Usted llegó a Gran Canaria de allende los mares... Y se quedó para siempre. ¿Cómo fue esa historia?

Yo soy lo que podríamos denominar un niño de la guerra. No pude estudiar por las especiales circunstancias que se vivían en Valencia, así que me tocó trabajar, desde muy chiquito, en lo que pudiera: barman, albañil -construía refugios durante la guerra española-, trabajar en el muelle y un largo etcétera. Mi hermano Jaime, 11 meses mayor que yo, se encontraba aquí haciendo el servicio militar. Era chófer del almirante, y habló con él para ver si yo podía hacer la mili también aquí, así que me llamó y con 18 años para ellos -porque me apuntaron que nací en 1926, cuando en realidad nací dos años antes-, llegué a Gran Canaria en 1944 y aquí sigo.

¿Por qué no volvió a la tierra de su nacimiento?

Tuve varias razones. La primera debería ser mi mujer, pero lo cierto es que a ella la conocí tras mi decisión de quedarme. Le dije a mi hermano que aquí teníamos trabajo, que la isla era una maravilla y que era mejor quedarnos. Accedió y así lo hicimos. Venir a Gran Canaria fue labrarme mi futuro.

Y luego echó raíces

Sí. En aquellos años era muy difícil desplazarse en la Isla, pero me las ingeniaba para ir a Gáldar, un sitio que me gustaba. Allí conocí a una piba a la que veía de vez en cuando, pero apenas hablábamos. Pero el destino nos hizo coincidir en Telde al poco tiempo, en la boda de un amigo mío y una prima suya y ahí comenzamos a hablar y luego novios, hasta que en 1956 nos casamos, y hasta ahora. Por cierto, quien se casaba era un compañero de esta casa, de La Provincia: el genial fotógrafo Fernando Hernández Gil. A él le debo mi boda con Carmen y mis cinco hijos: Pascual, Javier, Antonio Jesús, Carmen y Sandrita, que tristemente se me fue ya al cielo.

Ha llovido ya desde entonces, y en todos estos casi setenta años ha visto y vivido mucho en la vida de la Isla. Cuente cómo se inicia su relación con el fútbol y con el periodismo.

Sí que he vivido, sí. Tengo anécdotas para contar, regalar y lo que quiera. Yo de pequeño había dado alguna que otra patada al balón, pero nada serio, aunque siempre tuve gran afición por el fútbol. Ya aquí, en Marina, donde estuve destinado, me llamaban para jugar, pero antes lo hice con los amigos del barrio, en las Alcaravaneras, después de pasar por algún que otro equipo sin más que hacer pinitos, como el Iberia, el pequeño Betis o el Estrella Blanca -ahí estaban, entre otros, Juanito Beltrán, Yoyo de la Torre, Roquito, Juan el zurdo o Félix Fierro-. Luego fui secretario del Santa Catalina y ahí ya tuve una relación un poco más seria con el fútbol. No jugué nunca como federado, pero lo pasaba muy bien con ellos entrenando en un playita que había junto a la Comandancia de Marina. Pero sí te puedo decir que jugué en el viejo Pepe Gonçalves con el equipo de la Marina. Jugaba de extremo. Había un brigada, Ramón Mariño, que cada vez que venía un barco de fuera, organizaba un partido contra ellos, y ahí estaba yo.

También jugó en el Estadio Insular, el cual vio construir...

-Risas- Sí, ¿te acuerdas de esos partidos de periodistas contra abogados y médicos en beneficio de la Cruz Blanca? Es verdad, ahí jugábamos y lo hacíamos en el viejo Insular. Yo vivía en Pí y Margall y vi su construcción. Además, para ir a trabajar a Parques y Talleres de la Marina, subía una loma en los arenales y ya bajaba por el otro lado a Guanarteme para estar en el trabajo, así que todos los días veía cómo avanzaba la obra.

Ahí vio jugar a buenos jugadores y algo más tarde a la UD, tras su nacimiento en 1949.

Sí. Vi grandes jugadores, como antes los había visto en el campo del Marino o en el Pepe Gonçalves, o en el Jardín de la Infancia. Es curioso, pero muchos de los grandes que vi luego no llegaron a nada. Jugaban descalzos y eran una maravilla. Se calzaban unas botas y no lo hacían igual de bien, cambiaban radicalmente. Y luego, el nacimiento de la UD Las Palmas... Yo he sido y soy seguidor, sufridor y paridor del equipo amarillo, mi equipo.

