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Ciencia

Rapa Nui, 300 años como advertencia ecológica

El encuentro de los nativos con los europeos profundizó en su declive, tras abusar de recursos como la madera y la energía para la construcción obsesiva

Esculturas en piedra de moais, uno de los símbolos más representativo de la isla de Pascua. | LP/DLP

«Los habitantes han tenido la imprudencia de cortar los árboles, sin duda en una época muy remota, lo que ha expuesto su suelo a ser calcinado por el ardor del sol, y lo ha reducido a no tener ni arroyos ni manantiales»

La Pérouse - (1786)

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Un barco holandés, mandado por Jacob Roggeveen, arribó a la isla de Rapa Nui el día de Pascua de 1722, concretamente el 5 de abril. Fue, que se sepa, el primer abordaje de los europeos a esa isla perdida en el océano Pacífico, a cuatro mil kilómetros al oeste de la costa chilena y casi a otros tantos del este de las islas Marquesas o de Tahití. Ese minúsculo territorio, tiene solo unos 166 kilómetros cuadrados de superficie y estaba ocupado por los navegantes polinesios desde hacía unos mil trescientos años. Allí habían desarrollado una cultura aislados del mundo, cuyo símbolo más reconocible son los moais.

La ocupación de las islas en el Pacífico, la Polinesia y la Micronesia se llevó a cabo gradualmente en un proceso que duró miles de años. Los polinesios llegaron a dominar la navegación de altura siendo capaces, gracias a sus conocimientos astronómicos y meteorológicos, de realizar trayectos de ida y vuelta de miles de millas en un alarde de dominio marítimo. Sin embargo, Rapa Nui, como las islas Hawai o Nueva Zelanda, quedaban fuera de ese circuito conocido y fueron las últimas en ocuparse. Los rapanui llegaron muy probablemente de la isla de Mangareva ya que así lo indican las pruebas de ADN, lingüísticas y hasta la raza de las gallinas (también de las ratas que venían con ellos) que los acompañaron en el viaje. Thor Heyerdahl quiso demostrar en su viaje de la Kon-Tiki que el poblamiento de las islas oceánicas a las que nos referimos fue a la inversa, es decir de Sudamérica hacia Oceanía, pero su teoría no es hoy aceptada por casi nadie.

Por su parte, los navegantes europeos empezaron a frecuentar estos mares después de que Fernando de Magallanes lo hiciera por primera vez hace quinientos años. En el siglo XVIII eran los ingleses, franceses, holandeses y españoles los que buscaban allí islas de las que tomar posesión. Las especias eran aún la principal razón.

El primer encuentro con los europeos en 1722 no acabó bien: diez o doce nativos murieron a mano de los holandeses, quienes no hicieron nada por asentarse en la isla a la que bautizaron como isla de Pascua. Contaron que había miles de habitantes y que los moais estaban en pie, pero hablaron ya de la falta de madera para construir embarcaciones.

En 1770, Rapa Nui recibió la visita de dos fragatas españolas al mando de Felipe González de Haedo. No hubo violencia en esta ocasión, se negoció con los indígenas y la isla recibió el nombre de San Carlos, que como es obvio no ha prosperado, y fue incorporada formalmente a la Corona española. Tampoco esta vez se creó ningún asentamiento permanente y son pocos los comentarios de valor científico que nos dejaron. En 1776, la visitó el capitán Cook quien escribió sobre ella en sus Diarios poniendo de relieve la degradación que se advertía en la vida de los aborígenes. Los moais aparecían ya tirados en el suelo y los hombres eran pequeños, delgados y mal alimentados. En 1786, fue el francés La Pérouse quien se acercó a sus costas. El comentario de la cita inicial nos dice a las claras cuál fue su impresión.

