La opinión del experto

Medicina, pseudoterapias y libre albedrio

Quienes se dedican a estas prácticas juegan con la pobre imagen de una medicina que en la experiencia de muchos es fría, desapasionada y distante

¿Son un timo las terapias alternativas?

La Provincia / El Día

Luis Javier Capote Pérez

Decía el filósofo argentino Mario Bunge que las pseudociencias podían -pueden- definirse como un conjunto de macanas que pretenden hacerse pasar por ciencia. Entendiendo el concepto de ciencia en su sentido más amplio, que engloba a disciplinas con una metodología propia y un sentido crítico, se puede comprobar que las principales ramas científicas tienen unas contrapartidas que intentan arrogarse la naturaleza que es propia de las primeras, pero sin cumplir con ninguno de los requisitos inherentes a las mismas. Así, la astronomía tiene a la astrología o la psicología a la parapsicología, por citar únicamente dos ejemplos bastante populares. Esta dicotomía tiene ejemplos en ámbitos más concretos como el de la biología, donde se contraponen las tesis evolutivas a las afirmaciones de corte creacionista, más o menos disfrazadas con ropajes pretendidamente científicos. En este sentido, uno de los ámbitos en los que esta desigual dualidad entre el conocimiento y la superchería es el de la salud. 

La sanidad ha sido una de las áreas donde la controversia entre ciencia y pseudociencias se ha desarrollado de forma constante, por ser un asunto de importancia general y particular. Todo el mundo quiere gozar de buena salud y vivir una existencia larga y sin sufrir enfermedades de gravedad. Por otra parte, el sufrimiento de males como el cáncer afecta no solamente a quien lo padece sino también a quienes le rodean. Ya sea por instinto de supervivencia, ya sea por la convicción de que vida solamente hay una, queremos que la visita de la parca tarde mucho en producirse.

Medicina

La muerte es la única seguridad que nos da la vida (con permiso de los impuestos) y la asunción de esta verdad es, probablemente, uno de los actos que marcan el camino hacia la madurez. En este contexto, la medicina es parte de nuestras vidas. Preventiva, curativa o paliativa, en algún momento de nuestra existencia tendremos que ponernos en manos de sus profesionales y es por ello esencial que su actividad se fundamente en conocimientos obtenidos mediante la aplicación del método científico. Dicho de otra forma, que las terapias se fundamenten en la evidencia científica. Sin embargo, es ya parte del paisaje que nos encontremos con expresiones como «medicinas alternativas» o «medicinas complementarias» o, por citar uno de los casos más populares, la distinción entre «medicina alopática» y «medicina homeopática».

El sustantivo se ve complementario por una serie de adjetivos donde se refleja el intento de hacer pasar por medicina lo que, hasta el momento presente, no ha probado por medio de evidencias científicas su valor terapéutico. La única alternativa a la medicina es una medicina mejor y las terapias que demuestran su validez no son complementos sino incorporaciones a la práctica médica. Sin embargo, están presentes en nuestra vida cotidiana y en no pocas ocasiones practicadas por profesionales sanitarios, promovidas por titulados médicos o farmacéuticas y cobijadas en las organizaciones colegiales.

Homeopatía

El caso paradigmático es, sin duda, el de la homeopatía que, pese a no contar con el predicamento de antaño, sigue estando bien presente en los anaqueles de las boticas, algo que llama poderosamente la atención. En la propagación de este tipo de prácticas las profesiones médica y farmacéutica han tenido mucho que ver y, también hay que decirlo, la ausencia de una adecuada labor de divulgación desde el ámbito de la ciencia. 

La primera de las razones que justifican, desde mi punto de vista, la persistencia de estas prácticas se encuentra en la propia medicina. Por un lado, existe una tradicional reverencia ante una profesión que se percibe con la capacidad de prolongar la vida, lo cual lleva a la situación de caer en la trampa del autos epha: asumir la afirmación por el principio de autoridad que da la cualidad médica, sin cuestionarla.

Cercanía

Este comportamiento ha alimentado ciertas actitudes que no contribuyen precisamente a fomentar la cercanía entre la práctica médica y la ciudadanía. El propio término «paciente» -que se encuentra incluso en normas que buscan convertir a la persona en dueña de sus decisiones respecto a su salud, como la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica- evoca la sempiterna consideración del individuo como objeto de la práctica médica y no como sujeto que tiene el derecho a saber y a formular preguntas que el personal médico debe responder.

Faltan en muchas ocasiones en la práctica de la medicina una buena dosis de empatía para con la persona enferma y su entorno próximo y, más aún, un trato verdaderamente humano que, si bien no puede dar años a la vida, sí dar vida a los años. Quienes se dedican a las prácticas pseudomédicas juegan con la pobre imagen de una medicina que en la experiencia de muchos es fría, desapasionada y distante. No hay que olvidar que, en muchos casos, sus clientes son personas a las que la medicina ha desahuciado o no ha dado soluciones, lo que redunda nuevamente en la necesidad de dar a aquélla un rostro humano.

Engañosa seguridad

Quien se dedica a estos menesteres suele mostrar una cercanía que se traduce en una engañosa sensación de seguridad, la cual hace palanca a la hora de identificar la terapia con quien la aplica. La medicina se convierte en la malvada medicina «científica, occidental y oficial» y frente a ella está la alternativa de unos tratamientos que no son aceptados del otro lado, si bien es cierto que esta estrategia de confrontación ha ido dejando paso a más amable, donde la propuesta se presenta como un complemento y no como una sustitución.

Esta añagaza juega a la consideración de que la curación es un éxito propio y la no curación un fracaso ajeno. En este punto se torna necesaria una labor de divulgación desde el ámbito médico en el que sus profesionales recalquen la afirmación lógica de su falta de infalibilidad con más cercanía, empatía y, sobre todo, humanidad para con las personas enfermas y su entorno. 

Coronavirus

En segundo lugar, y enlazando con el rostro amable con el se presentan las pseudomedicinas, hay que lamentar el hecho de que desde el ámbito de la divulgación científica y el pensamiento crítico se haya derivado en no pocos casos a unas prácticas de comunicación centradas en la burla, el desprecio o el insulto. Las redes sociales se han convertido en un canal de comunicación donde cualquiera tiene una tarima desde la que expresar sus opiniones e Internet, como el papel, parece aguantarlo todo.

La reciente e inacabada experiencia del coronavirus es un buen ejemplo de una tentación que es casi tan antigua como la propia actividad divulgadora del pensamiento crítico. En cualquier discusión, el recurso a la descalificación invalida formalmente a quien lo emplea, con independencia de las razones que puedan asistir a su posición. No es cuestión de vencer sino de convencer, empezando por la premisa de explicar cómo funciona la investigación científica y cómo se construye la ciencia. La actitud agresiva sirve únicamente para galvanizar al convencido, encastillar al no convencido y alejar a quien manifiesta dudas.