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Una de las páginas más negras de Lanzarote

El crimen de las hermanas Cruz

Tres hombres acuden a la casa de María Cruz en Teseguite y la matan. Por este crimen se detiene y encarcela a su hermana Petra. Tras su muerte en un psiquiátrico, otro juez dictamina su inocencia

En las paredes de la casa hay pintadas dedicadas a Satán y restos de rituales.

Después de esta trágica muerte, nadie se ha atrevido a vivir en la casa de María Cruz. Rodeada de palmeras, la vivienda maltrecha y herida se mantiene aún en pie, envuelta en el misterio de uno de los sucesos más terribles que se produjeron en este pueblo de Lanzarote. La ventana por la que María Cruz sacó la cabeza para atender el reclamo de los hombres que la llamaron, y acabaron con su vida, está sujeta con clavos. Pero si este crimen fue sórdido y cruel, mucho peor fueron sus consecuencias. La detención, las torturas y la brutalidad con la que trataron a la gran víctima de este drama: Petra de los Dolores Cruz, la hermana inocente que terminó por morir loca y abandonada en un manicomio de Gran Canaria, merece pasar a la historia de la Isla como una de sus páginas más negras.

Todos sabían que Petra Cruz no había matado a su hermana. Pero nadie hizo nada. El juez que vino de Madrid y el gobernador de la época necesitaban con urgencia buscar un culpable y esta mujer, sola, pobre y con carácter les pareció la acusada perfecta para cerrar este caso. Años después, cuando Petra ya había muerto en el manicomio de Tafira, fueron detenidos dos de los tres hombres que participaron en este crimen. El tercero se había marchado al día siguiente del asesinato a Argentina. Y cuando todos pensaron que por lo menos estos dos acabarían en prisión, un indulto especial de Primo de Rivera los deja en libertad. Y así Marcos Concepción y Tomás Valiente regresaron a Teseguite, como si no hubiera pasado nada. Ocultando siempre quién de los tres fue el que degolló a María Cruz, aquella noche del 8 de mayo de 1919.

La noche del horror

Luis Hernández, Marcos Concepción y Tomás Valiente habían estado bebiendo y jugando a las cartas durante tres días. Ya no tenían dinero pero ellos querían seguir con la jarana. Y tal y como recoge su propia declaración, entonces decidieron acercarse hasta la casa de María Cruz en Teseguite. Esta mujer tenía en su vivienda una pequeña tienda, a la que solían acudir, a cualquier hora, los vecinos del pueblo. También aseguran que María Cruz prestaba dinero y que precisamente ese día era cuando cobraba. Rodearon la vivienda haciendo ruidos extraños, tratando de llamar la atención de la dueña. Hasta que optaron por otra estrategia. Uno de ellos, Luis el del Mojón llama con los nudillos en una de las puertas y le pide a María que si puede venderle una caja de fósforos. Desde dentro la voz de María le dice que espere y abre una de las ventanas por las que saca la cabeza. Si mediar palabra, uno de ellos la agarra por los pelos y otro le corta el cuello. Todas las crónicas posteriores hacen referencia al reguero de sangre que salpicó la puerta, que corrió como un río imparable y que manchó la ropa de los tres hombres.

Rebuscaron en baúles y armarios tratando de encontrar la mayor cantidad de dinero. Cansados de revisar las habitaciones, y con el cuerpo de María Cruz aún caliente deciden sentarse a comer lo que esta mujer tenía preparado para ella: arroz con pichones.

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Según recoge la declaración que realizaron con posterioridad los detenidos, empujaron el cuerpo hacia dentro y entraron a la casa. Rebuscaron en baúles y armarios tratando de encontrar la mayor cantidad de dinero. Unas fuentes dicen que María esa mañana había llevado su recaudación a Teguise, por lo que en la vivienda apenas quedaban tres pesetas. Cansados de revisar las habitaciones, y con el cuerpo de María Cruz aún caliente deciden sentarse a comer lo que esta mujer tenía preparado para ella: arroz con pichones.

Un zumbido incesante de moscas muestra el camino hacia el gran festín: sobre la mesa, tres platos con restos de arroz y cabezas de pichón y un reguero de vino tinto que mancha el suelo, las sillas y el armario donde se guardan los cubiertos y los manteles calados para los días de fiesta. La luz del mediodía entra a bocanadas por una de las ventanas, una luz hiriente, curiosa. A unos metros de la cocina, sobre el suelo de baldosas color tierra, el cuerpo desparramado de María Cruz está cubierto de sangre, con el pelo negro alborotado, sucio. Algunos mechones siguen pegados a la cara. En el cuello tiene varios cortes. Uno profundo y largo. El rastro de su sangre pudo seguirse con facilidad desde el postigo de la puerta hasta el suelo. El denso goteo terminó por formar un pequeño charco, justo en la entrada. El viento lo cubrió de hojas secas y de tierra.