Por último, en este breve repaso, la República de Chile, tras una negociación con los jefes tribales, la incorporó a su soberanía: «Tengo el honor de poner en conocimiento de Us. que con fecha 9 del presente (9 de septiembre de 1883) aceptamos i proclamamos la cesión que los naturales de ‘Rapa-Nui’ o ‘isla de Pascua’ nos hicieron de la soberanía de esa isla para el Supremo Gobierno de la República. Me es grato participar a Us. el entusiasmo con que los naturales saludaron a la bandera de la República al enarbolarse definitivamente en aquella apartada isla (sic)». La relación con Chile se ha mantenido hasta el día de hoy, pero ha pasado por fases de abandono y profundo malestar. Se puede decir que hasta la década de 1960 Chile no se tomó en serio sus obligaciones con los rapanuis. La última ley que trata de regularizar las relaciones con esa comunidad es de 2018 (Ley-21070 23-MAR-2018 Ministerio del Interior y Seguridad Pública).

Razia

A pesar de todo, los isleños se sintieron seguramente más protegidos ya que durante ese siglo habían sido objeto de razia, sobre todo por parte de los pescadores norteamericanos de focas y ballenas, que en varias ocasiones asaltaron la isla para llevárselos como esclavos que vendían en Perú, entonces necesitado de mano de obra. La población había descendido hasta poco más de cien habitantes desde los varios miles de los que nos hablaban Roggeveen, Cook o La Pérouse. Los arqueólogos creen que la isla llegó a tener más de diez mil habitantes.

Es decir, tenemos una isla, con palmeras (la endémica niu, Paschalococos disperta, está extinta), árboles de cierto porte y alimentos traídos por los polinesios como el ñame, la batata, el plátano, la caña de azúcar, ocupada probablemente por gentes que se desviaron de su ruta pero que dominaban el arte de la navegación, que al comienzo prosperaron con un crecimiento demográfico sostenido, con una estructura social muy jerarquizada, gobernados por el ariki, que según sus tradiciones, tenía ascendencia directa de los dioses, y con una cultura llamativa que, como he dicho, tiene por símbolo más representativo a los moais. Estas construcciones de piedra labrada con herramientas de basalto, de las que hay cientos repartidas por la isla, tienen una altura media de unos cuatro metros con un peso de cincuenta toneladas, pero las hay mucho mayores llegando a veinte metros y trescientas toneladas (la mayor conocida aún está sin terminar en la cantera). También levantaron hasta trescientos altares ceremoniales de mampostería, los ahu, sobre los que asentaban los moais, así como unas coronas de lava roja, pukao, que persisten sobre la cabeza de algunas de estas figuras. Además, los kohaurongo rongo o tablillas parlantes eran escrituras de tipo jeroglífico que aún no han sido descifradas, aunque algunos creen que son relativamente modernas. Su periodo de mayor bienestar se fija entre el 1200 y el 1500.

Después, la sobrepoblación, la necesidad de tierras de cultivo que terminó con los árboles y por ende con la madera necesaria para navegar, aunque se mantuvo la pesca con redes cerca de la costa, provocaron un conflicto social que acabó con enfrentamientos entre tribus y una degradación de las condiciones de vida. Hay otras variables a considerar como distintos terremotos y tsunamis de los que se tiene noticia, así como la erupción de varios volcanes en la zona que podían haber enfriado el clima. Su encuentro con los europeos no hizo sino profundizar en ese declive. Por otra parte, hay quienes defienden que fue la energía, y la madera, empleada en la construcción obsesiva de los moais la que los llevó a ese estado. Hay una explicación in extenso de este proceso en el controvertido libro de Jared Diamond Colapso.

Trescientos años después del comienzo de nuestra historia no tienen los rapanuis un horizonte despejado. Ha habido que limitar, lo está en la ley antes citada, la afluencia de nuevos habitantes a la minúscula isla. El turismo, como sabemos, es altamente corrosivo para el medio ambiente y más en un lugar tan frágil. La autopercepción de los aborígenes como un pueblo sometido y despreciado a lo largo de los últimos siglos no ayuda en la búsqueda de soluciones. Rapa Nui se puede ver como un caso singular o como un ejemplo de mala adaptación al medio que se puede generalizar a un mundo en el que consumimos más de lo que este produce. Y así la ruina es nuestro único futuro.

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