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¿NO ESCUCHAR AMENAZA LA DEMOCRACIA?

Un mundo apalabrado

La incapacidad de escuchar con atención se ha convertido en una amenaza para la civilización

Un mundo apalabrado

“Vivimos en un mundo cada vez más polarizado, donde la gente ha perdido la habilidad de ver el punto de vista del otro. Espero que en estas elecciones, Nueva Zelanda haya demostrado que nosotros no somos así, que como nación podemos escuchar y debatir. Después de todo, somos demasiado pequeños para perder de vista la perspectiva de los demás. Las elecciones no son el escenario ideal para unir a las personas, pero tampoco tenemos por qué destrozarnos unos a otros”.

Este fragmento del discurso pronunciado por Jacinda Ardern tras salir abrumadoramente victoriosa en las lecciones del pasado 17 de octubre contiene, marcadas en negrita, algunas de las palabras clave para entender de qué hablamos cuando nos referimos al arte de escuchar: un aprendizaje, desde la humildad, que permite comunicarse poniéndose en el lugar del otro para generar algo nuevo juntos.

No es casualidad que la primera ministra y líder del Partido Laborista de Nueva Zelanda sea licenciada en Comunicación, además de una de las dirigentes mejor valoradas de la era covid. Sus discursos, que ella misma reescribe y edita, suelen empezar en maorí, un gesto de respeto a los derechos de la minoría originaria de Nueva Zelanda.

La escucha atenta consiste en poner los cinco sentidos” y para que tenga éxito es necesario que se den una condiciones previas

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En el otro extremo del escenario comunicativo destaca el primer debate presidencial entre Trump y Biden, celebrado el pasado 30 de septiembre. Decenas de millones de personas asistieron en directo a un festival de ataques, gritos, insultos y cacofonías, todo ello aderezado con una expresión corporal agresiva. Aunque hablen la misma lengua, la distancia entre la líder de la pequeña nación del Pacífico y los entonces candidatos a presidir el país más poderoso del mundo es oceánica, física y psicológicamente.

Lenguaje y poder

Ya en el 2006, el filósofo y teólogo Francesc Torralba publicó El arte de saber escuchar, donde escribía que la incapacidad de escuchar con atención “es una amenaza para la civilización”. Quince años después, el libro está más vigente que nunca: “En los ámbitos de poder hay mucho miedo a escuchar –afirma el autor– y en su lugar se impone un monólogo para apropiarse del poder y mantenerse en él”.

Jordi Palou-Loverdos, uno de los más reconocidos facilitadores del diálogo, que trabajó con hutus, tutsis y twas tras el genocidio de Ruanda y ahora impulsa la Fundació Carta de la Pau dirigida a la ONU, también ve la amenaza que se cierne sobre la democracia: “Si las cosas se deciden sin escuchar y sin razonar, estamos vaciando de sentido principios fundamentales que sostienen la democracia, como el derecho de petición y de participación, y la libertad de expresión y de opinión”.

Hablar pierde sentido si al otro lado no hay nadie para acoger las palabras, pero escuchar activamente tampoco consiste en hacer lo que otro diga; para eso están los asistentes de voz como Siri, Alexa o Cortana. En castellano, la palabra escuchar procede del latín auscultare o aplicar el oído. La lingüista Carme Junyent aporta más pistas semánticas: el catalán es el caso más claro porque para referirse a la acción de oír utiliza habitualmente sentir, que también significa experimentar; en francés entendre quiere decir oír, y en portugués perceber significa entender. Lo expone bellamente Torralba: “Escuchar es acoger al otro en el propio hogar”.

Torralba: “Escuchar al que piensa distinto es un ejercicio de audacia intelectual a la que no estamos dispuestos”

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¿Pero en qué momento se cortó la comunicación? Seguramente nunca ha habido una época ideal en la que los seres humanos, hombres y mujeres, niños y adultos, blancos y negros, se hayan escuchado unos a otros en igualdad de condiciones. El lenguaje es poder y cuando Aristóteles afirmó hace más de 2.000 años que el humano es un animal político porque tiene el poder de expresarse de forma razonada, Diógenes ya hacía tiempo que se había quejado de tanta palabrería: “Tenemos dos orejas y una lengua para escuchar más y hablar menos”, parece que dijo el filósofo cínico.

