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Protagonistas de la cocina tradicional canaria (7) Rosario Noda Medina

La artista de la casa se dedica a cocinar

El hermano de Rosario Noda no tiene dudas: en su casa, la reina de la cocina siempre fue ella. Tenía ese don especial que suele acompañar a los artistas de los fogones. El plato más sencillo se convertía en una delicia.

Rosario Noda en su casa de Titerroy J. SAENZ

El día antes les había dicho a sus hijos que tenía pensado hacer tollos. No muchos, sólo para ella y su marido, pero una vez más Rosario Noda pensó que los chicos empezarían a desfilar por su cocina en busca de un platito o dos. Entonces volvió a las cantidades de siempre, un caldero lleno hasta los topes y unos cuantos kilos de batata blanca de jable. Una mezcla perfecta para que todos volvieran a caer ante esta comida con estrella de las recetas de mamá.

Rosario Noda vive en una de las casas terreras del barrio de Titerroy. Trabajadora infatigable, esta mujer de semblante sereno pertenece a esa generación de lanzaroteñas que tuvieron que ayudar en casa demasiado pronto. Sus padres Enriqueta y Gabriel tuvieron 17 hijos, y a ella le tocó en suerte ser la primera chica. La niña que tuvo que dejar la escuela y ponerse, codo a codo, con su madre para sacar adelante el trabajo y la familia.

Hija de marinero

Su padre y sus hermanos fueron todos pescadores. De esos marineros que se pasaban media vida en Cabo Blanco, y después de vuelta a la isla, apenas unos días de descanso, para regresar al barco en una nueva travesía detrás de la corvina. Y así, año tras año, de enero a julio, seis meses faenando en aguas del continente africano. Después tocaba la pesca chica, otra faena, más cerca de la costa canaria.

Mientras en Arrecife, las mujeres tenían que seguir adelante con lo poco que les quedaba. Haciendo milagros diarios lograban alimentar a la familia, inventando recetas, sabores, eran los años de escasez, de no tener casi nada, y con eso, conseguir un día más de tregua.

Rosario dice que la pobreza era muy grande, "pero ninguno rezongaba, era lo que había". Podían comer y cenar lo mismo. Era el tiempo del caldo de papas, de los fideos secos, una receta con muy pocos ingredientes, algo de pescado, un refrito con tomate, cebolla, agua, fideos y al fuego.

Además de trabajar en la casa y atender a los más pequeños, Rosario Noda recuerda que su madre y sus hermanas mayores también se dedicaban a hacer chinchorros, redes que vendían a los armadores, en un tiempo en el que este arte de pesca era de uso habitual entre los pescadores de las islas. Ellas se encargaban de hilvanar esta red inmensa, y después sólo hacía falta que le colocaran las boyas y los plomos.

Así conseguían un dinero extra con el que aguantar hasta que su padre volviera tras largos periodos de ausencia. Cuenta Rosario con cierta dosis de picardía que quizás como tardaban tanto en verse, "cada vez que venía, le hacía un chico a mi madre", y se ríe con su ocurrencia. Con la realidad de haber tenido que compartir su vida con una lista interminable de chicos y chicos que poblaban la casa en una sucesión de caras y nombres que parecían no tener fin.

Truchas de batata

Tal vez por todo lo vivido, a Rosario Noda le resulta tan extraño los gustos que tienen ahora sus nietos, "sólo quieren yogurt, hamburguesas, y no le pongas papas y fideos, que no lo quieren. A mí me encanta, muchas veces hago esta comida para mí y mi marido, y que rico que está". A ella que no le den perritos ni pizzas, nunca lo probó y hace tiempo que tiene claro que prefiere los sabores de siempre. Desde el caldo de millo, a los potajes y en Navidad un buen cabrito al horno o frito.

A pesar de las penurias, y el duro trabajo, la mirada de Rosario Noda no guarda resentimiento. Todo lo contrario, ella recuerda aquellos años con la alegría de las tardes vividas con su madre, con las risas, las travesuras de los más pequeños. Los olores de la cocina, la aparición silenciosa de su padre. Con ese olor a salitre que traía pegado a la ropa, al pelo negro, al saco de tela en el que de vez en cuando llegaba alguna sorpresa. Un regalo inesperado con el que arrancaba la sonrisa de sus hijos. Tal vez alguna muñeca de trapo que solían comprar los marineros lanzaroteños en los puertos africanos.

Con Rosario Noda resulta fácil hablar. Le gusta contar historias, y alargar la explicación. Con detalles, como si en ese instante, volviera a revivir aquel momento. Ahora está entusiasmada con las clases que recibe en el centro de la tercera edad, se ha apuntado a un taller de la memoria. No quiere perderse en ese laberinto oscuro que lleva a olvidarse de sus cosas, de las personas importantes que han pasado por su vida.

Sentadas en la cocina, Rosario insiste en sacar un platito de tollos, "para que los prueben, aunque ya me quedan pocos, porque mi hijo vino y se llevó para su mujer y su hija, que le encantan".

Incansable vuelve a la alacena, saca un plato tapado con un paño, debajo unas truchas de batata. "Mi hija me dijo que sí le hacía unas pocas, y yo creo que las truchas hay que hacerlas cuando a uno le apetece, no sólo por las fiestas".

Como dijo su hermano Ceferino, la artista de la familia siempre fue ella. Y cada día lo demuestra con ese toque que pone en lo que hace, en las recetas de antes, las que heredó de su madre, y las que ella inventa, a base de probar, de poner nuevos ingredientes, y al final, como por arte de magia, la comida que guarda en la nevera desaparece. Unas manos conocidas suelen llevarse algún que otro plato para degustar las delicadas recetas de Rosario Noda, la hija mayor de Enriqueta y Gabriel.

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