Los guardias y los testigos declararon que la pobre mujer debió tener una muerte lenta y dolorosa. A la mañana siguiente la noticia de la trágica muerte de María, la de la venta de Teseguite, se extendió por toda la isla.

Las detenciones

El aviso a la Guardia Civil lo hace Tomás Robayna Alpuin. Este vecino de Teseguite acompaña a la autoridad y les muestra la mejor manera de entrar en la vivienda de María Cruz. Por este simple hecho, por saber cómo se podía acceder a la casa es detenido como presunto asesino. También se detiene a Flora Barreto y a Petra Cruz. Al parecer tanto la vecina como la hermana habían discutido de forma acalorada con la víctima. Y basado en esos hechos proceden a llevar ante el juez a estas tres personas. La familia de Tomás Robayna reúne el dinero preciso y logran su libertad. A su vez, Tomás ayuda a que también salga del cuartelillo Flora, con la que mantenía una relación sentimental. La única que no tiene ni padrinos ni dinero es Petra de los Dolores Cruz y ella pasa a convertirse en la gran víctima de este drama.

Dicen que Petra murió atada y dando alaridos en una celda de un tétrico manicomio de Gran Canaria. Su único crimen fue el de ser mujer, pobre y no tener padrinos que pudieran librarla de un pecado, de un asesinato que ella no cometió. Su detención fue tremenda. La arrastraron por los caminos polvorientos desde Teseguite hasta Arrecife. Dándole golpes, para que no parara. Y así, magullada, cubierta de sangre la encerraron en la vieja cárcel de la capital lanzaroteña. Durante todo este tiempo no cesaron de acosarla y de maltratarla para que termine por confesar. Pero se resistió. Siempre negó que hubiera matado a su hermana. Y entonces arreciaron los castigos y las vejaciones. Fue violada en la prisión y acabó por volverse loca. Algunas fuentes confirman que llegó a tener un niño, que por supuesto le arrebataron.

Las autoridades determinaron su traslado a un manicomio de Tafira, un centro regentado por monjas oblatas, quienes la mantuvieron atada ante el temor que acabara con su vida. Murió y tiempo después otro tribunal, presidido por José Pedro Juan Berenguer en mayo de 1924 decide exculpar de la causa a la procesada Petra Dolores de la Cruz Bello, inocente de la muerte de su hermana.

Paco, el guardia

Francisco Cabrera Robayna, al que todos conocen en Teseguite como Paco el guardia, no quiere fama ni tampoco salir en las fotos. Pero es una de las personas que más sabe de este crimen. Bisnieto de Tomás Robayna, el que fuera alcalde pedáneo de Teseguite, y uno de los primeros acusados junto a Petra Cruz y a Flora Barreto, ha dedicado muchas horas de su vida a tratar de aclarar este caso y sobre todo a dejar bien claro que su bisabuelo no tuvo nada que ver con este horrible asesinato. El bisnieto de Tomás guarda como oro en paño la sentencia, así como la revisión posterior que realizó el Tribunal y en la que se exculpaba a los primeros detenidos.

Paco, que durante muchos años fue policía local de Teguise, no ha dudado en viajar a Gran Canaria en busca de datos, y tampoco ha cesado de hablar con todos aquellos que llegaron a conocer a uno de los acusados Marcos Concepción, una de las figuras más temidas del pueblo, incluso cuando ya era un anciano.

La implicación en la muerte de María Cruz de Marcos Concepción, Tomás Valiente y Luis Hernández parece un hecho probado. En 1927, el juez Pedro de Benito y Blasco reabre el sumario y ordena la detención de estos tres hombres, que no dudan en contar lo sucedido, tal y como aparece en la sentencia que guarda Paco Cabrera y que también reprodujo en su día la revista Interviú. En la Isla se creyó entonces que serían juzgados por el asesinato de María Cruz, pero el 14 de abril de 1928 llega un indulto particular del Gobierno de Primo de Rivera para los tres inculpados, y quedan en libertad. Mientras Tomás Valiente optó por mantener una vida tranquila y alejada de casi todos, Marcos nunca ocultó su vinculación con este caso.

Carmelo Cabrera, un vecino del pueblo, recuerda que en una ocasión le echó en cara a Marcos que hubiera matado a María, entonces él me dijo: “Yo no la maté, pero si estuve allí”. Paco Cabrera, uno de los investigadores más persistentes sobre este caso, también recuerda algunos de los encontronazos que mantuvo Marcos con otros vecinos. “Una vez estaba discutiendo con un hombre, y parece que le dijo, si no te portas bien, te hago lo mismo que a María Cruz”.