Palabras contra el adversario

Desde el nacimiento de la democracia, el acento se ha puesto en la oratoria y no en la escucha, tradicionalmente despreciada y asociada al ámbito femenino y del hogar. ¿O alguien ha elogiado alguna vez a un político por lo bien que escucha?

Veinticinco siglos después, y tras la irrupción de las redes sociales, el escritor Luis García Montero describe la sociedad actual como ”un mundo apalabrado”. Especialmente en el ámbito político, las palabras se tergiversan y se emplean para destruir al adversario.

Para Torralba la escucha atenta consiste en “poner los cinco sentidos” y para que tenga éxito es necesario que se den unas condiciones previas: librarse de prejuicios, actuar con humildad y tener tiempo. Esto afecta a todos los niveles, de la diplomacia internacional a las relaciones entre padres e hijos, maestros y alumnos, médicos y pacientes. “Estamos inmersos en prejuicios, a veces inconscientes, y hacemos juicios anticipados de los demás que, cuando son negativos, impiden que les prestemos atención –explica el filósofo–. Independientemente de lo que el otro diga, ya tienes preparada tu respuesta, la pones en el microondas y la sirves caliente”.

Nunca ha habido una época ideal en la que hombres y mujeres se hayan escuchado unos a otros en igualdad de condiciones

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La segunda condición para la escucha atenta es la humildad: “¿Para qué escuchar a nadie si ya lo sé todo?”. Y la tercera, el tiempo: “La crisis de la escucha también tiene que ver con la sociedad de la hiperaceleración porque la conversación requiere tiempo”.

Torralba considera que la escucha auténtica se produce cuando en el discurso del otro, por muy alejado que esté de nuestras convicciones, entrevemos “elementos valiosos y verdaderos”: “Escuchar al que piensa distinto es un ejercicio de audacia intelectual a la que no estamos dispuestos porque puede conmover nuestros cimientos, pero es la única manera de ensanchar la mente y llegar a la verdad”.

Para Juana Gallego, profesora de Periodismo de la Universitat Autònoma de Barcelona, el problema es que se confunden ideas y creencias: “Es más fácil adherirse a unas ideas que escuchar al otro. Cualquier argumento crítico se considera un ataque personal y se califica de discurso de odio”. Pero habría que aplicar bien el oído para averiguar desde qué dolor surgen ciertas reacciones.

El ninguneo de la academia

Históricamente las mujeres han tenido que callar ante la autoridad masculina. “Se dice que nosotras escuchamos más, pero es precisamente porque hemos sido socializadas de esta manera –dice Gallego–. Visto en positivo, hemos aprendido a tener más en cuenta las ideas de los demás y estamos más abiertas a nuevas interpretaciones y a reconocer que nos hemos equivocado”.

Aunque la escucha activa se ha utilizado ampliamente en procesos de paz y reconciliación, el ámbito académico ha sido históricamente reacio a su estudio. Solo en las últimas décadas, al intuir su importancia para la salud democrática, han aparecido ensayos sobre la llamada “política de la escucha, alimentados por discursos no dominantes como el feminismo y el indigenismo.

Aunque la escucha activa se ha utilizado en procesos de paz y reconciliación, el ámbito académico ha sido reacio a su estudio

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Los beneficios que una escucha activa puede tener para la democracia pueden resumirse en tres: confiere más legitimidad a las decisiones políticas, puesto que incorpora lo expresado por la gente; mejora el entendimiento, contribuyendo a la solución de conflictos sociales, y aumenta el empoderamiento de la ciudadanía. Aplicarlo no es fácil, como han comprobado las formaciones políticasc salidas del 15-M, pero de ello depende que el mundo se parezca más a Nueva Zelanda que a EEUU.

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