Tanto, que viene desde Lanzarote, donde ahora reside, a verlo jugar cada 15 días...

Hace siete años que vivo allá y vengo a todos los partidos. Bueno, ahora a algunos no vengo y lo veo por televisión, pero sí, lo sigo desde siempre.

¿Y cómo es eso de que es paridor de la UD Las Palmas?

Bueno, yo no formaba parte de la asamblea constituyente, pero fui defensor de la idea. Me parecía genial que, aunque había algunos de los equipos fundadores que eran reticentes a ello, se creara un equipo único, unido. Y así lo defendí en dos publicaciones de esta casa, donde escribía artículos -por cierto, que antes no te dije que así comencé mi relación con los medios, publicando cartas al director, hasta que Martín Moreno me dijo que tenía madera y que fuera colaborador-, como era Canarias Deportiva y Palestra, porque no había consenso. Por eso, por la unión, es por lo que hoy día al UD Las Palmas nos duele a todos, es un sentimiento único de todos los canarios.

¿Tuvo algún ídolo entre tanto jugador que ha visto?

Tenía devoción por Tacoronte, el primer delantero centro de la UD Las Palmas. Pero en el barrio había muy buenos jugadores, unos llegaron y otros no. Eran mis vecinos y me gustaba ver jugar a gente como Villar, Bermúdez, Hilario Rodríguez -un portero que murió joven-, Costa, Calvo. Todos de las Alcaravaneras, como el gran Alfonso Silva o luego Luis Molowny, que residía frente a mi casa y al que vi debutar en un Victoria-Marino en el viejo Pepe Gonçalves. No recuerdo cómo quedó el partido, pero fue anecdótico.

¿Por qué?

Porque lo vi desde la azotea de un almacén que tenía Marina justo al lado del campo y junto a don Manuel, el que fuera muchos años cura de Santa Teresita. La azotea estaba llena de curas escondidos y yo.

¿Y eso?

Es que entonces monseñor Pildain Zapiáin, el obispo, tenía prohibido ir al fútbol a los curas, y se valían de esas tretas para ver a aquellos grandes equipos y jugadores. Además, Pildain también prohibió que fuéramos en bañador o que mujeres y hombres se bañaran juntos en la playa, por lo que había una valla para separarnos... Cosas de la época.

Es usted un libro abierto con tanta anécdota y tantas historias, pero volvamos al presente... ¿Cómo ve a esta UD Las Palmas?

Es como la raspa: un pasito p'alante y dos p'atrás. No veo que haya conformidad total con el entrenador, con opiniones muy volátiles. Yo no creo en tácticas y esas cosas. Creo en la voluntad y la actitud de los jugadores. Si los futbolistas creen que pueden conseguir algo, lo harán. Creo en el entrenador como un padre, que mantiene la responsabilidad ante sus hijos. Y este entrenador me parece que lo hace bien en ese sentido.

Usted ha vivido todos los ascensos a Primera. ¿Ve al equipo capacitado para repetir hazaña?

Los otros han fallado y al ganarle al Numancia nos han devuelto la posibilidad de depender de nosotros mismos. Ahora dependemos también de que la suerte nos siga acompañando. Si lo sabemos explotar, se conseguirá.

Usted acuñó esa frase de ¡Pues no faltaba más! al final de sus comentarios. ¿Cómo fue eso?

-Risas- Escuchaba mucho Radio Juventud y su director acababa sus comentarios diciendo "Mañana será otro día", y me llamaba la atención. Un día acabé un comentario bastante enfadado y dije esa frase: "¡Pues no faltaba más!", y algunos compañeros y oyentes me dijeron que me había quedado bien y les había gustado, por lo que ya entonces la incorporé para siempre.

Tiene para varios libros, pero haya que acabar, el espacio manda... ¿Haría algún ripio especial por el ascenso?

¡Ay, los ripios! Los he hecho en este periódico, en la radio, en la tele. Siempre me gustó escribir y la poesía. ¡Claro que lo haría!... Deseo el ascenso de la UD, y este año se puede. ¡Pues no faltaba más!"