La imagen era desoladora al atardecer. Un notable grupo de gaviotas revoloteaban sobre el puerto de La Restinga en busca de comida. Al contrario de lo habitual, no tenían que pescar; los peces estaban muertos, boca arriba y flotando en la superficie.

El agua de La Restinga ayer parecía el de cualquier pantano abandonado desde hace años a la suerte de las condiciones meteorológicas. La mancha de azufre del volcán de El Hierro se come poco a poco todo lo que se le pone al paso y, después de colapsar el Mar de Las Calmas, al sur del pueblo marinero, ayer se metió de lleno en el puerto y acabó con la vida en su interior. La imagen de varios meros de tamaño medio, sargos breados, cabrillas y hasta algún pulpo sobresaltó a Manuel Álvarez, uno de los pescadores más legendarios del pueblo que incluso sobrevivió al naufragio de su falúa en 1984, que lo tuvo nueve días "y nueve noches" a la deriva y a la suerte de la mar. "Esto es muy triste, amigo", le dice al periodista, con la mirada fija en su mar azul, ahora convertido en verde amarillento. Posiblemente en su mente divisara los momentos en que, en La Restinga, la claridad del agua convertía a ese lugar en un paraíso del buceo a nivel mundial. Ahora, sin embargo, sólo quedan peces? muertos.

Con la claridad de la mañana se pudo apreciar cómo la expulsión de material magmático y gases de los últimos días generó una mancha de azufre que enfiló sin piedad el puerto de La Restinga. A mediodía, el puerto era una piscina de agua verde pantanosa, llena de peces muertos y gaviotas hambrientas y con apenas tres barcos en los pantalanes. El olor a azufre era muy intenso; los bares del pueblo, a pesar de que tienen autorización a permanecer en él hasta las seis de la tarde, estaban cerrados. "No vale la pena abrir para servir un par de cervezas?", afirma una mujer que se apresura a recoger las sillas de aluminio del bar Mar de Las Calmas que, el pasado sábado, quedaron abandonadas en medio de la avenida con las prisas por salir corriendo ante las explosiones submarinas.

Es la otra cara del volcán, la de un pueblo que muere a cada segundo que pasa, como la vida que, hace sólo un mes, brotaba del fondo del océano. Ahora no existe.