En este viaje a través del tiempo y las crónicas también se hace referencia a otros testigos que nunca se atrevieron a hablar, o que no hicieron nada por evitar que encarcelaran a Petra Cruz. El patrón para el que trabajaba Marcos Concepción lo vio al día siguiente de la muerte de María con manchas de sangre en la ropa. La madre de Tomás Valiente también lavó de manera especial la ropa de su hijo, que estaba toda manchada con los restos de sangre de María Cruz.

Al final de un largo camino de tierra, serpenteado de palmeras, una casa de grandes ventanales aparece como un faro solitario y desmejorado. Sólo se oye el sonido del viento, y en ocasiones los ladridos lejanos de unos perros. La casa de María Cruz sigue ahí, sola y medio derrumbada. Dentro de la vivienda aún quedan restos de los que fue: sillas rotas, cabezales roídos por la carcoma, utensilios de cocina desperdigados por el suelo recubiertos de tierra y escombros El aleteo nervioso de unas palomas que se cuelan por uno de los agujeros de la techumbre interrumpe el silencio. Entonces es mejor marcharse. Sólo el viento huraño permanece agitando las palmeras que acompañan la vieja casa donde dicen que tres hombres mataron a María Cruz. Y también provocaron la muerte atroz de su hermana pequeña.

Interior de la casa, sumida en el abandono y casi en ruinas. Adriel Perdomo

El interior de la casa da miedo

La noticia sobre este trágico suceso forma parte de la memoria colectiva de Lanzarote. Resulta un crimen tan atroz, con las descripciones que se hicieron de la sangre que corrió por la puerta, y todo lo que rodeó a esta muerte, que no resulta raro que nadie volviera a ocupar esta vivienda. Con el paso del tiempo, la casa está cada vez más deteriorada, y dentro algunas personas se han dedicado a realizar extrañas ceremonias vinculadas con algunos ritos de brujería. En la pared aparece escrito frases del tipo "los seguidores de Satán" en letras rojas. También aparecen restos de velas, como si se hubiera hecho algún ritual. Seguramente sólo se trata de un juego de mal gusto en el interior de una vivienda que acogió, y fue el escenario de uno de los peores crímenes que se recuerdan.


El escritor lanzaroteño Agustín de la Hoz dedicó varios artículos a este caso, y en su libro 'Divinas escorias' no sólo rechaza abiertamente que Petra haya sido la culpable sino que explica por qué los jueces de aquella época evitan condenar a Marcos, Tomás Valiente y Luis el del Mojón por este crimen, "los caciques presionaron para que no se culpara a los auténticos asesinos", sobre todo Marcos "era la avanzadilla de esta gente para ganar a base de engaños y chantajes las elecciones de cualquier tipo". Eran los ejecutores de los señores, y no querían prescindir de sus servicios.

Agustín de la Hoz

'Divinas escorias'

Los asesinos de María Cruz tuvieron el apoyo de los caciques, que presionaron para que no fueran detenidos. Además, al parecer en el caso de Petra, como sugiere Agustín de la Hoz "se mataba a dos pájaros de un tiro, ella era una mujer avanzada a su tiempo, exquisita, y que no les convenía. Así empezó su calvario mortal".

Agustín de la Hoz explica en su libro por qué los jueces de aquella época evitan condenar a los autores del crimen: "Los caciques presionaron para que no se culpara a los auténticos asesinos"

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En el libro sobre crónicas de Arrecife, el periodista Leandro Perdomo también le dedica un capítulo, y sostiene que además de lo que se sabía, que Petra no fue. Desde Buenos Aires, donde se había marchado uno de los implicados, se recibió una carta, "en la que un individuo, sintiéndose enfermo de muerte, arrepentido, se declaraba culpable, junto con dos más de la muerte de María Cruz. Y lo terrible, lo trágico, lo espeluznante del caso, y lo que no tiene nombre es que en el tiempo transcurrido, la hermana de María Cruz, encarcelada durante años, no solamente había ya muerto sino que a través de esos años sufrió lo que pocas mujeres en el mundo han sufrido".

A principios de los años ochenta, la revista Interviú publica un amplio reportaje sobre lo ocurrido en Teseguite, sesenta años después. Lo titula: El Otro Crimen de Cuenca, en referencia a otro caso real que llevó al cine la directora Pilar Miró, y en la que también se contaba la historia de dos pastores acusados de haber matado a una persona, que después se confirmó que era falso. En la primera página de ese número dedicado a las hermanas Cruz aparece la imagen de Marcos Concepción, uno de los tres hombres implicados en este suceso, y que al ser interrogado por los periodistas sólo dice "Yo sólo les digo que Petra no fue quien mató a su hermana. Lo demás ya lo saben ustedes".

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