Mucha gente se apoya en la valla junto a la carretera y otras próximas a la ladera. Alguien puede caerse y el daño puede ser irreparable. Francisco Acosta, presidente desde hace 15 años de El Batán, indica que "los padres no pueden estar dentro del campo. Es imposible, y nadie se hace cargo de la obra. Además, hay un muro rajado por una valla y eso es otro peligro".

Algo similar sucede en La Mayordomía 2. Campo nuevo, pero se olvidaron de los aficionados. Tal vez por eso algún irresponsable rompió la verja y hay quienes se sientan junto al risco. La caída puede ser mortal.

Por último, el nuevo campo de Lomo Blanco, que se inaugura esta semana. Muy bonito, pero el entorno deja que desear. Por un lado, aguas fecales de un barranquillo y un criadero de mosquitos, y por otro una pista de complicado acceso en caso de necesitar un ambulancia, sobre todo cuando tenga que salir.