La cara de Yoendi era un poema. Andaba el chiquillo con la bufanda de la selección, posado delante del AC Hotel Iberia Las Palmas desde las cuatro de la tarde. Pensaba en Marco Asensio, en su manera de jugar al fútbol, en su galope, en sus regates. En la mano, una libreta y un rotulador permanente. Todo pegado a una valla que cercaba el interior del aparcamiento del recinto, con casi más agentes de policía, seguridad privada y personal de la selección que aficionados. Una estampa más bien triste, tanto como el rostro de Yoendi, que se quedó con las ganas de recibir algún gesto del combinado nacional. Y no fue el único.

Porque todo el entusiasmo con el que se congregaron unos 50 hinchas a la puerta del centro de operaciones de la selección durante estos dos días se esfumó cuando bajó el último futbolista de la guagua. Ninguno de los integrantes de España se acercó a soltar alguna firma, poner su careto para un selfie o recibir las adulaciones de los simpatizantes de La Roja que se acercaron al Iberia. Ese fue el semblante con el que llegó la selección española a Gran Canaria, tras aterrizar en Gando procedentes de Zagreb en un vuelo privado y directo.

Quizá por la derrota ante Croacia en el último minuto, que deja a España lejos de la Final Four de la Liga de las Naciones, el último invento de la UEFA; quizá por las horas de vuelo desde la capital del país balcánico, aunque volasen en chárter; puede que por instrucciones de la de la propia dirección de la selección, rígida e inalterable para que nada se salga del guión; o puede, incluso, que por decisión de los internacionales, instalados en ese planeta paralelo llamado fútbol. Intentaba la gente buscar un motivo para que ninguno de los futbolistas se prestara a acercarse a los pocos aficionados que estaban delante en los aledaños. No los encontraron, como tampoco vieron de cerca a ninguno de sus ídolos.

Tras la llegada de la selección española, encabezada por el entrenador Luis Enrique Martínez, el desembarque de las maletas y demás tiestos, el equipo nacional tenía programada una suave sesión en el gimnasio de El Hornillo, en las instalaciones de la UD Las Palmas. Desde la llegada de la selección hasta la salida rumbo a Telde pasó algo más de una hora. Y ahí, estoica, aguantó gran parte de los seguidores de la selección. Y también, como no, Yoendi, que buscaba la compasión de los futbolistas.

Pero nada de nada. Salían y entraban guaguas. Se posicionó un microbus para llevar al equipo a El Hornillo, ya con la noche cayendo. Los futbolistas volvieron a salir y solo algunos levantaban la mano ante los gritos de la afición, con más o menos entusiasmo; otros eran incapaces de dejar atrás sus auriculares o apartar los ojos del teléfono móvil. Jordi Alba, César Azpilicueta, Sergio Busquets, Álvaro Morata, David de Gea o Rodri fueron, dentro de esa atmósfera de engreimiento, los que con más ánimo respondieron a los vítores de la afición grancanaria.

Si la cara de Yoendi era un drama, la de Brianna de León destilaba resignación. Buscaba también un guiño de Marco Asensio, llamado a marcar una era en el Real Madrid y en la selección. Lidia Dámaso, su madre, había cumplido con la promesa de llegar al recibimiento de España. Todo sea por volver a sentir la emoción de la primera vez de frente con la selección. "A ver si tenemos suerte y se acerca", mascullaba. Sin embargo, agua.

Se marchó Yoendi Saavedra de la mano de su madre a regañadientes, con toda la rabia que le dan sus 8 años. Ni al partido quería ir. Un duelo frente a Bosnia (19.45 horas, La1) que no ha terminado de enganchar a la afición grancanaria a la selección española, que llegó en silencio a la Isla. Silencio correspondido por un equipo que parece andar de mala gana.