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Nuestro pibe de oro

Maradona

En el año 1981 me contrató Boca Juniors. Al más grande lo contrataron a falta de dos días para el inicio del campeonato. Llegó un viernes y el domingo debutamos juntos contra el Talleres de Córdoba. Hicimos una sociedad hermosa dentro del campo y una amistad estupenda fuera de él.

Yo era 10 años mayor que Diego. Por una cuestión de veteranía querían que estuviera con alguien de experiencia. Así que se convirtió en mi compañero de habitación todos los años que coincidimos en Boca antes de salir al FC Barcelona.

Noviaba con Claudia por aquel entonces y era extraordinario. Un pibe increíble como compañero. Ahí ya era representante de Puma y mostró siempre su solidaridad con el equipo. Sus habitaciones estaban llenos de ropa, botines y los repartía con el resto. La solidaridad iba en él.

Diego entonces era la promesa más grande del fútbol argentino, el pibe diferencial que quería Boca. El chico diferente. Sentía ya un tremendo orgullo de que estuviera con nosotros, lo mismo que sentía todo el equipo y la grada. Boca, de por sí, arrastra mucha gente, masivamente. Pero desde entonces fue a más.

Para aquel partido contra Talleres llegamos dos horas antes y ya no podía entrar ni una persona más. La primera vez asombró, pero después se convirtió en costumbre: cada lugar al que íbamos con él era una locura. Boca había tenido algún problema económico y empezamos a recaudar dinero con amistosos entre semana. Por allí también andaba el Puma Morete.

El pibe de oro. Se insinuaba para ser el número uno del mundo. Empezó nuestra relación, nuestra amistad, nuestras confidencias. Conocí a sus padres, a Claudia, a los padres de ella. Pasamos muchísimo tiempo juntos desde entonces. Teníamos un gran volumen de partidos y compartía más con Diego que con mi familia.

La misma profesión hizo que el mundo se ampliara para nosotros. El voló a Barcelona y yo me marché a Uruguay. Volví, terminé mi carrera, empecé a dirigir; el brillaba en Europa. Pero esa relación siguió siendo hermosa a pesar de no poder vernos. Si nos encontrábamos, nos fundíamos en un abrazo sentido.

Compartimos una infinidad de eventos juntos. Cuando Fernando Niembro escribió su libro sobre Diego yo era entrenador en Independiente y allí estuve; en el bautizo de una de sus nenas; la invitación a su casamiento con Claudia... Siempre tuvo el detalle de tenerme en cuenta.

Pero el más grande de los recuerdos, con el que me quiero quedar es con uno en concreto. En octubre del año pasado el vino como técnico de Gimnasia a Huracán, que es mi casa. Le entregamos unos obsequios y lo distinguimos. Hablamos después, charló con mis hijos, recordamos anécdotas, nos reímos, recordamos nuestra juventud, lo que vivimos dentro del campo de juego: felicidad.

Y otra gran estampa que me llevo de él es en diciembre, en el último partido que Boca juega contra Gimnasia en La Bombonera. Junto con el ‘Mono’ Perotti, que fuimos compañeros él en el Boca campeón, le entregamos la camiseta en su gran homenaje después de tantos años sin pisar su cancha. Fue un reconocimiento precioso, muy emotivo, una noche de gloria.

Lo recuerdo de la mejor forma, como al más grande de todos los tiempos. Era el de más ganas, el de más personalidad, el de más talento, el que más defendió Argentino y cada camiseta que se puso con el que el fútbol le dio.

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