La televisión, después de una primera parte tediosa en Balaídos, ofrecía en el descanso del duelo un catálogo de goles de Nauzet Alemán con el Real Valladolid, que fulminó al Nástic de Tarragona en 45 minutos redondos. Era fácil fantasear qué podría haber pasado si el interior de Las Mesas estuviera vestido de amarillo, como era su capricho durante este verano. Sus cuatro goles en Zorrilla dejaban claro que este jueves copero había sido su día. Estaba iluminado por esos dioses futbolísticos, que siempre se posan en los mejores. Cuando ocurre tantas veces parece que no es casualidad.

Mientras, en el partido que comenzó un día y acabó el siguiente en Vigo, el Celta gobernaba con solvencia a una Unión Deportiva que amontonaba elementos en las inmediaciones del área. Se podría decir que Las Palmas defendió bien porque no encajó ningún gol durante el tiempo reglamentario, pero tampoco fue así. Dos travesaños y otro palo salvador dejaban con vida a un equipo que murió de inanición durante la prórroga con un gol letal de Joan Tomás. Un primer tanto que no fue ninguna sorpresa a tenor de cómo se manejó el asunto desde el principio.

Juan Manuel aplicó tanto orden que su grupo se olvidó de la portería contraria durante buena parte del partido. Demasiado retrovisor se podría concluir. Tres pases seguidos se convertían en un hazaña para los amarillos; pasar del medio del campo con el balón controlado, un milagro de consideraciones bíblicas. Así, con estos síntomas, todo conducía a un patinazo de entre semana.

La posesión

La tele seguía mostrando datos dolorosos. Ya no sólo era la añoranza por Nauzet Alemán y su festival en Valladolid, ahora se le sumaba la posesión de balón en las Rías Bajas. 62% para el Celta de Vigo, 38 para Las Palmas, marcaba un rótulo delator de las circunstancias.

Y eso no era todo, al rato, cuando Ruymán se encaprichó en lanzar contra Barbosa, salió la cifra de córneres, 8-0. Poco después, los telespectadores pudimos comprobar cómo los celestes habían tirado diez veces a la portería y Las Palmas aún no tenía claro de qué color vestía el guardameta local Sergio Álvarez. Mala cosa.

El experimento del trivote móvil con Hernán, Vicente y Juan Guerra no surtió el efecto deseado, puesto que los tres mediocentros no terminaron nunca de ahogar en la zona ancha a los anfitriones. La supuesta superioridad de hombres que podría pretenderse no llegó a culminarse. En cambio, los dueños de Balaídos hicieron daño por todos lados. Por ejemplo, encontraron una autopista por la banda derecha de la Unión Deportiva, con Fabián Orellana percutiendo una y otra vez hasta el aburrimiento.

Los forasteros estaban atornillados y las cosas no parecían cambiar ni con los relevos implementados por el técnico. La Unión Deportiva estaba bloqueada y enferma. La cuestión tenía mal color.

Al final, la prórroga dictó justa sentencia con los goles de Joan Tomás y Iago Aspas. Quien más expuso, quien arriesgó se llevó el premio de una Copa que se ha convertido en un auténtico martirio para la Unión Deportiva. La maldición engorda en cada temporada. Ya son seis ediciones en las que Las Palmas se vuelve a casa sin alegrías, una verdadero arte de fracasar en el torneo del KO.